Brasil y México, matar o morir en Samara

A la izquierda, el delantero brasileño Neymar durante el juego del Grupo E contra Serbia; y, a la derecha, el delantero mexicano Javier Hernández durante el primer partido del grupo F, entre México y Alemania. Credit Patrik Stollarz/Agence France-Presse — Getty Images
A la izquierda, el delantero brasileño Neymar durante el juego del Grupo E contra Serbia; y, a la derecha, el delantero mexicano Javier Hernández durante el primer partido del grupo F, entre México y Alemania. Credit Patrik Stollarz/Agence France-Presse — Getty Images

El 30 de septiembre de 1970, el estadio Maracaná fue el escenario de un partido amistoso entre Brasil y México conocido como el Juego de la Gratitud. Casi dos meses antes, la selección Verdeamarela había ganado su tercera Copa del Mundo en el estadio Azteca de Ciudad de México. Esa conquista en México fue crucial en la historia futbolística brasileña. Significó la consolidación de Pelé —quien dio una actuación magistral en la final—, conseguir el tricampeonato (en disputa con Italia, que había ganado dos Mundiales en la década de los treinta) y quedarse de manera definitiva con el trofeo Jules Rimet.

El Juego de la Gratitud era apenas el doceavo encuentro entre ambas selecciones —un historial breve que consistía en nueve victorias brasileñas, dos derrotas y un empate— y su marcador final (2 a 1 a favor de los sudamericanos) era irrelevante: el partido era en realidad una manera de los brasileños de agradecer a México el abrumador apoyo que les dieron durante el Mundial.

Y es que en México, Brasil jugó de local. La afición de la ciudad sede de Brasil, Guadalajara, en donde jugó cinco veces, se entregó con pasión a la Verdeamarela y, cuando llegó a la final contra Italia en Ciudad de México, los anfitriones celebraron el 4 a 1 de Brasil como si fuera una victoria propia. La euforia de los mexicanos ese 21 de julio de 1970 fue tan grande que invadieron el campo, alzaron en hombros a Pelé y dejaron a Tostão casi desnudo.

Eran otros tiempos y entre brasileños y mexicanos había más complicidad que rivalidad, incluso pese a que de los tres enfrentamientos que habían tenido ambas escuadras en Mundiales, todos habían sido derrotas para la selección mexicana. En el partido inaugural de Brasil 1950, el anfitrión le ganó a México 4 a 0 en el Maracaná. Cuatro años después, en Suiza, la Verdeamarela le propinó un categórico 5 a 0 al Tri y, en Chile 62, Brasil obtuvo una nueva victoria por 2 a 0.

Pero esa dinámica cambió y la rivalidad entre ambas escuadras no ha dejado de crecer. Las dos victorias más importantes del fútbol mexicano —la Copa Confederaciones de 1999 (que ganó 4 a 3) y la medalla de oro en las Olimpiadas de Londres 2012 (con un marcador de 2 a 1)— fueron contra Brasil.

México y Brasil han jugado en cuatro ocasiones en los Mundiales, pero ahora, en los octavos de final de Rusia 2018, México tiene otra oportunidad de conseguir una conquista paradigmática en su historia: romper la maldición del quinto partido. En las últimas seis Copas del Mundo, México ha pasado de la primera ronda pero también ha fracasado en pasar a los cuartos de final. Si elimina al pentacampeón del Mundo, será la confirmación definitiva del buen paso de México en Rusia.

Los brasileños, en cambio, tienen otro panorama, mucho menos cargado de historia. El de mañana es un partido importante, en el que no debe haber dudas ni errores, pero no implica romper un techo que no haya roto antes; aunque no sin dificultades, en las últimas cuatro ediciones mundialistas Brasil ha pasado a cuartos de final y ganó una Copa.

De las cuatro disputas en Mundiales entre ambas selecciones, tres han sido victorias para Brasil, pero la más reciente, el empate sin goles en la primera ronda de 2014, es el juego que debe ser tomado en cuenta para su quinto enfrentamiento, ahora en Samara.

La rivalidad entre las dos escuadras es reciente, comenzó en el siglo XXI. De los catorce partidos que han disputado en estos dieciocho años, la tendencia favorece a la selección mexicana: ha ganado seis encuentros, perdido cinco y empatado tres. Y de los seis partidos no amistosos disputados en ese mismo periodo, México ganó tres y empató uno.

Quizás la derrota más dolorosa para los brasileños ha sido la final de las Olimpiadas de Londres, porque pese a que jugaron futbolistas menores de 23 años, la alineación olímpica llevó a jugadores que son indispensables hoy: Thiago Silva, Marcelo y Neymar.

Pese a la hazaña de derrotar al actual campeón del mundo en su primer partido, México no fue el único equipo que lo hizo: Corea del Sur venció a Alemania 2 a 0 y después el camino avasallador de México se diluyó con una derrota contundente frente a Suecia. Brasil, al contrario, ha mejorado en cada partido, como sucedió en los dos Mundiales más recientes en los que resultó campeón: tanto en 1994 como en 2002, Brasil fue evolucionando y perfeccionando su estilo hasta conseguir el título.

Ya ha quedado claro que este es un Mundial muy equilibrado y en los octavos de final, una instancia de eliminación directa, lo inesperado ha ocurrido: España y Argentina están fuera del Mundial. Brasil es el favorito para pasar a cuartos de final, pero México es un rival que merece respeto y tiene una cita histórica con el quinto partido. Especialmente en este Mundial, marcado por sorpresas, ningún equipo puede cantar victoria antes de tiempo.

La jerarquía del fútbol mundial cambia de manera vertiginosa. Cada vez menos las selecciones grandes asustan a las que se consideran pequeñas. Estamos asistiendo a un momento global del fútbol en el que las diferencias son menos definidas. Brasil sufrió para derrotar a Costa Rica y México le ganó a Corea del Sur con dificultad.

Será un juego difícil y muy disputado, pero que ganará Brasil. El escenario será un estadio con más aficionados mexicanos que brasileños y en un ambiente muy distinto del de septiembre de 1970 en el Maracaná, en el Juego de la Gratitud. Ese episodio que comparten ambas selecciones quedó en la historia y no se repetirá el 2 de julio.

Juca Kfouri es escritor y periodista deportivo. Su libro más reciente son las memorias Confesso que perdi. Este ensayo fue traducido del portugués por Elianah Jorge.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *