¿BRICS contra Occidente?

Concierto inaugural de la cumbre BRICS con artistas punteros de cada uno de los países. V. ASTAPKOVICH
Concierto inaugural de la cumbre BRICS con artistas punteros de cada uno de los países. V. ASTAPKOVICH

El semblante serio es sello personal de Vladimir Putin. Pero estos últimos días nos ha inundado con imágenes de plenitud y regocijo, recibiendo a unos, hablando con otros; exultante anfitrión de la 16ª cumbre BRICS en Kazán. Era el debut oficial de la agrupación ampliada a principios de año, con exitosa concurrencia de afiliados, aspirantes y curiosos. El calendario coincidió con la "Reunión Anual" del Fondo Monetario y el Banco Mundial en la otra punta del mapa (Washington, DC). Se superponen, así, lecturas simbólicas, convergentes todas en el triunfo táctico -que no estratégico- del Zar; espuma de marea mediática (anécdota: las autoridades locales requirieron a los residentes no circular durante la cita con coches viejos que pudieran socavar este retrato).

Para el presidente pro tempore, era una magnífica oportunidad de proclamar urbi et orbi -entiéndase Estados Unidos- que fracasan los esfuerzos de arrinconarlo como paria de la comunidad de naciones (cumple recordar que la orden de detención dictada por la Corte Penal Internacional imposibilitó la comparecencia del líder ruso en la anterior edición en Sudáfrica). Acompañaba una coreografía de asistencia y declaraciones instrumentalizadas en arma arrojadiza contra Occidente; ambición maximalista que se vio desmentida frontalmente al cierre de la conferencia.

El Kremlin ha hecho gala de la presencia de 36 países -22 Jefes de Estado-. Acudieron el aliado "sin límites" de Xi Jinping, el abrazador Narendra Modi de la India, o el campeón de nadar y guardar la ropa, Recep Tayyip Erdoan. Igualmente es de subrayar cómo compartieron cartel los nuevos miembros: entre ellos, Masoud Pezeshkian de Irán y Mohamed bin Zayed de Emiratos (la ausencia de éste en la inaugural convención UE-Consejo de Cooperación del Golfo el día 16 contrasta con la prodigalidad del tiempo dedicado a Putin). Mínima nota discordante fue el ademán de blanquear a Maduro, que no cuajó por veto expreso de Brasil. Pero la sorpresa mayúscula fue la aparición del Secretario General António Guterres, significativamente parapetado tras la «gran importancia» de las jornadas para «el trabajo de las Naciones Unidas» en palabras de su portavoz, quien calificó la visita de «práctica habitual», equiparándola al G7 o el G20 (explicación que, a no dudar, llenaría de satisfacción al convocante).

La "ofensiva de encanto" putinesca -con 17 bilaterales programadas- arrancó incluso antes del comienzo del evento. En rueda de prensa con periodistas, aprovechó para recalcar la relevancia de la fórmula: la cuota de los cinco originarios en el PIB global ha aumentado un 60% desde 2000 (en paridad de poder adquisitivo) y superado la del G7 en 2018. En paralelo, enfatizó que «la existencia de la humanidad» depende de la aportación grupal en mercados como el alimentario o el energético. Y no podía perder la ocasión de esparcir su visión de futuro, pero sin la agresividad a que nos ha acostumbrado en su machacón discurso de destrucción del Orden Internacional Basado en Reglas. En Kazán, restándose prominencia, aseguraba -por el contrario- que «es un proceso inevitable, y tenemos que responder en consecuencia».

Más allá del botafumeiro en que Putin ha transformado la tenida, es verdad que el planeta muda de piel. Que, en el mundo de hoy, BRICS se ha alzado en cabecera y vocero de quienes estiman que la actual arquitectura institucional multilateral no les toma en consideración. Se consolida en caja de resonancia del variopinto "Sur Global", que constituye su atractivo señero. De Rusia y China (a los que ahora se suma Irán), cabe predicar antagonismo a Occidente -el primero arrebatado, el segundo encubierto-. Pero el resto, con India -el tercer peso pesado- de abanderado, se resiste a cualquier encajonamiento "conmigo o contra mí", y se afana en una redefinición participativa de normas e instituciones, ampliamente simbolizada en votaciones recientes en la Asamblea General de Naciones Unidas. Esta reflexión de fondo nos compete.

Empezando por su azaroso origen, BRICS es un buen ejemplo de la metamorfosis que vivimos. Nace accidentalmente de una ocurrencia de Jim O'Neill, directivo de Goldman Sachs: en un informe de 2001, argumentaba -con un punto cursi- la necesidad de "Build Better Global Economic BRICS" ("Construir mejores ladrillos económicos globales"). El acrónimo juntaba a Brasil, Rusia, India y China como principales economías emergentes. La idea captó atención y maduró en el colectivo formado oficialmente en 2006, sin más cimiento o amalgama que el maridaje de papel. Cuatro años después, Sudáfrica colmó el vacío africano.

En enero pasado, se incorporaron Egipto, Etiopía, Irán y los Emiratos Árabes Unidos. Hoy, las siglas representan el 45% de la población y el 28% de la economía mundiales. En Kazán, se han sumado 13 "partner countries" (que no socios plenos). Si los intereses ya divergían, el crecimiento se traducirá en marcada dispersión. El abanico se amplía: de la democracia más numerosa a la superpotencia autoritaria; de Estados amparados en el paraguas de seguridad de Washington a regímenes bajo sus sanciones.

Además de la carga simbólica de la celebración, sobre el encuentro planeaba el mantra de contrapesar a Occidente, materializado en un objetivo concreto: torpedear el dólar americano mediante la creación de "BRICS Bridge", entramado financiero de pagos que se erigiría en alternativa al hegemónico SWIFT. Esto permitiría operaciones «sin depender de quienes decidan instrumentalizar el dólar y el euro», según Serguéi Lavrov, el incombustible ariete exterior del Kremlin. La propuesta le urge especialmente a Moscú para mantener a flote su economía afligida por las medidas trasatlánticas desde su invasión total de Ucrania; también a Teherán, expulsado del SWIFT en 2018. Está en línea, asimismo, con el taimado juego de Pekín; recato frente a las políticas de retorsión que estima cobrarán envergadura.

La Declaración de Kazán, broche de los debates, aborda superficialmente multitud de temas -sin mención a Occidente o Estados Unidos-. De los 134 puntos y 33 folios, Kyiv recibe una sola referencia («Recordemos las apreciaciones nacionales de la situación dentro y alrededor de Ucrania») a comparar con las casi dos páginas dedicadas a la crisis en Oriente Medio. El cuestionamiento del andamiaje internacional de pagos acabó en una mera indicación «voluntaria y no vinculante». Cautelosamente se acuerda «discutir y estudiar la viabilidad» de crear un mecanismo para conectar la infraestructura financiera entre miembros. Respecto de la Organización Mundial del Comercio, destaca la ortodoxa reafirmación de «apoyo del sistema comercial basado en reglas, abierto, transparente, justo, previsible, inclusivo, equitativo, no discriminatorio y cimentado sobre el consenso».

En esta efemérides, Putin ha tratado de presentarse en titiritero mayor. Pero tiene a Xi tirando de los hilos a su espalda. Y realmente quien emerge progresivamente como central de la movida es India. Las conclusiones de Kazán en absoluto plasman la ambición rupturista y de arrinconamiento de Occidente que anima el dirigente ruso, sino la postura posibilista de Nueva Delhi, encapsulada por el ministro de Exteriores S. Jaishankar: «India es no-Occidental»»; «no anti-Occidental». Así, el planteamiento a la defensiva que cunde entre nosotros es un error. Evitemos convertir el BRICS contra Occidente que anegaba las portadas estas fechas en una profecía autocumplida. Al revés: nos corresponde abrir el multilateralismo para dar protagonismo a todos aquellos que quieren su pervivencia reformada. Éstos, hoy por hoy, son el grueso de BRICS.

Ana Palacio

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