Unos días antes de celebrarse las elecciones del 4 de marzo, el politólogo Sergio Fabbrini publicó un artículo en el periódico Il Sole 24 Ore advirtiendo que el sistema político italiano se dirigía hacia un nuevo bipolarismo: soberanistas (Liga y M5S) frente a europeístas (Forza Italia y PD). Los primeros caracterizados por un discurso populista y una abierta simpatía por las ideas representadas por el llamado Grupo de Visegrado, mientras que los segundos encarnarían los principios de Europa occidental y su sistema de valores.
Una encuesta publicada por el Corriere della Sera a finales de abril, en pleno proceso de negociación para la formación de Gobierno, confirmaba su predicción. Sostenía que el 32% de los italianos mostraba su preferencia por un Gobierno M5S-Liga. Para un 41% de los electores de la Liga su preferencia era un Ejecutivo con el M5S, mientras que un 59% del electorado del M5S se decantaba por ir con la Liga. Y lo más interesante: sólo el 16% de los seguidores del movimiento fundado por Beppe Grillo expresaba su preferencia por un Gabinete con el Partito Democrático.
Sin embargo, la tesis de Fabbrini era una voz que clamaba en el desierto. La mayoría de los análisis sobre las elecciones italianas, académicos como periodísticos, tanto en Italia como en el extranjero, convirtieron en lugar común que la Liga y el M5S son populismos antagónicos, representantes de valores e ideas irreconciliables. El resultado lógico de las negociaciones para la formación de Gobierno, por tanto, era un Ejecutivo compuesto por el M5S y el PD. A fin de cuentas, los interesados veían en ambos partidos una mayoría natural de izquierda. Sin embargo, la rápida ruptura de las negociaciones entre el PD y el M5S demostró que las fuerzas que se atraían eran muy otras. Nihil novum sub sole: el M5S ya se había negado en 2013 a formar Gobierno con el PD provocando la dimisión de su secretario Pier Luigi Bersani.
La idea de fondo que ha movido a defender que el M5S y la Liga son dos partidos populistas incompatibles es la distinción entre populismos de izquierda y derecha. Los primeros consideran al pueblo como demos y son favorables a una lógica de integración popular democrática. Los segundos, en cambio, consideran al pueblo como etnos y favorecen una lógica de integración popular cultural, lingüística o racial. Esta tipología resulta útil porque permite discriminar y clasificar distintos tipos de populismos. No obstante, llevada al extremo termina privilegiando una visión de los actores populistas como fenómenos de radicalización de partidos de izquierda o derecha. A pesar de que esta idea sería válida para explicar el origen de un buen número de partidos populistas, termina dando prioridad a las características que separan a los populistas frente a lo que otorga unidad de sentido al fenómeno del populismo: una forma particular de entender la política -conflicto radical entre pueblo y élite- que explota la desafección ciudadana.
El populismo triunfa en momentos de crisis. Trabaja sobre la percepción de que las cosas no van bien y responsabiliza directamente a la élite política, nacional y/o internacional, de todos los males que aquejan a la sociedad. Lo hace sin matices ni espacio para razonamientos complejos. Cabalga el malestar de los ciudadanos. Razón por la cual el populismo tiene poco espacio para el éxito cuando una democracia es robusta, la sociedad presenta niveles aceptables de cohesión y las instituciones políticas gozan de un grado considerable de confianza por parte de la ciudadanía.
El éxito electoral del M5S y la Liga responde a este patrón. Para Valbruzzi y Vignati, coordinadores de Il vicolo cieco. Le elezioni del 4 de marzo 2018 (Il Mulino, 2018) el resultado electoral del M5S y la Liga reside en su capacidad para articular un mensaje que responde a una demanda de protección en un escenario de desafección e inseguridad post crisis. En el caso del M5S se trataría de una protección de carácter material, que encuentra su mejor concreción en la promesa electoral de una renta de ciudadanía. En el de la Liga se trataría de una demanda de protección cultural, materializada en la promesa electoral de endurecer la política del Estado contra la inmigración ilegal que desafía el bienestar de los italianos y los valores de la cultura occidental. Sin embargo, convienen no tomarse esta separación de manera rígida. Hacerlo no permitiría entender la capacidad del populismo italiano para romper la lógica del voto en clave izquierda-derecha.
Como ya se dijo aquí en El viaje a la derecha de Beppe Grillo (EL MUNDO, 28/06/2017) a pesar de que un 30% de los votantes del M5S se considera de izquierda el movimiento dista mucho de poder ser clasificado como tal. Del mismo modo, se ha subestimado la capacidad de la Liga para atraer votantes de la izquierda replicando el éxito del Frente Nacional de Marine Le Pen entre los antiguos votantes comunistas. Ciertamente, el discurso de la Liga es liberal en lo económico. Pero eso no ha sido un impedimento para que en las elecciones de 2018 su promesa de protección y seguridad haya conseguido un crecimiento del 16% respecto a 2013 en la llamada zona rossa, sobre todo en ciudades como Florencia, Bolonia o Módena, donde el 20-24% del voto obtenido por la Liga viene del PD. La reciente victoria del centro-derecha liderado por la Liga en las elecciones municipales en ciudades históricas de la izquierda como Siena, Imola o Pisa confirma la consistencia de esta tendencia. En el norte de Italia, la Liga ha crecido en buena medida no sólo gracias a la transferencia de voto recibida desde Forza Italia, sino a costa de los votantes que en 2013 optaron por el M5S demostrando la intercambiabilidad del voto. Del mismo modo que el M5S ha seguido creciendo en el sur no sólo merced al votante del PD, sino también gracias a los votantes que en 2013 dieron su confianza a Forza Italia.
Nunca antes en la historia electoral italiana, tomada desde 1861, los partidos anti establishment habían generado un consenso positivo como el logrado por el M5S y Liga en 2018: 57,3%. Nótese que el apoyo a los dos principales partidos, FI y PD, en 2008 era del 83,1%. Este consenso se ha construido al margen de las divisorias ideológicas tradicionales. Sobre todo explotando el malestar de la ciudadanía con una clase política que no ha sabido dar una respuesta adecuada a tres problemas que los italianos consideran principales e interdependientes: Europa, la élite política y la inmigración.
Una foto fija. Según el Eurobarómetro, Italia ha pasado de tener un apoyo a la UE del 80% en 1991 al 34% en 2017. Es una tendencia general y presente en otros países europeos, pero ningún otro registra un declive tan pronunciado. Según el informe Gli Italiani e lo Stato que realiza cada año Demos&Pi el consenso antipolítico, entendido como sentimiento de rechazo de la clase política, no ha dejado de crecer. Si en 2008 un 38% de los italianos sostenía que la democracia podía funcionar mejor sin partidos, en 2017 lo sostiene el 49%. Finalmente, según publicaba La Repubblica a comienzos de febrero de 2018, para el 31% de los italianos la inmigración se ha convertido en el principal problema del país. Un 71% de los italianos considera que la cantidad de inmigrantes en el territorio es muy elevada, mientras que el 64% juzga de manera negativa la forma en la que el Gobierno -entonces del PD- gestiona el problema.
El caso del Aquarius ha servido para medir la popularidad del nuevo Gobierno de Salvini y Di Maio. Según el Corriere della Sera, el 59% de los italianos aprueba la gestión de la inmigración irregular que está realizando el Gobierno. Dada la tendencia de los partidos populistas a hacer política mirando a las encuestas de opinión, peaje necesario cuando se aspira a ser la voz del pueblo, la lógica invita a pensar que M5S-Liga seguirán explotando los problemas que les han llevado al Gobierno. A fin de cuentas, el populismo construye su espacio electoral y consolida su hegemonía política sobre el malestar ciudadano. Y en Italia el M5S y la Liga han encontrado campo abonado.
Jorge del Palacio Martín es profesor en la Universidad Rey Juan Carlos y coordinador con J. Zarzalejos y Á. Rivero de Geografía del Populismo. Un viaje por el universo del populismo desde sus orígenes hasta Trump (Tecnos, 2017).