Cabecita loca

Al Rey hay que concederle siempre el beneficio de la duda. Para eso está. Según la Constitución, carece de responsabilidad penal; ¿y si no puede cometer delitos, cómo va a poder meter la pata? Por eso a mí me pareció bien que en 2003 recibiera cordialmente al presidente independentista del Parlamento catalán Ernest Benach con su famoso «hablando se entiende la gente». Como también me pareció bien aquel abrazo que le propinó a Ibarretxe en 2004 en Vitoria, en plena operación secesionista del lehendakari, que enfadó tanto a Rosa Díez. Y como también me pareció bien que respaldara el proceso de paz y las conversaciones con ETA auspiciadas por Zapatero en 2007 con aquella referencia camuflada a cuenta del Ulster: «Hay que intentarlo… y si se consigue, se consigue».

Por eso ha vuelto a parecerme bien, ahora que el viento ha dado un brusco golpe a la veleta, que el sábado de la semana pasada, tras los atentados de Burgos y Mallorca, pronunciara la que sin duda será la frase del verano: «Hay que darles en la cabeza hasta acabar con ellos». Claro que para que, en este caso, me parezca bien, es imprescindible hacer una exégesis de lo que, en mi opinión, quiso decir.

Debemos descartar que el Jefe del Estado estuviera incitando a las fuerzas de seguridad a disparar en el cráneo a los terroristas de ETA; y menos si no es en el contexto de un enfrentamiento armado. Nadie debería atribuirle esa intención, ni siquiera si alguna vez se repitiera un episodio tan lamentable como aquella entrada y registro de la Guardia Civil en 1987 cuando murió la etarra Lucía Urigoitia de un tiro en la cabeza y luego el CESID asaltó subrepticiamente el piso del juez para sustituir las pruebas de balística y exonerar a los agentes de las imputaciones de homicidio. Es de Justicia subrayar que aunque el Jefe del Estado siempre ha respaldado la política antiterrorista de todos sus gobiernos, más allá de alguna que otra equívoca palmadita en la espalda a Barrionuevo, nadie podrá exhibir ni una frase ni un gesto equivalente a los antedichos que en aquellos años denotara complacencia con los crímenes de los GAL o cualquier otra manifestación de la guerra sucia.

Excluida pues la interpretación más literal de la frase, correspondería pasar a su sentido metafórico más obvio que es la invitación a golpear «en la cabeza» de la organización terrorista, es decir a actuar contra su cúpula directiva. Ahí se han quedado la mayoría de los comentaristas y esto es lo políticamente correcto, pero se trata de un enfoque que no termina de hacer justicia a las palabras del Rey o al menos no termina de extraer de ellas todo su potencial. Porque, de hecho, si de algo puede jactarse Rubalcaba es de haber desmantelado más veces y en menos tiempo que nadie el estado mayor etarra. Si hubiera querido decir sólo eso, el Rey se habría quedado corto, pues lo que ahora mismo se ha constatado es que ni la detención de Antza, ni la de Txeroki, ni la de Thierry, ni la de… han bastado para impedir que ETA haya cometido nuevos atentados y, sobre todo, tenga en mente cometer muchos más.

Lo bueno de la Monarquía constitucional, cuando su titular se comporta tan correctamente como en general viene haciéndolo Juan Carlos I, es que es un lienzo sobre el que cualquiera puede pintar y ver su propio retrato o diagnóstico de España. Por eso yo he creído entender; perdón, por eso yo he querido entender que la frase del Rey suponía un llamamiento a combatir lo que los etarras tienen «en la cabeza». Es decir, sus ideas, sus pretensiones, su proyecto. Esa sí que es una convocatoria que merece la pena, que atañe a todos los españoles y muy especialmente a todas las autoridades y que, como argumentaba el editorial de EL MUNDO del lunes, debe ser afrontada «con cabeza».

La prueba de que mi interpretación es mejor que las demás es que es la única que permitiría que el enunciado produjera el desenlace deseado. O sea que el «darles en la cabeza» sirviera para «acabar con ellos», toda vez que disponemos ya de suficientes elementos empíricos como para haber comprobado que ni la liquidación física de unos pocos o unos muchos terroristas, ni la tenaz captura de sus cúpulas directivas han permitido alcanzar tan anhelado objetivo. Sólo cortándoles las alas de la esperanza, haciéndoles ver la absoluta esterilidad del dolor que causan -y a veces también padecen-, demostrándoles por la vía de los hechos que jamás obtendrán sus pretensiones soberanistas y secesionistas, estaremos dándoles de verdad «en la cabeza». O para ser más exactos en el coco, donde más duele, justo debajo de la línea de flotación de la boina, en la funda mental.

Se trata de un ariete intelectual que hay que construir día a día, con lo grande pero también con lo pequeño porque todas las piezas son necesarias para hacerlo compacto y sin fisuras. O sea intimidador y creíble. Por eso me gustó que Don Juan Carlos fuera tan cordial en la audiencia del jueves con el alcalde de Calviá, Carlos Delgado, que ha estado a la altura de la ocasión, defendiendo los símbolos nacionales con su habitual falta de complejos. Y en cambio fue una lástima que no convocara para darle un tirón de orejas, de esos que él sabe administrar con campechanía como nadie, a la alcaldesa de Palma, la simpática y pizpireta Aina Calvo, por una iniciativa, consumada el propio lunes, que ha debido pintar la sonrisa en la comisura de los labios a los miembros del comando etarra, si es que continúan en la isla y leen los periódicos.

Me refiero al cambio de nombre de la Calle Mirador de Bahía en la zona residencial de La Bonanova, colgada sobre el puerto de Palma, que ha pasado a llamarse Carrer de Jean Batten. Y sobre todo a la justificación de la propia regidora, recogida por la agencia Efe, de que el problema era que el antiguo nombre «estaba en castellano». De hecho, el que los vecinos se enteraran apenas 72 horas antes y protestaran en vano, alegando que el cambio les va a costar a cada uno entre 800 y 1.500 euros en papeleo administrativo, no son sino agravantes específicos de la aplicación de un rodillo no ya municipal sino autonómico llamado Ley de Normalización Lingüística de Baleares.

¿Y quién era esa Jean Batten? Pues una aviadora neozelandesa que, después de haber realizado vuelos de mucho mérito, pasó los últimos años de su vida como anónima jubilada en Mallorca y murió olvidada por todos de resultas de la mordedura de un perro. Por eso cabe calificar de extraordinariamente oportuna la presencia del embajador de España en Auckland, don Marcos Gómez, en el acto de cambio de placa de la calle, pues es indiscutible que el sentido de identidad nacional y el orgullo patrio saldrán de este lance muy reforzados en Nueva Zelanda. ¿Qué sería de Nueva Zelanda si no fuera por los kiwis, los All Blacks y el Carrer de Jean Batten?

En Baleares, como en Cataluña -y en Galicia y en País Vasco hasta las últimas elecciones- se le llama «normalización lingüística» a la extirpación del espacio público de todas las expresiones de la lengua oficial del Estado y común a todos los españoles. Afecta hasta a las máquinas de café y en los principales municipios encuentra su complemento perfecto en la Ley de la Memoria Histórica. En el caso de Palma la corporación municipal presidida por Aina Calvo tiene previsto cambiar el nombre hasta a 130 calles por sus supuestas connotaciones franquistas. Los taxistas están de los nervios cambiando todo el día el GPS, pero el mensaje subliminal no puede estar más claro: esto de España y el español son reminiscencias de un pasado feixista con el que se debe ir rompiendo poco a poco.

Más allá de su apariencia frágil y aniñada, la alcaldesa Calvo -protegida de María Teresa Fernández de la Vega y con una razonable experiencia en la Administración central- pasa por ser persona de calidad. Por lo que me cuentan, ella justifica en privado algunas de estas iniciativas como concesiones al pacto municipal que ha dejado en manos de los independentistas del PSM la concejalía de Cultura y Toponimia. Por eso el ayuntamiento ha registrado el dominio Palma.cat, por eso el municipio subvenciona colonias de verano para que por 35 euros a la semana los castellanoparlantes solucionen su problema con chicos que les hablarán en catalán y por eso las propias formas lingüísticas mallorquinas están siendo eliminadas para dar paso al catalán canónico o normalizado.

Esto de los pactos y las mayorías es lo mismo que Montilla o el propio Zapatero alegan en relación a Esquerra Republicana que también forma parte del hexágono balear que lidera Antich. ¿Qué tienen en común todos los partidos, grupos y movimientos independentistas que, por las malas, por las buenas o por las regulares quieren desgarrar España? Pues que todos ellos convierten la supuesta lengua propia única en cimiento, o más bien coartada, del mito identitario sobre el que pretenden levantar un Estado. Piensan que cuando en Euskadi sólo se hable euskara y en Cataluña y Baleares sólo se hable catalán, la secesión será ya sólo cuestión de tiempo.

Es cierto que en la era de la globalización y la ósmosis permanente ese empeño es una quimera, pero cada vez que desde los poderes públicos se coacciona a las personas en beneficio de dichas lenguas propias -como si el español fuera algo postizo e impropio-, en lugar de poner todas las lenguas al servicio instrumental de las personas, se está alimentando el fuego sagrado de que hay una asignatura pendiente, un sueño que colmar, un desmán histórico que deshacer. Tan lógico es entonces que la gran mayoría de los creyentes en esa fe pretendan conquistar el paraíso por medios pacíficos, como que una minoría decida tomar el atajo de las armas. Sin tetas no hay paraíso, dice el más filosófico título jamás otorgado a una serie de televisión. Comprendo que lo llamativo sean las tetas, pero el busilis está en el paraíso.

Hace un año el Manifiesto por la Lengua Común a favor del bilingüismo y la libertad de elección de padres o comerciantes, firmado por académicos, empresarios, futbolistas, sindicalistas, toreros, cantantes o pintores de muy diversas ideologías pretendió pinchar el globo del soberanismo monolingüe que de manera tan artificial como implacable tratan de imponer los nacionalistas. El impacto en la sociedad fue enorme y en la mala conciencia de Zapatero, también. Pero en sus actos no tuvo consecuencia alguna porque él no quiere pactar nada con el PP y las cuentas siguen sin salirle a su PSOE si en ayuntamientos, autonomías o el propio Congreso de los Diputados no paga ese peaje a los separatistas.

Podrá alegarse que buscar el ADN del reguero de sangre que tantos días de luto ha proporcionado a España durante cinco décadas en el cambio de nombre de una calle suburbial remitida a las antípodas, es como mínimo un ejercicio intelectual arriesgado. Pero es que se empieza borrando de las placas de las esquinas las expresiones en español, se continúa eliminándolo de los carteles de información turística y las notificaciones administrativas y se termina proscribiendo su empleo como lengua vehicular en la enseñanza…

A este paso cualquier día vamos a ver al Gobierno de Zapatero respaldando un Estatuto de Autonomía en el que se atribuya el rango de nación a una parte de España, se consagre la bilateralidad en sus relaciones con el Estado y se establezca la primacía de su legislación sobre la de las Cortes Generales. Y a este paso cualquier comienzo de curso podemos encontrarnos con que los Reyes tengan que inaugurar las clases en un centro escolar en el que sea imposible estudiar en español.

¿Cómo? ¿Qué todo eso ha sucedido ya? No, no es posible. Sólo en el delirio de Jovellanos -«España… la Junta Central… nación sin cabeza…»- cabría imaginar un desaguisado así. Será el eco de las piedras del castillo de Bellver que rebota sus lamentos, dos siglos después de atenazar su libertad.

He estado en el Carrer de Jean Batten. Es un callejón sin salida desde el que se sigue mirando extraordinariamente bien la bahía y en el que casi la mitad de las viviendas tenían ya carteles -no, no es un recado a la aviadora- advirtiendo a sus potenciales asaltantes que deben tener «cuidado con el perro». Nada hay tan humano como el sálvese quien pueda. Pero no dramaticemos. A lo nuestro de ahora le puso música hace ya unos cuantos años Conchita Bautista: «Ca-becita loca, ca-becita loca, vas alborotando todo lo que tocas». ¡Ay esta alcaldesita de Palma, con lo buena chica que parecía!

Pedro J. Ramírez, director de El Mundo.