Cáceres y el cine

Que fue el arte del siglo XX, nadie lo duda. Que lo será en lo que venga, por mucho que las pantallas del ordenador, o del móvil se empeñen, también. El cine transformó la realidad de verdad, y ya no hay vuelta atrás. Una forma de contemplar la vida, el interior de las gentes giró en torno a las imágenes en movimiento. Fue algo mágico, y maligno, y sublime. Lo que formaba parte de la historia de la humanidad se convertía en eterno, algo sin un tiempo preciso, ni un lugar concreto. Todo formaba parte del gran escenario de la vida y de la historia. España posee un Patrimonio Histórico excepcional, un plató de ensueño. Cualquier ciudad con genuinos rasgos de un pasado único podía ser el centro de la acción, en donde se cruzan los siglos y los hechos, pero los monumentos, permanecían, siguen ahí. La historia escrita en las piedras. Lo que permanece y dura a lo largo de generaciones, tragedias, comedias, todo lo contenían en su paisaje: personajes, hechos, leyendas. De todas las ciudades con un extraordinario Patrimonio Histórico, Cáceres presenta una arquitectura cuidada, protegida, mimada sin parangón en el resto de sus colegas europeas.

Cáceres y el cineEuropa es la memoria de una civilización surgida por el indeleble empeño de vivir con el arte como emblema de su ser. Iglesias, conventos, plazas, calles, un laberinto deslumbrante. El cine descubrió ese escenario como el juego sin fin de un centón de historias. Del siglo XV a la ciudad moderna, todo cabía siempre que la fascinación de un tiempo sin fronteras permaneciera en la retina del espectador. La ciudad se multiplicaba. Estaba aquí y estaba en un ayer imaginario. Ciudad Patrimonio de la Humanidad, su casco histórico declarado Tercer Conjunto Monumental de Europa, Cáceres se convirtió, por el fascinante arte del birlibirloque cinematográfico, en la Francia de 1789, aunque la película «El tulipán negro» se rodara en 1964, gracias a las disparatadas aventuras, con unos formidables Alain Delon y Virna Lisi como personajes de la obra de Alejandro Dumas, por mucho que la adaptación cinematográfica se alejara de la novela. La presencia del cine en Cáceres no había hecho sino comenzar. Y de qué manera. Una década después, Juan Luis Buñuel dirige «Leonor». Viajamos al convulso siglo XV. La realidad y la fantasía se mezclan y confunden. El castillo de Arguijela de Abajo es el centro de la acción y Michel Piccoli y la internacional Liv Ullman interpretan una historia de fantasía siniestra entre sus muros. No pasaría más de un año cuando Vicente Escrivá se atreve con la versión para el cine de un clásico de la literatura española, «La lozana andaluza». Ahora es Maria Rosario Omagio y Enzo Cerusino quienes se encargarán de recrear las industrias y andanzas de pícaros y buscavidas en anhelo de fortuna, en la Roma renacentista del siglo XVI, la misma que provocaría el Saco de Roma de Carlos V, la que renace en Cáceres. De nuevo, su escenario permite, sin alardes tecnológicos sino con los meros alardes del Patrimonio monumental de la ciudad extremeña, recrear los ambientes y la atmósfera libertina y genial de la obra de Francisco Delicado. La cosa promete.

Cáceres ya está en el escala internacional de las grandes ciudades históricas. No es casual, por ello, que sea en 1985 cuando una gran superproducción fije sus ojos en Cáceres. Lo tiene todo. «Los señores del acero», dirigida por el polémico pero siempre innovador director holandés Paul Verhoeven, lleva a Cáceres a quien se había convertido en el actor icono del mundo por venir, gracias a su memorable interpretación como replicante en «Blade Runner» de Ridley Scott, Rutger Hauer. Hollywood había llegado a Cáceres. Ya no habría retorno. La ciudad alcanzaba un reconocimiento como escenario privilegiado internacional. Solo había que cuidar ese espacio. Y así se hizo. Porque llegaría el momento de la sensación verdadera. El momento en el que la pantalla, Cáceres, adquiriría el carácter de zona especial cinematográfica. 1992. Ridley Scott, el director de «Los duelistas», «Alien» y la citada «Blade Runner», llega a Cáceres para rodar «1492, la conquista del Paraíso». El reparto es excepcional: Gerard Depardieu, como Colón y Sigourney Weaver, nada menos que como Isabel de Castilla, además de los españoles Ángela Molina, espléndida, y el siempre sobrio, Fernando Rey. La película se rodó en Cáceres y Trujillo. El Patrimonio resplandecía. La ciudad cambió. Se multiplicó. La dimensión internacional, jalonada con la celebración de los quinientos años de la llegada de Colón a América fue un viaje sin retorno.

Los siglos XV y XVI eran Cáceres para el cine. Ya en 1996, Andrés Vicente Gómez como productor elige la ciudad monumental extremeña para que Gerardo Vera se ocupe de la dirección de una nueva versión de la inmortal «La Celestina» de Fernando de Rojas. Entonces, una jovencísima Penélope Cruz, Terele Pávez y Maribel Verdú ocupan el elenco del rodaje y las plazas del casco antiguo, Santa María, San Mateo y San Jorge y de nuevo el castillo de Arguijuelas son el trasfondo de los pasos erráticos de Calixto y Melibea. La historia de la literatura española se rueda en Cáceres, porque una década después, la protagonista será santa Teresa de Jesús, en «Teresa, cuerpo de Cristo», del escritor, y ahora director, Ray Loriga con una nueva generación de sólidas actrices: Paz Vega, Leonor Waatling, la veterana Geraldine Chaplin y el siempre inquietante Eusebio Poncela. Pero llegarían tiempos nuevos, la ciudad monumental es también testimonio de los tiempos presentes, como es el caso de «Planes para mañana» de Juan Macías hace ahora una década, la historia de tres mujeres inmersas en los desquiciados días de crisis y melancolías se ciernen en escenarios de la ciudad surgida tras la Historia, como el Paseo de Cánovas y el Kiosko de la Música. Todo vale, incluso la presencia de series de TV como «Juego de tronos» o «La catedral del mar», cuando de lo que se trata es de contar historias que enamoren y conmuevan al espectador con el inconmovible escenario de una ciudad que se mantiene en pie ante las tormentas de la Historia, los devaneos del tiempo y las incertidumbres de sus gentes. Una ciudad de cine, una metáfora formidable de lo que es el Patrimonio Histórico español y la manera de cuidarlo algo, esto de cuidarlo, y por comparar, de lo que naciones como el Reino Unido, antes del Brexit, han hecho: convertir su Historia en una multinacional industria cultural.

Fernando R. Lafuente fue director del Instituto Cervantes y es Secretario de Redacción de «Revista de Occidente»

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