Bush y Cuba

Los norteamericanos llaman a un presidente que va de salida y no se puede re-elegir un lame duck, un patito cojo. A estas alturas de su fracasada presidencia, se diría que George W. Bush ni siquiera tiene alas. Lo que sí tiene es un orgullo ciego, una ignorancia que se ignora a sí misma y el error de creerse portador de la bondad universal. "Estados Unidos", declaró Bush al inicio de su mandato, "es el único ejemplo sobreviviente del progreso humano". De allí la soberbia unilateralista con la que se inició la fatal Administración bushista y el corolario que entonces derivó de ella. Lo dijo Condoleezza Rice: "Olvídense de los intereses de una ilusoria comunidad internacional".

Resulta que nosotros -todos los demás- somos la fantasmal "comunidad internacional" que día con día entierra la ilusión unilateralista de Bush. Pasamos de la confrontación bilateral de la Guerra Fría a un fugaz unilateralismo norteamericano y de ahí a una comunidad multipolar en la que el poder de Estados Unidos se mide con -o contra- los poderes de China, la India, Japón, Rusia y Europa.

Sin embargo, hay temas que le sirven al presidente Bush para creer que puede actuar como si el mundo no hubiese cambiado. Uno de ellos es Cuba. De ser colonia española, la isla pasó a ser un protectorado yanqui: la enmienda Platt (1913-1934) daba a Washington el derecho a intervenir en Cuba y a establecer una base naval en Guantánamo. La influencia de Estados Unidos dominó la vida política de Cuba hasta 1959, cuando el triunfo de la revolución puso en crisis la relación, proponiendo un enigma irresuelto: si Estados Unidos le hubiese tendido la mano a Fidel Castro, ¿habría seguido la revolución una senda más moderada, acaso socialdemócrata o, aun, democristiana? Pero, ¿hubiese Castro aceptado la mano tendida de Washington? ¿O estaba dispuesto, desde el primer momento, a independizarse radicalmente del pasado? En cuyo caso, ¿con qué aliado contaría la isla contra Estados Unidos? La Guerra Fría ofrecía una respuesta rápida: con la Unión Soviética, a la sazón presidida por el imprevisible Nikita Jruschov.

La entrada de Cuba al escenario de la Guerra Fría la sujetó a la ayuda de Moscú, a medida que la economía cubana iba de bandazo en bandazo, abandonando la riqueza azucarera por una industrialización frustrada, retornando al azúcar pero despojando de alicientes al campesino, impidiendo dogmáticamente el desarrollo de la iniciativa privada pero demostrando la incapacidad burocrática para sustituir al restorantero, al comercio en pequeño, a la pequeña industria y culpando de las fallas propias al estúpido bloqueo norteamericano, pero subsanando en parte ambos errores con inversión europea y excelentes logros en educación y salud.

He evocado más de una vez un cartón editorial norteamericano en el que todos los presidentes de Estados Unidos, de Eisenhower a Bush padre, entonan la mantra: "Fidel Castro caerá de un momento a otro". Clinton intentó con seriedad trascender tan pesada e inútil tradición. Castro se encargó de frustrarla: la enemistad de Washington ha sido uno de los pilares del poder castrista, uniendo al pueblo de la isla en torno a la defensa de la patria y orillándolo a soportar privaciones que sólo en parte se deben al bloqueo y en otra parte, a la ineficiencia de la economía cubana.

Hoy, Cuba está en transición. Raúl Castro, con toda la cautela que el caso requiere, ha enviado mensajes insólitos de apertura a los cuales la sociedad cubana ha dado respuestas esperanzadoras. Se trata de un asunto difícil: el movimiento de la sociedad y del Estado hacia un sistema más abierto, más democrático. A condición de que sean los propios cubanos quienes decidan el camino. Algo de esto sabemos los mexicanos. Nuestra revolución, acosada y acusada por Washington entre 1910 y 1934, encontró sus propios caminos, culminando en 1938 con la expropiación petrolera y el acuerdo tácito entre los presidentes Cárdenas y Roosevelt. Siempre habrá problemas entre México y Estados Unidos. Siempre podrán resolverse en el diálogo. Estados Unidos, pues, vivió muy tranquilo con la dictablanda del PRI hasta el año 2000.

No comparo la situación de México con la de Cuba sino para llamar la atención acerca de la doble amenaza que podría ceñirse sobre la transición cubana. La amenaza menor, porque se trata de un régimen más vociferante que perdurable, es la del presidente Hugo Chávez, cacareando que Cuba y Venezuela son la misma -la única- nación. La amenaza mayor, por supuesto, es el desplante imperial de Bush en su ocaso. Con singular desacierto (pero muy propio del personaje) Bush saca a desfilar todos los factores que pudiesen frustrar (o por lo menos retrasar) la evolución cubana. Envalentona al exilio de Miami, alejándolo de la participación ciudadana en el futuro de Cuba para animarlo como fuerza de choque y sustitución del actual régimen. Incita a las Fuerzas Armadas de Cuba a la traición. Reitera la política de sanciones contra Cuba. Acusa y desdeña los esfuerzos europeos por la conciliación y el desarrollo. Le niega al régimen cubano lo que le da a otros regímenes comunistas como China y Vietnam: inversiones, diálogo, diplomacia, respeto. Tacha a Cuba de ser un campo de concentración, olvidando que la peor prisión de la isla es la base norteamericana de Guantánamo. Y no le ofrece a Cuba más que una velada amenaza: volver a ser colonia de Estados Unidos -or else-.

Estados Unidos está gobernado por un presidente borracho de ideología religiosa y por un vicepresidente que quiere las guerras de las cuales su cobardía juvenil le salvó. Yo no sé si las amenazas de Bush son sólo, una vez más, retórica electoralista para que los cubanos de la Florida voten por los republicanos en 2009.

Lo que sí sé es que Cuba se encuentra en transición y que al mundo entero, pero sobre todo a Iberoamérica, le interesa que la autonomía de la isla sea respetada, que Cuba forje sus nuevas instituciones y reforme las antiguas sin conflicto o presiones externas indebidas y deformantes.

A la soberbia desatada de Bush, Iberoamérica debe responder con las armas de la razón, la cautela, la diplomacia, la negociación y el respeto hacia el pueblo cubano. Enrique Iglesias ha propuesto al Rey Juan Carlos como el ideal moderador de este proceso. Es una muy buena idea. Pero la responsabilidad es de todos nosotros, los que compartimos tradición, historia, lengua y costumbre con la hermana nación cubana.

Carlos Fuentes, escritor mexicano.