Brasil, sin salida

Miles de manifestantes tomaron la avenida Paulista de Sao Paulo, el 21 de mayo, exigiendo la renuncia del presidente Michel Temer. Credit Fernando Bizerra Jr/European Pressphoto Agency
Miles de manifestantes tomaron la avenida Paulista de Sao Paulo, el 21 de mayo, exigiendo la renuncia del presidente Michel Temer. Credit Fernando Bizerra Jr/European Pressphoto Agency

La agonía que asfixia a Brasil desde el controvertido proceso que culminó con la salida de la presidenta Dilma Rousseff, en agosto de 2016, ha llegado a su punto más alto. El miércoles 17 de mayo, el diario O Globo reveló una grabación en la que Joesley Batista —dueño del mayor frigorífico del mundo, JBS—, le contó al presidente Michel Temer en un encuentro personal que pagaba una mensualidad al exdiputado Eduardo Cunha en la cárcel. Cunha, aliado de Temer, es el extodopoderoso presidente la Cámara de Diputados que lideró el proceso de destitución de Rousseff y terminó preso por corrupción. Desde que fue encarcelado es un hombre-bomba a punto de explotar. Si cuenta lo que sabe puede desestabilizar aún más la política y la economía.

Es irónico que el punto de inflexión en el juicio contra Rousseff también haya sido la publicación de una escucha telefónica en la que ella y el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva acordaban el envío de su designación como ministro para que él lo usara “en caso de necesidad”. Quienes protestaban en las calles contra Dilma vieron allí un intento de proteger a Lula de las investigaciones en su contra y reaccionaron con furia. El partido de Temer, Partido del Movimiento Democrático Brasileño, siempre estuvo involucrado en la investigación Lava Jato, de modo que la sorpresa ha sido más por la grabación en audio del presidente que por la denuncia.

La crisis política de los últimos años enseñó dos cosas a los brasileños: que los políticos no aprenden de los errores ajenos —siguen siendo intervenidos y grabados diciendo las peores barbaridades— y que nunca sabemos si ya hemos llegado al fondo del abismo.

El Partido de la Social Democracia Brasileña —principal partido de oposición al Partido de los Trabajadores de Dilma y Lula, que hoy sirve como línea de auxilio al gobierno Temer— también ha sido golpeado por las revelaciones del miércoles. Su presidente, el senador Aécio Neves, fue grabado solicitando dos millones de reales al mismísimo Joesley Batista. En la grabación, descaradamente, pide que la persona designada para buscar la plata sea alguien “que nosotros podamos matar antes de que delate”. La grabación fue hecha en abril, más de dos años después del inicio de Lava Jato, lo que deja claro que algunos políticos siguen seguros de su impunidad.

Al día siguiente de la publicación del audio, en un pronunciamiento público tras una jornada de rumores políticos sobre su renuncia y hasta un cierre temporal de las operaciones de la bolsa de valores para frenar su caída, Temer dijo que no renunciará al gobierno. Aun así, miembros de su gabinete amenazaron con renunciar y el Partido Socialista de Brasil ya abandonó su alianza parlamentaria con el presidente. Otros tres discuten seguir el mismo camino. Si mantiene su negativa a renunciar, pero tampoco logra reorganizar su base de apoyo, podría abrir las puertas a un nuevo juicio político para destituir a un presidente.

Esta semana la Corte Suprema decidirá si la investigación contra Temer sigue o no. Será un día decisivo. Y no solo la posible complicidad para comprar el silencio de Cunha pesa en su contra. En la misma grabación, Batista dice haber corrompido a dos jueces y un procurador en Brasilia para obstruir investigaciones contra su empresa. Temer, quien tiene la obligación legal de reportar estos delitos, no lo cuestionó. Uno de sus asesores más cercanos también fue grabado por la Policía Federal recibiendo una maleta de dinero por un soborno.

La próxima semana, el presidente también será juzgado por acusaciones de donaciones ilegales para su campaña junto a Dilma en 2014. Hasta la semana pasada se esperaba que la mayoría de la corte lo salvara de perder la presidencia para evitar una nueva crisis política. Ahora él mismo es la crisis política y su salida por decisión de la corte electoral se vuelve una solución posible.

Si la salida de Temer es confirmada, la constitución prevé una elección indirecta, con un nuevo presidente elegido por el parlamento. Con más de la mitad del parlamento involucrado en denuncias de corrupción, resolveremos la vacante en la presidencia, pero no la legitimidad del presidente.

El 12 de mayo, Temer cumplió su primer año como el presidente más impopular de Brasil: tiene ocho por ciento de aprobación, menos que Rousseff en la víspera del juicio político. Si logra sostenerse será porque ha convencido al mercado financiero de que su impopularidad puede ser un triunfo. Como no necesita rendir cuentas a una base popular, porque no la tiene, sería la persona ideal para aplicar el amargo ajuste económico necesario para que la economía vuelva a crecer. Según una encuesta de DataFolha, la mayoría de los brasileños cree que su reforma laboral beneficia más a los empresarios que a los trabajadores.

En abril se realizó el mayor paro nacional en dos décadas y, el 1 de mayo, día de los trabajadores, estuvo marcado por protestas. Pero el gobierno no escucha el grito de las calles. El audio de Temer produjo un nuevo grito, el de “Diretas Já” (“¡Elecciones directas ya!”), una consigna utilizada por la resistencia a la dictadura en los ochenta. Es difícil saber si el congreso modificará la constitución para convocar nuevas elecciones y tampoco hay un líder capaz de unir al país en la escena política.

Cuando Rousseff dejó la presidencia escribí que muchos manifestantes reaccionaban ante ella como hinchas de fútbol. Estos fanáticos, vestidos con las camisetas verde y amarillo de la Selección Nacional de Brasil, lograron fracturar al PT, pero el sistema político podrido siguió en pie. La lección que debería quedar de la crisis es que solo la gente en las calles puede impedir un nuevo pacto entre la élite política. A estas alturas, es comprensible el fastidio con la política, pero sin una intensa participación popular el país seguirá sin salida.

Carol Pires es reportera política y colaboradora regular de The New York Times en Español. Vive en Río de Janeiro.

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