Brasil y los retos de Dilma

Hace 20 años ningún analista político pensaba que la democracia pudiera consolidarse y prosperar en Brasil. Un sistema con una alta fragmentación partidaria y sin ningún partido mayoritario, un mapa político dominado por élites caudillistas y con el primer presidente electo (Collor de Mello) que no pudo terminar el mandato por las acusaciones de corrupción, no eran un buen augurio.

Sin embargo, hoy Brasil es una democracia que avanza con paso firme hacia la conversión en una potencia internacional respetada. ¿Cómo ha sido posible este fenómeno? Esta pregunta solo puede responderse a través de una triple clave: la política, la económica y la internacional. Y esta misma triple clave es con la que la nueva presidenta, Dilma Rousseff, deberá enfrentar los retos que le depara el futuro.

A escala política es necesario tener en cuenta tres elementos. El primero es que, desde la presidencia de Cardoso, las administraciones de Brasil han mantenido una lógica de gobiernos de coalición transversal en los que, más allá de la posición ideológica de los presidentes, los gabinetes han integrado a miembros de partidos a la izquierda y a la derecha de quienes los lideraban. Así, con estos gobiernos sobredimensionados, los presidentes brasileños han terminado por confeccionar grandes coaliciones que garantizan la continuidad, la estabilidad y la previsibilidad de las grandes políticas de Estado. El segundo elemento se refiere a la alianza que siempre han mantenido las élites políticas brasileñas con sus homólogas económicas para poder proteger los intereses de estas últimas. A diferencia de otros países latinoamericanos, y a pesar de la liberalización económica, el Gobierno de Brasil nunca ha aplicado políticas que pudieran afectar a los intereses vitales de las grandes compañías nacionales y, con ello, estas no han tenido que pelearse con las autoridades políticas. El tercer elemento es el de la capacidad que ha tenido el Gobierno de Lula de combatir la pobreza a través de políticas sociales focalizadas, diseñadas desde Brasilia y aplicadas desde los municipios (saltándose a los gobernadores estatales), y, con ello, poner en el centro de la agenda política el tema de la cohesión social.

A escala económica, Brasil ha sido uno de los países que mayor provecho ha obtenido del ciclo alcista (en precios y demanda) de productos primarios en la década anterior: ha crecido con tasas estables de más del 6% del PIB durante casi toda una década. En este sentido, el gigante latino ha tenido la capacidad de obtener múltiples ventajas del llamado boom de las comodities y de la voracidad compradora de China. En este contexto, la economía brasileña ha incrementado exponencialmente sus exportaciones de productos como la soja, la madera y los minerales, sin olvidar que el país es una potencia petrolera y que mantiene nichos estratégicos de alta tecnología.

Y a escala internacional, nadie duda de la capacidad que ha tenido Brasil para presentarse como nueva potencia emergente en el concierto mundial, a la vez que ha relevado a México en el rol de interlocutor estratégico de la región. El Ministerio de Exteriores brasileño ha logrado proyectar una imagen de país fiable, firme y, sobre todo, amable. En esto último, Brasil ha tenido la habilidad de convertirse en el país más simpático del BRIC. Frente a los temores que despierta la Rusia semiautoritaria de Medvédev y los voraces gigantes asiáticos (China y la India), Brasil se presenta como una potencia positiva. No es casual que la organización del próximo Mundial de fútbol del 2014 y de los Juegos Olímpicos del 2016 se organicen en dicho país.

Llegados a este punto, deberíamos responder a la pregunta: ¿cuáles son los retos que afronta Dilma a corto y medio plazo? El primero tiene que ver con la virtú. Es decir, con su capacidad de muñir nuevos pactos para poder mantener la centralidad de su figura (y la del PT) en un contexto político en el que su partido solo tiene 88 de los 513 diputados de la Cámara baja y cinco de los 27 gobernadores del país. Ciertamente, el PT ha mantenido hasta ahora una buena red de aliados con los que garantizar mayorías parlamentarias y alianzas territoriales; pero es importante destacar que los ricos estados del sur (y con ellos el 47,5% de la población) están controlados por formaciones opositoras y que la lógica política de Brasilia se basa en el regateo, el reparto de dádivas y la complicidad con los caciques territoriales.

El segundo reto, más esquivo, no está relacionado con las capacidades de la nueva presidenta: se trata de la fortuna. La fortuna de que la coyuntura económica internacional continúe demandando a Brasil comodities a buen precio y que el resto del mundo mantenga esa mirada complaciente y simpática hacia este país y, con ello, se sostenga unos años más la moda de la marca Brasil. Por ahora, las cosas no pintan mal. Pero en política un mandato es una eternidad y aún se desconoce si Dilma podrá suplir su falta de carisma con su (supuesta) eficiencia.

Salvador Martí Puig, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Salamanca.