Bush, los espías e Irán

El informe de la Inteligencia Nacional estadounidense sobre los proyectos nucleares de Irán, el cual asegura que el programa militar fue interrumpido en el otoño del 2003, reaviva las amargas lecciones de Irak, cuya guerra fue justificada con evaluaciones erróneas de todos los servicios secretos sobre las armas de destrucción masiva. Ahora, al curarse en salud, los espías ponen en entredicho toda la estrategia de Bush en el Oriente Próximo y levantan una gran polvareda político-diplomática relacionada con la campaña electoral.

La primera sorpresa procede del mismo informe y de los vericuetos de su desclasificación. Visto desde Europa, donde los gobiernos suelen amañar o corregir hasta las encuestas de opinión, resulta chocante que la Inteligencia Nacional elabore un informe sobre una materia muy delicada --en la que confluyen la ciencia, la alta tecnología y los métodos más sofisticados-- que contradice la opinión oficial y provoca el desconcierto en el Gobierno del que depende, al menos teóricamente, y el estupor entre los candidatos de todos los colores en la carrera presidencial.

¿Acaso este final de mandato poco glorioso de Bush hunde al Washington oficial en una caótica promiscuidad y una peligrosa incertidumbre? ¿No será que los escalones más profesionalizados de los servicios secretos, escarmentados por la triste experiencia iraquí, pretenden cubrirse las espaldas ante cualquier eventualidad y han forzado la mano de sus jefes políticos? ¿No refleja el informe las tensiones dentro del propio Gobierno? La confusión aumenta porque algunos países europeos sugieren que sus espías no están tan seguros como los norteamericanos del parón del programa militar iraní.

Los que lo han leído con detenimiento concluyen que el informe está lleno de matices, ambivalencias y hasta contradicciones, quizá porque los espías desean ponerse la venda antes de que sean vituperados por el error o la manipulación. No quieren ser los chivos expiatorios de la Casa Blanca y rectifican su acusatoria evaluación del 2005. Y ya sabemos que la recogida de información sensible, de la que nada sabemos con certeza, aunque todo apunta a su origen militar, constituye una empresa tan arriesgada como volátil, a veces confundida con la intoxicación.

El documento ha sido interpretado por la prensa como "un duro golpe para la política iraní de Bush" (The Washington Post), ya que no solo desautoriza la inflamada retórica de la Casa Blanca, sino que menoscaba los esfuerzos diplomáticos en curso para lograr que la comunidad internacional apriete el nudo de las sanciones económicas. Con los nuevos datos presentes en todas las discusiones político-estratégicas, "la opción militar no está ya sobre la mesa", asegura uno de los máximos especialistas en el tema, Ray Takeyh, de la prestigiosa revista Foreign Affairs.

La reflexión no se agota con el freno autoimpuesto a la belicosidad del vicepresidente Cheney y los halcones del lobi israelí frente a la postura supuestamente menos radical de un presidente que piensa, sobre todo, en su legado. El informe concede un triunfo a la escuela diplomática realista, representada entre los republicanos por Henry Kissinger y James Baker, que gana posiciones y credibilidad en la misma medida en que avanza el crepúsculo del último mandato presidencial que debe concluir el 20 de enero de 2009.

Este sector republicano moderado, que hace un año puso ya en aprietos a Bush con un informe resonante sobre la salida de Irak, predicando la negociación con el enemigo, defiende con ahínco que la diplomacia norteamericana debe ser indiferente a la naturaleza intrínseca de los regímenes con los que está obligada a parlamentar. Siempre prefirió el cinismo a la fragilidad que se deriva del desajuste entre los medios disponibles (militares o diplomáticos) y los objetivos, controversia recurrente en las altas esferas de Washington y en todas las lucubraciones sobre el auge y caída de los imperios.

El documento sostiene que la interrupción del programa militar fue debida a las presiones diplomáticas y las sanciones combinadas de Europa y EEUU, lo que sin duda dará nuevos argumentos a los partidarios de seguir con la estrategia del palo y la zanahoria, que deberán contrarrestar las crecientes reticencias de Rusia y China. Pero insiste en que los iranís siguen enriqueciendo uranio mediante centrifugadoras y que el combustible así obtenido, en cualquier momento, puede derivarse hacia proyectos militares, con los misiles ya operativos y la bomba nuclear en el impreciso horizonte 2010-1015.

A la vista del informe y de sus repercusiones políticas, parece inevitable que Washington proceda a un nuevo examen pormenorizado de todos los aspectos de sus inexistentes relaciones con Teherán desde 1979. La negociación con el presidente iraní, el radical Mahmud Ahmadineyad, no será tarea fácil ni prometedora, pero no cabe duda de que las tensiones van a relajarse y de que los diplomáticos tendrán más tiempo, aunque quizá será más arduo y complicado.

Tras el rosario de fracasos desde la caída del sha en 1979, la estrategia de EEUU en Irán y en todo el Oriente Próximo está en vías de revisión. Los cambios parecen inevitables, aunque cualquier presidente deberá sopesar los efectos del viraje en los países árabes del Pérsico, tan ricos en petróleo, y en la actitud de Israel, el aliado incondicional y privilegiado.

Mateo Madridejos, periodista e historiador.