Britney Spears y yo vivimos las mentiras que Hollywood cuenta sobre las niñas

La autora en Papá por siempre, filme de 1993. Credit 20th Century Fox, vía Everett Collection
La autora en Papá por siempre, filme de 1993. Credit 20th Century Fox, vía Everett Collection

Pasé mi cumpleaños número 13 encerrada en una habitación de hotel en Toronto.

Era julio de 2000 y estaba en una gira de prensa para promocionar la película Thomas y el tren mágico. Me habían prometido un día libre por mi cumpleaños, pero al llegar a Los Ángeles la noche anterior, me enteré de que pasaría todo el día hablando con periodistas. Trabajar el día de mi cumpleaños no era algo nuevo para mí —había cumplido ocho años en el plató de Matilda y nueve mientras filmaba Un simple deseo—, pero aun así era decepcionante. Salvo por la compañía de una niñera, estaba sola.

A la mañana siguiente me levanté somnolienta por el desfase horario y me puse mi mejor atuendo de Forever 21. Dos coordinadores de prensa se me acercaron antes de comenzar la entrevista: “¿Quieres que apaguemos el aire acondicionado? ¿Quizás una gaseosa?”. Les dije que estaba bien: no quería ganar reputación de quejumbrosa. Pero cuando la periodista me preguntó cómo me sentía, cometí uno de los mayores errores de mi vida: le dije la verdad.

No sé por qué me sinceré con ella, pero nunca había sido buena ocultando mis sentimientos (actuar, para mí, es algo muy distinto a mentir). Y a la periodista realmente parecía importarle mi bienestar.

Al día siguiente, el periódico canadiense me puso en la portada de su sección de entretenimiento. El artículo iniciaba con la frase: “La entrevista con la estrella infantil Mara Wilson ni siquiera había empezado y ella ya se estaba quejando con su equipo”.

El texto continuó describiéndome como una “niña malcriada” que había alcanzado “la mediana edad”. Describió los caminos oscuros que las estrellas infantiles como yo suelen terminar recorriendo. Adoptó lo que ahora llamo “El Relato”, esa idea de que todos los que crecen en el ojo público tendrán un final trágico.

A los 13 años, ya sabía todo sobre El Relato. Debuté como actriz a los cinco años y ya protagonizaba películas a los ocho, así que se me entrenó para parecer —para ser— lo más normal posible; se hizo todo lo que fuera necesario para prevenir mi inevitable caída. Compartía una habitación con mi hermana menor. Fui a una escuela pública. Fui una niña exploradora. Cuando alguien me llamaba “estrella”, debía insistir en que era una actriz y que las únicas estrellas estaban en el cielo. Nadie tocaría el dinero que ganaba hasta que cumpliera 18 años. Pero en ese momento tenía 13 años y ya estaba arruinada, como todos esperaban.

Hay una parte del artículo que llama mi atención hoy, en medio de los agentes que dicen que las niñas de 12 años tenían que verse “inocentes” y como “niña de comercial de detergente para ropa de bebé” para obtener papeles y de las horrendas descripciones de las estrellas infantiles con problemas de adicción. La periodista pidió mi opinión sobre Britney Spears. Al parecer, le respondí que la “odiaba”.

En realidad no odiaba a Britney Spears. Pero jamás habría admitido que me agradaba. En ese momento estaba pasando por una fuerte etapa de actitud tipo “no soy como las demás”, lo cual es algo vergonzoso ahora, aunque ¿cómo no creer eso cuando había pasado gran parte de mi infancia compitiendo en audiciones contra tantas otras chicas? En parte lo dije por puros celos: celos porque ella era hermosa y genial de una manera que yo jamás lograría ser. Creo que, sobre todo, yo ya había absorbido la versión de El Relato que rodeaba a Spears.

La forma en que la gente hablaba en ese momento de Britney Spears me aterrorizaba y me sigue aterrorizando en la actualidad. Su historia es un ejemplo notable de un fenómeno del que he sido testigo durante años: nuestra cultura construye a estas chicas solo para poder destruirlas. Afortunadamente, las personas se están dando cuenta de lo que le hicimos a Spears y han comenzado a pedirle disculpas. Pero seguimos viviendo con las cicatrices.

Para 2000, Spears ya había sido etiquetada como una “chica mala”. Las chicas malas, por lo que pude observar, eran en su mayoría chicas que mostraban algún atisbo de sexualidad. Seguí el escándalo sobre su artículo de portada en la revista Rolling Stone, donde la primera línea describía su “terso muslo”, y el furor en los foros de discusión de AOL cuando se le veían los pezones a través de la camisa. Vi a muchas actrices y cantantes adolescentes abrazar la sexualidad como un rito de iniciación al aparecer en las portadas de revistas para chicos o en videos musicales provocativos. Decidí que esa jamás sería yo.

De todos modos, ya había sido sexualizada y lo odiaba. Actué principalmente en películas familiares: la nueva versión de Milagro en la calle 34, Matilda, Papá por siempre. Nunca aparecí en pantalla con algo que fuera más revelador que un vestido de verano hasta la rodilla. Todo eso fue intencional: mis padres pensaron que sería más seguro de esa manera, pero no funcionó. Desde que tenía seis años, la gente me preguntaba en las entrevistas si tenía novio. Los periodistas llegaron a pedirme que dijera quién pensaba yo que era el actor más sexi y que diera mi opinión sobre el arresto de Hugh Grant por contratar una prostituta. Fue lindo recibir cartas de niños de diez años diciendo que estaban enamorados de mí. No lo fue cuando quienes las mandaban eran hombres de 50 años. Incluso antes de cumplir 12 años, había imágenes mías en sitios web de fetichismo de pies y en montajes de pornografía infantil creados con Photoshop. Todas las veces sentí vergüenza.

Hollywood ha decidido enfrentar el acoso en la industria, pero yo nunca fui acosada sexualmente en un plató de filmación. Mi acoso sexual siempre vino de los medios y el público.

Una parte importante de El Relato es la suposición de que los niños famosos se lo tienen merecido. Se lo ganaron por volverse famosos y privilegiados, así que está bien atacarlos. De hecho, El Relato por lo general tiene mucho menos que ver con la estrella infantil que con las personas que la rodean. MGM le dio a Judy Garland pastillas para evitar el sueño y perder peso durante su adolescencia. La actriz Rebecca Schaeffer fue asesinada por un acosador. Drew Barrymore, quien estuvo en rehabilitación durante su temprana adolescencia, tuvo un padre alcohólico y una madre que en vez de llevarla a la escuela la llevaban a Studio 54. Y a esto habría que sumarle la cantidad de abuso que los actores no blancos, en particular los negros, reciben del público. Amandla Stenberg fue acosada tras aparecer en la película Los juegos del hambre por interpretar a un personaje que había sido concebido por la autora como de raza negra, pero que algunos lectores de la saga de libros habían imaginado blanco.

Lo más triste del “colapso” de Spears es que nunca hubo necesidad de que sucediera. Cuando se separó de su esposo, se afeitó la cabeza y atacó furiosamente el auto de un paparazzo con un paraguas, El Relato se le impuso, pero la realidad es que acababa de tener un bebé y estaba lidiando con cambios importantes en su vida. Las personas necesitan espacio, tiempo y cuidado para lidiar con esas cosas. Ella no tuvo nada de eso.

Muchos momentos de la vida de Spears me son familiares. Ambas tuvimos muñecas creadas y basadas en nosotras, amigos cercanos y novios que compartieron nuestros secretos, así como hombres adultos que hicieron comentarios sobre nuestros cuerpos. Sin embargo, mi vida fue más fácil no solo porque nunca tuve el nivel de fama requerido para salir en los tabloides, sino porque, a diferencia de Spears, siempre tuve el apoyo de mi familia. Sabía que tenía dinero guardado para mí y que era mío. Si necesitaba escapar de la atención pública, podía desaparecer y estar a salvo en casa o en la escuela.

Cuando se publicó el artículo que me describió como una malcriada, mi padre fue empático. Me recordó que debía ser más positiva y amable en las entrevistas, pero me di cuenta de que él también pensaba que el artículo no había sido justo. Mi padre sabía que yo era más de lo que esa periodista había escrito sobre mí. Eso me ayudó a saberlo también.

A veces la gente me pregunta: “¿Cómo hiciste para terminar bien?”. Una vez, alguien a quien consideraba mi amigo me preguntó, con una enorme sonrisa: “¿Qué se siente saber que ya alcanzaste tu punto máximo?”. En aquel momento no supe cómo responder, pero ahora le diría que esa pregunta es incorrecta. No he alcanzado mi punto máximo porque, para mí, El Relato ya no es una historia que alguien más está escribiendo. Yo misma la puedo escribir.

Mara Wilson apareció en las películas Matilda y Papá por siempre.

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