Brasil: la calle y las presidentas

El amplio movimiento de protesta que sacudió la sociedad brasileña en junio-septiembre del 2013 pareció diluirse conforme pasó el tiempo, enfrentado al rechazo de los políticos, la brutal represión de la policía militar y la manipulación de la extrema derecha. Y el intento de boicot del Mundial de fútbol fue un fracaso. Muchas reivindicaciones locales fueron satisfechas como resultado de las protestas. Y la presidenta Rousseff, del PT, prometió más inversión pública en educación y sanidad. Ahora bien, el efecto político del movimiento pudo ser fundamental: la presidenta Rousseff declaró “oír la voz de la calle”, legitimó sus demandas y asumió las críticas a la corrupción política y a la partitocracia. Propuso una asamblea constituyente para una nueva Constitución que controlara el poder de los partidos. Pero la clase política se opuso. Pese al apoyo de Lula, incluso el PT maniobró con el PMDB para bloquear cualquier reforma en el Congreso. Con un Mundial y unas elecciones presidenciales a la vista, Rousseff lo dejó correr, aunque recientemente resucitó la idea de reforma política ante sus dificultades electorales.

Y es que lo que parecía una reelección segura es ahora incierta por la irrupción de la única líder política que apoyó al movimiento y que fue respetada por el movimiento: Marina Silva. Silva declaró en septiembre del 2013 que las protestas constituían “un movimiento de belleza y majestad con el potencial de cambiar el país”. Y hace diez días insistió en que “no son los partidos o los líderes políticos los que traerán el cambio. Es el movimiento el que nos cambia a nosotros”. De hecho, atribuye su actual popularidad al apoyo de quienes coincidían con el movimiento en sus críticas a la política tradicional, algo que corroboran las encuestas. La personalidad y biografía de Marina Silva (a quien conocí en Berkeley), junto a su valor en defensa de sus convicciones, han fascinado a Brasil y al mundo y podrían convertirla en presidenta de Brasil el 26 de octubre. Las encuestas ahora dan un empate con Rousseff.

El simbolismo no puede ser mayor. Mujer negra, nacida en el estado amazónico de Acre, en una familia de trabajadores forestales del caucho, viviendo en extrema pobreza y gravemente enferma toda su infancia, huérfana a los 15 años. Recogida por monjas en un convento donde aprendió a leer y a escribir, a los 16 años trabajó como sirvienta, pero estudió por la noche y llegó a licenciarse en Historia. Al lado de Chico Mendes organizó el sindicato de trabajadores forestales, ejemplo mundial de defensa simultánea de los derechos de los trabajadores y de la sostenibilidad del desarrollo. Chico Mendes fue asesinado por los terratenientes pero su legado llevó a políticas de protección de la Amazonia, en cuya defensa destacó la labor de Marina Silva como ministra del Medio Ambiente en el primer gobierno de Lula da Silva en el 2003.

Pronto descubrió Silva la dificultad de enfrentarse no solamente al agronegocio sino a la ideología desarrollista de la izquierda brasileña de poner el crecimiento económico a toda costa por encima de la conservación del medio ambiente y de la calidad de vida. Fue precisamente Dilma Rousseff, como ministra de Energía, la que dio prioridad a las políticas energéticas de Petrobras, el gigante petrolero, sobre cualquier otra consideración. Desarrollo energético y productivo para generar recursos que permitieran remediar la pobreza. Silva, viniendo de donde viene, coincide en la lucha contra la pobreza y apoyó el programa Bolsa Familia de Lula/Rousseff que ha sacado a 40 millones de esa condición. Pero propuso conciliar valores diversos frente al productivismo unidimensional del Estado desarrollista. Por eso lo que se enfrenta en esta elección no son dos personas que llevan tiempo oponiéndose, sino dos concepciones del desarrollo.

La defensa de la sostenibilidad llevó a Silva a abandonar el Gobierno y crear una Red de Sostenibilidad, con la que obtuvo el 19% del voto, como candidata verde, en las presidenciales del 2010. En el 2014 no pudo superar las trabas legales para registrar su candidatura y se incorporó como vicepresidenta en la candidatura del pequeño Partido Socialista Brasileño liderado por Eduardo Campos. El 13 de agosto Campos murió en un accidente de avión. Silva lo sustituyó como candidata presidencial y rápidamente se puso al frente de las encuestas para la segunda vuelta.

La campaña de Marina Silva refleja su compleja biografía. Su oposición al estatismo del PT y a la corrupción de los partidos, que esquilma a empresas públicas como Petrobras (obligada a comisiones políticas de un 3% de la contrata), la lleva a proponer la independencia del banco central y una economía menos condicionada por la política. Lo cual conllevó el apoyo de instituciones financieras como el Banco Santander. Aun así, Dilma recibió cinco veces más donaciones que Marina. Las convicciones cristianas pentecostalistas de Silva le aportan el apoyo de los evangélicos que son un 22% de la población. En coherencia con su fe, se opone al aborto y al matrimonio gay, proponiendo en cambio la unión civil, motivando las críticas consiguientes. La campaña del PT en su contra está siendo feroz, mintiendo sobre sus posiciones en varias cuestiones de impacto social, según pude comprobar informándome sobre el tema.

Y es que lo que está en juego es un modelo de desarrollo que sirve al Estado más que a la economía y un tipo de política para beneficio de los políticos, de izquierda o derecha. Demasiados intereses creados. Frente a esta máquina, una mujer que nunca renunció a sus principios y que conecta con el Brasil joven que dijo no en la calle y ahora tiene una oportunidad en las urnas. Marina Silva es la esperanza de un nuevo Brasil capaz de abrir vías innovadoras de vida y política más allá de ideologías obsoletas.

Manuel Castells

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