Bonhomía y compromiso

Sería muy injusto que, en la muerte de Guillermo Luca de Tena, cuando se vuelve urgente el homenaje del periodismo y de la sociedad española en su conjunto, el balance abrumadoramente positivo que hace el corazón despertara la más mínima sospecha de imparcialidad. Resulta difícil, sin embargo, separar la admiración por la figura del afecto por la persona, tratándose de quien nos ha brindado a todos un modelo irrepetible de bonhomía, contención y caballerosidad. Si, como en mi caso, Guillermo constituía por añadidura una presencia familiar, gracias a la relación de estrechísima amistad que le unía a mi padre —al tiempo que político, colaborador muy asiduo de ABC, a cuyas puertas de Serrano yo le he esperado tantas tardes después de cada visita suya a la Redacción—, entonces ese esfuerzo de objetividad se vuelve aún más arduo. Pero si algo nos enseñó el Presidente de Honor de esta cabecera es que, cuando es de buena ley, el corazón ve muy a menudo con más claridad que el razonamiento abstracto, de manera que no encuentro ahora mejor muestra de reconocimiento y gratitud personal que recordar por qué Guillermo Luca de Tena ha sido no sólo uno de los hombres de prensa más importantes de las últimas décadas, sino además una referencia tan discreta como crucial para la moderna democracia española.

En ese recorrido natural que parte del cariño hasta desembocar en la admiración, la percepción más inmediata que se impone de Guillermo es la de su carácter. Bonhomía, contención y caballerosidad, acabamos de decir. Podríamos completar la imagen con el reverso resuelto de toda esa afabilidad: entereza, compromiso y empeño. Porque el Marqués del Valle de Tena, tan prudente para su vida privada como inquebrantable en la defensa de los valores medulares de la profesión periodística o de nuestra convivencia nacional, constituye todo un ejemplo del mejor moderantismo español, que es una estirpe que, pese a todos los tópicos acerca de nuestra supuesta propensión al radicalismo y la violencia, también existe, y de hecho supone la conducta firme a fuer de templada que ha rendido los frutos más sustanciosos de nuestra Historia. Por eso ocurre que, como en todo liberal auténtico, personalidad particular y responsabilidad cívica se solapan en él trazando un único perfil, hasta el punto de que, fiel al viejo adagio de ABC —«Estamos donde estábamos», título de un famoso editorial en el que el diario reafirmaba sus principios monárquicos— ha engrandecido a la derecha liberal española ofreciéndole un ancho y fluido cauce de expresión y de razón.

Denostado por intransigentes de vario color, cuando corrían tiempos aún más convulsos que estos, Guillermo demostró gran acierto y coraje al ver llegada la hora más difícil de ABC. Dio entonces un difícil paso adelante, con cincuenta años ya cumplidos, en un gesto que sin duda garantizó la continuidad de la creación de don Torcuato, y que hoy hace posible la existencia del diario. Fue a comienzos de la Transición, cuando el periódico amagó peligrosamente con alejarse tanto del sentir mayoritario de la sociedad española como de su propia tradición como diario liberal, y, aún más, después de haber atesorado una valerosa trayectoria en la que, por ejemplo, no había dudado en hacerse secuestrar por reclamar en sus páginas una Monarquía de todos o, antes de eso, en publicar en portada la máscara mortuoria de una figura desafecta al régimen como la de Ortega y Gasset. En ese momento clave, que no era otro que el de la llegada a España de las libertades, quien entonces se desempeñaba como Presidente del Consejo de Administración de Prensa Española asumió personalmente la dirección de ABC, que ejerció entre 1977 y 1983, para hacer frente a problemas fabulosos con los que tal vez no había esperado lidiar un Luca de Tena apacible y más bien alejado de la brillante mundanidad de su padre, Juan Ignacio, o de la popularidad de su hermano Torcuato, de la misma manera que toda una Katharine Graham tampoco había pensado nunca en ponerse al frente —aunque fuera en distinto cometido— del «Washington Post».

En ese lapso, relativamente breve pero muy intenso, Guillermo devolvió el ABC a su rumbo original, inició una modernización tecnológica y empresarial que serviría como base para su ulterior crecimiento y, sobre todo, restableció la sintonía con la sociedad española. Lo hizo con un enorme sacrificio personal y arriesgando su propio patrimonio. Y se trata de logros que no se limitan a ese periodo, sino que definen más ampliamente toda una carrera y explican el resurgir de un medio hoy más que centenario. Logros que, por su contribución al debate público y la vida de la cultura en nuestro país, representan un relevante servicio a España. No podía ser de otra manera en alguien que perteneció al Consejo Privado de Don Juan —donde coincidió con mi padre y profundizó en su amistad con él hasta un extremo que no dudo en considerar prácticamente fraternal— y en quien, por compartir esa concepción de una España reconciliada que la Corona siempre ha promovido —evidenciando una lealtad que le valió su designación como senador real—, siempre quiso un ABC abierto a la diversidad de matices y opiniones. Basta con echar la vista atrás, sirviéndonos de esa obra maestra del memorialismo periodístico que nos dejó un hijo de ida y vuelta de la casa como fue Carlos Luis Álvarez —el gran Cándido—, para comprender, leyendo sus Memorias prohibidas, lo que en algún momento, hace muchas décadas, fue el ambiente adusto de una Redacción donde imperaban el silencio y el miedo, y lo que es hoy tras la modernización operada bajo la iniciativa de Guillermo Luca de Tena, en un país tolerante, libre y avanzado.

Fue, en fin, empresario, periodista y editor. Sobre todo, editor. Que es ese difícil oficio que consiste en resistir las presiones y en confiar en que un grupo selecto de periodistas sabrá servir a la sociedad administrando el derecho a la información de todos los ciudadanos, conforme al oficio y la ética de una vieja profesión sin la cual no se puede concebir el equilibrio de poderes en que se sustenta una democracia liberal. Guillermo supo ocupar ese lugar, en el que tan importante es ofrecer amparo como dejar hacer, y que por tanto entraña siempre un ejercicio de generosidad. En un momento en que todos los medios de comunicación, y de modo singular los escritos, se preguntan por su identidad y su futuro en plena era del cambio tecnológico, su figura destaca todavía más como la de aquel que supo capitanear la evolución de un periódico que ya ha superado el siglo de vida, que lo hizo asumiendo la dificultad y la ventaja de su rareza —pues el ABC es un medio distinto, repleto de entrañables e inteligentes excepciones, desde su tono literario a su formato tabloide— y, sobre todo, que alcanzó ese éxito en beneficio de los valores genuinamente liberales en los que nos hemos educado todos aquellos que, gracias a su magisterio, conocimos y quisimos a Guillermo Luca de Tena.

Alberto Ruiz-Gallardón, Alcalde de Madrid.

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