Borrachera de éxito

Por Cristina Peri Rossi, escritora, autora entre otros libros de El amor es una droga dura y Desastres íntimos (EL MUNDO, 30/01/04):

Hay gente a quienes el triunfo les sienta mal, se les sube a la cabeza, y más aún si son bajitos. En España hemos tenido muchos ejemplos de borracheras de éxito, desde Felipe González, que no es muy bajito, hasta Aznar, que lo es. En virtud de una curiosa ley electoral que permite que pequeños partidos con escaso número de votos se conviertan en los árbitros determinantes del Gobierno de las autonomías o del Estado, ERC y su jefe máximo, Josep Lluís Carod-Rovira, se han creído los verdaderos triunfadores de las últimas elecciones al Parlamento de Cataluña.

Parecía que las elecciones no las habían ganado ni el PSC ni CiU, que prácticamente empataron en número de votos, sino ERC y su líder, Carod-Rovira, quien podía decidir qué alianza iba a gobernar. Entonces, en su día, escribí en este mismo diario que el pacto tripartito de izquierdas era el natural. Y lo sigo creyendo. Sin embargo, también sabía que las dificultades iban a ser muchas, porque el nuevo Gobierno se formó en plena campaña para las elecciones generales.

Carod-Rovira no es ni tonto ni ingenuo ni inexperto. Sabe perfectamente que los votos que ganó los obtuvo de los nacionalistas catalanes decepcionados por el apoyo de CiU al Partido Popular.

También es consciente de las dificultades internas del PSOE y de la débil posición de Pasqual Maragall, que se ha manifestado a través de propuestas de reforma del Estatuto que a veces han provocado graves crisis y desavenencias dentro del partido, respuestas airadas, idas y venidas, marchas y contramarchas. El problema para los candidatos de izquierda en Cataluña es que tienen que pescar en una sola pecera: las aguas del nacionalismo. Y un nacionalismo exigente y reivindicativo, a la vez que victimista frente a Madrid como el que esgrimió el PSC en las últimas elecciones no dio todos los votos esperados, pero creó serias dificultades de cohesión al PSOE, además de alguna dimisión, como la de la ex ministra de Asuntos Sociales, Cristina Alberdi.

El pacto permitió que Carod-Rovira obtuviera el cargo de conseller en cap, pero le ha salido caro a la coalición. Su entrevista secreta con líderes de ETA no sólo es desleal con respecto al presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall, que la ignoraba, sino un acto sospechoso de falta de solidaridad con «el resto de España» (expresión que habla por sí sola). No podremos saber nunca qué fue a negociar Carod-Rovira (o tal vez sí), pero por la índole misma de su cargo sólo podría haber obtenido un acuerdo parcial y precario: que ETA no matara en Cataluña, como lo ha hecho varias veces.

Porque nadie puede pensar que ETA llegue a una tregua o a la renuncia al uso de las armas a través de un acuerdo con un líder de un pequeño partido nacionalista que no tiene mucho para ofrecerle.A Carod-Rovira se le subió a la cabeza el éxito que tuvo al negociar con Terra Lliure, la organización nacionalista armada que operó en Cataluña. Pero ETA no es Terra Lliure, ni Cataluña es España, como él mismo ha dicho muchas veces.

La solución del conflicto era difícil, pero otra vez, como ocurre en política, todos han ganado, aparentemente.

Pasqual Maragall, que tiene mucha experiencia, intentó minimizar al principio la metedura de pata de su conseller en cap y no aceptó la renuncia de Carod-Rovira, que parecía un gesto, sólo un gesto teatral. Pero la intervención rápida y esta vez radical de Rodríguez Zapatero lo obligó, 48 horas después, a aceptarla y a hacer una declaración pública seria y responsable, donde reconoció el error de su conseller en cap y aceptó la dimisión, pero manteniéndolo en el Gobierno, aunque sin atribuciones específicas.

De este modo, no rompía el pacto de gobernabilidad, pero satisfacía al PSOE y a la opinión pública del resto de España, justamente alarmada y en parte, traicionada. Pero poco después, Carod-Rovira, acompañado de personalidades de su partido y rodeado de cámaras, demostró que él también había ganado: explicó su salida del Gobierno catalán no como el reconocimiento de un grave error, sino como el primer paso para su candidatura como líder de ERC a las elecciones generales. Una salida triunfal.

Carod-Rovira esgrime como justificación de su entrevista con los líderes de ETA (¿cuántos? ¿quiénes? ¿cómo? ¿dónde?) que el PP y el PSOE también se han sentado a negociar con ETA. Pero todos suponemos, porque se trata de los secretos mejor guardados, que quienes lo hicieron estaban habilitados por el Gobierno y que el pacto al que podían llegar concernía a toda España. En este caso, ha cometido una deslealtad con quien lo nombró, Pasqual Maragall, con el PSC y con el resto de España.

Su metedura de pata, sin embargo, le va a proporcionar muchísimos votos en las próximas elecciones generales, votos del nacionalismo catalán. Su mérito dudoso e inconfesable de obtener una tregua en Cataluña será interpretado por miles de sus conciudadanos como una apuesta fuerte y fundamental por Cataluña, mucho más radical que la de CiU o la del PSC.

De este modo se ha cerrado la crisis, pero hay algunas reflexiones que hacer. ¿Por qué se ha exigido de manera tan perentoria la dimisión de Carod-Rovira, justa y lógica, cuando no han dimitido ni los responsables del Prestige, ni los responsables de la participación española en la guerra de Irak, ni siquiera un alcalducho del PP culpable de abuso sexual a una menor? ¿Quiénes renuncian en España?

La respuesta es clara: en España, renuncian los candidatos de la oposición. Y demuestra, otra vez, que siendo de izquierdas no se puede meter la pata. La pata, los brazos, la cabeza y cualquier otro miembro o el cuerpo entero los puede meter y sacar la derecha, que es una, sola, grande y férrea. La izquierda, señores, es lábil, flexible, porosa y responsable. Por un prejuicio hasta ahora inexplicable para mí, los errores de la izquierda siempre se pagan. La derecha no paga. Siempre tiene el poder económico, por tanto, a la izquierda, sólo le queda el poder moral.

Ha sido el primer escollo serio para el flamante presidente de Cataluña. Es una pena que ocurriera justo cuando empezaban a descubrirse los últimos chanchullos políticos de CiU, en forma de nombramientos blindados, sueldos astronómicos y otras prebendas con las cuales todo quedaba atado y bien atado.

Hemos perdido un conseller en cap, pero hemos ganado un candidato nacionalista a las elecciones generales, que tendrá muchos votos, ya lo verán. De este modo, la política será más divertida. El amor y la política siempre es un asunto de tres, por lo menos.

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