Bukele ya forzó una ‘tregua carcelaria’ entre pandillas en El Salvador. ¿Cuánto durará?

Miembros de la pandillas de El Salvador en una celda de la prisión de Izalco, el 26 de abril de 2020. (Presidencia de El Salvador/AFP vía Getty Images) (-/El Salvador's Presidency Press O)
Miembros de la pandillas de El Salvador en una celda de la prisión de Izalco, el 26 de abril de 2020. (Presidencia de El Salvador/AFP vía Getty Images) (-/El Salvador's Presidency Press O)

La pandilla Mara Salvatrucha (MS-13) y las dos facciones de la pandilla Barrio 18, enemigas a muerte desde hace décadas, están en una tregua —corriendo el Sur, en argot pandillero— en las cárceles de El Salvador. Es la consecuencia directa inmediata de la decisión del presidente Nayib Bukele de mezclar en las mismas celdas a integrantes de esas tres maras o pandillas.

El último fin de semana de abril, medio mundo giró su cabeza hacia el país centroamericano por la explosión de violencia homicida —de promediar dos homicidios diarios en las semanas previas se saltó a 19 diarios durante cuatro jornadas— atribuida a los pandilleros y, sobre todo, por la estridente reacción del gobierno.

Bukele avaló “el uso de la fuerza letal” de policías y soldados para combatir a las maras, declaró en alerta máxima las cárceles asignadas a pandillas, mostró a sus integrantes privados de la libertad en calzones y apilados unos contra otros en plena pandemia de COVID-19, y anunció que, como castigo, empezarían a compartir las celdas.

En palabras llanas, los integrantes de las violentas pandillas salvadoreñas están ahora durmiendo con su enemigo, literalmente, en uno de los sistemas carcelarios más hacinados del hemisferio.

Algo así, tan contra natura, iba a tener consecuencias, Y las ha tenido: la MS-13 y las dos 18 que operan en El Salvador (la 18-Sureños y la 18-Revolucionarios) han acordado no atacarse en las cárceles. Han decidido correr el Sur.

“Si se crea algún problema en una celda y se pierden vidas, y el que empezó el problema no muere, tendrá que pagar con su vida; si su clica (unidad básica de funcionamiento de la pandilla) se rehúsa a quitarle la vida, todos los elementos de esa clica deberán pagar, sin importar el lugar en el que se encuentren”.

Así reza un documento del Centro Penitenciario Izalco Fase II, una de las cárceles con régimen de seguridad en las que el Estado salvadoreño alberga a pandilleros de forma exclusiva. El documento, fechado el 29 de abril —cinco días después del repunte homicida que provocó la furiosa reacción de Bukele—, recoge el testimonio de un pandillero informante, quien detalla cómo se han organizado la MS-13 y la pandilla 18-Sureños.

El gobierno de Bukele me hizo llegar ese reporte oficial clasificado. Sucedió apenas unas horas después de haber publicado una entrevista con el vocero designado por la 18-Sureños, en la que dejaba entrever que había acuerdos para no matarse en los centros penales.

En más de 30 años de existencia del fenómeno de las maras en El Salvador, nunca antes se había corrido el Sur. El odio entre las Letras (la MS-13) y los Números (la 18) siempre ha sido demasiado visceral e irreconciliable.

¿Pero qué es eso de correr el Sur? Esta es la definición condensada de Carlos García, un investigador mexicano especializado en la MS-13: “SUR es por South Union Race; es un pacto que se obtiene desde los penales federales de California, Estados Unidos, por aceptación de la macropandilla carcelaria Mafia Mexicana. El Sur permite que todas las pandillas hispanas del sur del estado, enemigas entre sí pero que suelen identificarse todas con el número 13, puedan convivir sin violencia dentro de las cárceles y protegerse de otras organizaciones raciales”.

La MS-13, la 18 y el resto del crisol de pandillas sureñas en California corren el Sur, pero algo así nunca había pasado en El Salvador… hasta que el presidente Bukele ordenó mezclarlos en las mismas celdas.

“El Sur llegó tropicalizado en la década los noventa a Honduras y a Guatemala, pero terminó rompiéndose en baños de sangre”, agrega García.

Un baño de sangre es lo que José Miguel Vivanco, el director para las Américas de Human Rights Watch, especuló que sucedería. Mezclarlos “revela una maldad y crueldad por buscar deliberadamente enfrentamientos entre estos grupos, aún a sabiendas de su rivalidad”, dijo en una entrevista a la BBC.

Al menos de momento, en El Salvador, la activación por primera vez del Sur está evitando los anunciados baños de sangre. Tras más de una semana de convivencia, la Dirección General de Centros Penales no reporta motines ni fallecidos en ninguno de los seis penales reservados sólo para pandilleros.

El documento detalla cómo será la convivencia entre emeeses y dieciocheros en Izalco Fase II. Por ejemplo, establece que cada celda —donde puede haber 50 personas o más— tendrá dos encargados, uno por pandilla; cada pandilla usará un sanitario y un barril de agua diferente, “para evitar roces entre ambas”.

Si un pandillero ofende a un contrario, el encargado designado tiene “la obligación de sancionar al miembro de su pandilla”. Pero si las diferencias resultan en una pelea violenta, “el culpable tiene que pagar severamente”.

Más allá de las fotografías impactantes y de los tuits altisonantes, lo que está ocurriendo en las cárceles salvadoreñas en estos días es la adaptación inmediata de las pandillas a una nueva realidad. Es lo que llevan dos décadas haciendo, pero el resultado final de este nuevo punto de inflexión en la evolución del fenómeno de las maras es, hoy por hoy, impredecible.

La declaración del informante en el documento no se limita a las normas de convivencia dentro de las cárceles. Las clicas de la MS-13 y de la 18-Sureños que operan en los municipios más cercanos a ese penal (Izalco, Nahuizalco, Sonsonate y Acajutla) se comprometen a trabajar juntas para “monitorear los alrededores del complejo penitenciario con el propósito de tener identificados a los agentes penitenciarios”.

El punto ocho del reporte de la inteligencia penitenciaria explicita que la medida es de implantación nacional: “Los puntos girados como Sur 13 se han establecido para todos los penales donde se corra el Sur 13, y si el encargado de celda no los pone en práctica, será sancionado severamente”. Con ese nombre, “Sur 13”, es como el informarte identificó esta inédita versión salvadoreña de la vieja máxima creada por la Mafia Mexicana.

En El Salvador, la decisión de mezclar en las mismas celdas a pandilleros de los grupos criminales que por tres décadas sólo han sabido matarse, ha iniciado una nueva era. El tiempo dictará las consecuencias. A corto plazo, la mayor incógnita es saber si la pax mafiosa que está en vigor ya en las cárceles también tendrá consecuencias en la libre, en los territorios que estas pandillas controlan.

Roberto Valencia es un periodista freelance radicado en El Salvador desde 2001, autor del libro ‘Carta desde Zacatraz’.

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