Bush y la soberanía política

Por Bernard Cassen, Director general de Le Monde Diplomatique (EL PERIODICO, 17/11/04):

Hay momentos en que varios parámetros importantes de una situación sufren modificaciones al mismo tiempo, independientemente los unos de los otros, y crean así una nueva coyuntura. Estamos ante un caso hipotético así con la casi concomitancia entre la firma en Roma del tratado que establece una Constitución europea (29 de octubre), la reelección de Bush (2 de noviembre) y la muerte de Arafat (11 de noviembre).

Es poco decir que la perspectiva de tener que tratar con Bush durante cuatro años más no seduce a todos los dirigentes europeos. Los "valores morales" caricaturescos que invoca, su postura de elegido de Dios, su nacionalismo exacerbado y su desprecio por el resto del mundo le convierten en una auténtica afrenta para las opiniones del Viejo Continente y colocan en posición incómoda a los atlantistas tradicionales, que preferirían tener un EEUU un poco más presentable como modelo .

LA OCASION se plantea con el relevo de Arafat. Sharon y Bush no han dejado de proclamar que el rais hoy desaparecido era el principal obstáculo para la paz en Oriente Próximo, mientras que todo el mundo sabe que el único obstáculo es la negativa israelí a restituir los territorios palestinos ocupados, no sólo de Gaza --de la que Sharon quiere, efectivamente, desembarazarse--, sino también de Cisjordania, donde están establecidos más de 200.000 colonos judíos. Ahora los dos dirigentes se hallan confrontados a la hora de la verdad y están obligados a poner las cartas sobre la mesa. A menos que un acto terrorista sobre civiles israelís les proporcione un nuevo pretexto para no hacer nada.

En Europa nadie está más interesado que Blair en una verdadera iniciativa de paz de Bush. Su apoyo incondicional a la guerra norteamericana en Irak, mientras ésta se dirige a la debacle política y social, le ha desacreditado ante la gran mayoría de la opinión pública británica. Tiene la absoluta necesidad de mostrar a sus conciudadanos, al igual que a los demás líderes europeos, que dispone de un mínimo de influencia en la Casa Blanca, que no es un simple caniche del presidente y que la famosa relación especial con EEUU que invoca no es una pura ilusión que nadie, aparte de él, se toma en serio.

Digamos que, hasta ahora, no se ha visto el menor indicio de inflexión en la política estadounidense que se deba a su influencia. El premier ha vuelto con las manos vacías de su viaje a Washington: Bush se ha negado a acceder a su demanda de nombrar un enviado especial para Oriente Próximo y a la convocatoria de una conferencia internacional sobre Palestina. Por otra parte, ha diferido a un futuro indeterminado la creación de un Estado palestino. Si Bush no da un golpe en la mesa para hacer entrar en razón a Sharon --es el único que puede hacerlo--, y peor todavía, si desencadena, directamente o vía Israel, un ataque contra las instalaciones nucleares iranís, lo que parece no obstante improbable en un futuro inmediato debido a las concesiones que los europeos han obtenido de Teherán, el soldado Blair ya no podrá ser salvado del descrédito.

Algunos se preguntaban si la postura belicista y unilateralista estadounidense se confirmaría en un segundo mandato de Bush. La decisión de Colin Powell de abandonar su cargo de secretario de Estado indica que no se hace demasiadas ilusiones. Tras ser reemplazado por la actual consejera de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, el mensaje al mundo no puede ser más claro: la línea política estadounidense se mantiene intacta y en lo sucesivo se aplicará sin cargar con las precauciones verbales que la personalidad de Powell incorporaban.

La confirmación de esta postura imperial y desdeñosa con los aliados de EEUU sirve ahora de argumento en la campaña para la ratificación de la Constitución en Europa, y en particular en Francia, donde la perspectiva de un no mayoritario en el referendo previsto para el 2005 no debería excluirse. Discretamente en el caso de la mayoría parlamentaria, y del todo abiertamente en la dirección del Partido Socialista, que corre el riesgo de tener que retractarse tras su propio referendo interno sobre la cuestión, previsto para el 1 de diciembre, se hace valer que un EEUU "fuerte" deben tener como contrapeso una Europa "fuerte", y que la Constitución nos proporciona los medios necesarios. Pero eso no son más que falsas apariencias.

EL TEXTO prevé, en efecto, unas instituciones europeas más visibles, en particular la creación del cargo de ministro de Asuntos Exteriores. Pero sería necesaria la existencia de un acuerdo sobre el contenido de una política exterior europea. En materia de defensa, la Constitución, retomando las disposiciones del Tratado de Maastricht, prohíbe toda iniciativa que no tenga luz verde de la OTAN, es decir, de Washington. Es lo que, en la época del Pacto de Varsovia, se llamaba la soberanía limitada de los países satélites de Moscú. La brutal realidad es que los gobiernos europeos favorables a una Europa de verdad independiente de EEUU pueden contarse con los dedos de una mano: Francia, Alemania desde hace poco y con reservas, Bélgica y Luxemburgo con los mismos matices y, esperémoslo, la España de Zapatero. Añadamos potencialmente, y en un arranque de optimismo, a Grecia. Suman sólo seis estados.

Uno de los argumentos de venta de la Constitución es la posibilidad que ofrecería, por el mecanismo de las cooperaciones reforzadas, a cierto número de estados de ir más rápido y lejos que el conjunto de los Veinticinco. Esta posibilidad es sólo teórica, puesto que requiere un mínimo de nueve estados y la decisión debe ser tomada por unanimidad. En otras palabras, en la actualidad esta vía no tiene salida. La única esperanza es que un voto negativo de uno de los países de la UE conduzca a una reelaboración de la Constitución. Hay todo el tiempo necesario para dicha renegociación, ya que el Tratado de Niza, que rige a la UE desde el 1 de mayo, seguirá en vigor al menos hasta el 2009, y algunas disposiciones, hasta el 2014. Así, el escenario catastrófico de un rechazo de la Constitución no es más que un espantajo político. En cuanto al escenario opuesto, el de un sí unánime, haría doblar las campanas por una Europa europea.