¿Brexit o breakdown?

Los ingleses tienen un refrán que dice «cuando las cosas van mal, lo mejor es que se estropeen del todo». Pero ese es un refrán de sus tiempos de gloria, e Inglaterra ya no es lo que era. Ya no gobierna los mares ni sus dominios abarcaban los cinco continentes. La mentalidad imperial, sin embargo, perdura y quiere controlar al menos sus propios asuntos, que es la fuerza detrás de su salida de la Unión Europea. La aplastante derrota en el Parlamento del plan de Mrs. May para abandonarla indica que esa fuerza sigue siendo formidable. Lo malo es que, como dice otro de sus refranes, «toda salida es la entrada en algo totalmente distinto». Y, a veces, peor, podríamos añadir. De ahí que en vez de solucionar las cosas, las haya complicado. No es que hayamos vuelto al principio, es decir, al momento en el que el Reino Unido no estaba en la Unión Europea. Es que los compromisos adquiridos por ambas partes son tantos y la situación ha variado hasta el punto de impedir la simple ruptura, el breakdown sin más. Hay mil cosas que negociar y obligaciones que cumplir, como en todo divorcio. El irse «a la francesa», que en adelante habrá que llamar «a la inglesa», no existe en la aldea global en que se ha convertido el planeta y, menos, en Europa. En estos momentos se barajan en Londres y Bruselas posibilidades de amortiguar el golpe, pero se encuentran con que todas ellas llevan a callejones sin salida.

La propia moción de censura a Mrs. May falló ayer, en la misma Cámara que rechazó rotundamente su plan, lo que advierte de la esquizofrenia que empieza a reinar en la política británica. En cuanto a que la premier pueda presentar un nuevo plan en los tres días que le han dado, es prácticamente imposible porque tendría que negociarlo con Bruselas y no hay tiempo material para ello. Está la alternativa de ampliar el plazo de salida de marzo a julio, pero nadie cree que, dada la firmeza de las posiciones, éstas varíen. Queda, por último, la posibilidad de un nuevo referendo, al que se agarran como a un clavo ardiente todos los defensores de dar la vuelta al primero. Pero hay que andarse con mucho cuidado con los referendos. Si bien es verdad que en los dos años transcurridos muchos británicos, especialmente los jóvenes, se han dado cuenta de la barbaridad que han hecho, también lo es que el resto de la población mantiene su apoyo a volver a ser dueños de su destino. Aparte de que ese segundo referendo no sería como el primero, sobre si querían ingresar en la UE, sino sobre el plan acordado entre Londres y Bruselas para dejarla: ¿lo respaldan o no? El rotundo «no» parlamentario advierte que hay muchos más euroescépticos de los que creemos. Incluso en Europa del Este. La forma de actuar de los ingleses durante los dos años de negociación del Brexit ha revivido tanto en Francia como en Alemania los viejos recelos hacia ellos.

Como ven, el panorama es más confuso que nunca. En Bruselas ha hecho fortuna una frase tan ingeniosa como inquietante: «Los ingleses saben lo que no quieren, estar en la Unión Europea, pero no lo que quieren, cómo estar fuera de ella». Confieso que al principio me sedujo, pero en cuanto me puse a pensar, me di cuenta de que encerraba no una sino varias inexactitudes. La primera, los ingleses saben perfectamente lo que quieren: estar en la Unión Europea para lo que les conviene, pero no para lo que les molesta. Para hablar con hechos más que con palabras: quieren mantener la libre circulación de mercancías, pero no de personas. Y, además, no estar sometidos a la normativa europea. Como dice el chiste: «Tú me das el reloj y yo te doy la hora». Algo que antes imponían con su Navy -recuerden el despacho de sus cañoneras por los ríos chinos para obligar a aquel gobierno a autorizar su tráfico del opio o cómo se quedaron a las bravas con Gibraltar-, pero que hoy no pueden hacer, menos en una comunidad de naciones iguales como la UE.

Al fondo de todo ello hay algo de lo que apenas se habla, siendo como es lo más importante: los ingleses, al menos los de las generaciones que vivieron el Imperio, no se consideran realmente europeos, ni siquiera llaman a Europa por su nombre sino The Continent con un aire de superioridad y condescendencia que aparece en toda su literatura y a lo largo de su historia. Ellos no han querido nunca formar parte del sueño europeo de reconstruir el Imperio Romano, que lideraron sucesivamente Francia, España y Alemania, sino que han querido conquistarla, como hizo con Irlanda. La Guerra de los Cien Años fue su primer intento de hacerlo y menos mal que surgió una Juana de Arco porque, en otro caso, no sólo Francia, sino buena parte del resto de los europeos seríamos o hubiéramos sido súbditos de los ingleses.

Ya en tiempos modernos y con dominios en todos los continentes, su política se centró en neutralizar a la mayor potencia europea en cada momento -España, Francia, Alemania-, formando alianzas con los países pequeños contra ella, e incluso yendo a la guerra para derrotarla, consiguiéndolo siempre. Eso sí, manteniendo puntos estratégicos -Suez, Malta, Gibraltar, Menorca, Jersey- que permitieran a su Armada mantener el dominio de los mares, desde los que controlar la tierra.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, con la emergencia de dos superpotencias que pusieron fin a los grandes imperios europeos y el intento de crear una Unión Europea no sobre la base del dominio de una nación sobre las demás, sino sobre el eje franco-alemán que iría incorporando al resto de los países en plan de igualdad, los ingleses no mostraron el menor interés en ingresar. Es más, hicieron lo posible para que el proyecto fracasara. Al no conseguirlo y darse cuenta de que éste iba en serio, se incorporaron, pero con una serie de condiciones especiales y sin cooperar, como ocurrió al crearse el euro y no aceptarlo. Todo apunta a que fue el éxito de la Unión Europea, su expansión y afán de convertirse en «supernación», con una normativa bancaria, industrial, jurídica y social común, lo que produjo en el Reino Unido la marea antieuropea, que desembocó en el referendo del Brexit.

Lo que ha ocurrido en estos dos años de negociaciones para llevarlo a cabo está en la memoria de todos. Comparen las declaraciones de los abogados de la salida con las actuales. Llevados de una mentalidad imperial, llegaron a creer que nos hacían un favor al resto de los europeos al pertenecer al mismo club que ellos. Cuando es justo lo contrario, pues hasta su propio Gobierno, conservador nada menos, pugna desesperadamente por una ruptura blanda y mantener al menos algunas de las prerrogativas, ya que son los que más pierden, aunque todos perderemos. En este sentido, existe un paralelismo con los independentistas catalanes que han vendido la falsedad de que España les roba y podrán vivir mejor fuera de ella, pero conservando su mercado. La diferencia es que, en Bruselas se conoce a los ingleses desde hace siglos y están pinchando en hueso. Mientras en España, abundan los políticos que no saben ni lo más elemental de la historia propia y ajena.

José María Carrascal es periodista.

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