¿Cada vez que te rindes, triunfas?

La gimnasta estadounidense Simone Biles durante los Juegos Olímpicos de Tokio
La gimnasta estadounidense Simone Biles durante los Juegos Olímpicos de Tokio

Hace años, cuando la sanidad pública no era un mural de reivindicaciones de un solo signo, era común ver en las salas de espera de los ambulatorios carteles de lo que tradicionalmente se conocía como anuncios de servicio público. “Come sano”, “no bebas alcohol”, “guarda silencio”, “respeta”.

Y mi preferido: “no fumes”.

En una de sus variantes, llamaba mi atención uno de esos carteles sobre abandonar el hábito: “Cada vez que lo dejas, triunfas”. Como no estaba familiarizado con la mitología clásica, lo atribuí a un error de concepción.

¿Cómo podía ser un triunfo dejar el tabaco más de una vez, presuponiendo con ello repetidas recaídas? Con el tiempo, acudieron en masa al rescate de los débiles toda una retahíla de eslóganes sobre levantarse, caer y sobrevivir que han encontrado en la política globalista de la resiliencia (“no tendrás nada y serás feliz”) su profético corolario.

Para demasiados, Simone Biles alcanzó el estrellato compitiendo. Pero no pasó a formar parte de la leyenda del deporte hasta que decidió apartarse en el cénit de la competición para volver días después y colgarse el bronce en barra.

Las explicaciones de su abandono temporal, más un paso a un lado que una decisión consistente, así como las comunicaciones oficiales de su equipo, aludieron a la salud mental. Esto habría revelado una reacción unánime de noble empatía de no ser por algunos interrogantes clave y porque la salud mental hace tiempo que dejó de ser tabú, en contra de lo que muchos quieren hacernos creer ahora. Mucho menos en la alta competición.

Las aproximaciones al caso (del que sólo conocemos la parte interesada) fueron durante días injustas, desmedidas y partidistas. Pero de ahí a sostener que Biles pasará a la historia por “saber abandonar a tiempo”, “sacrificar podios” y otras construcciones de bazar va un trecho en el que conviene enfangarse.

Toda la complejidad que reviste el debate de la salud mental en la elite del deporte (donde medran durante la carrera de un deportista personajes variopintos pendientes sobre todo de que este gane) queda intoxicada de anécdotas particulares amateur. Pero el sufrimiento no es cuantificable ni las razones subjetivas, un universo cerrado.

Lo más extraño del caso es cómo se ha abierto en canal una dicotomía política acerca de lo que significa abandonar una competición a la puerta de una o de varias medallas tras ser víctima de esa presión que facilita muchos malabares a las derrotas.

La izquierda, que hace no mucho danzaba en España bajo el lema Orgullo loco con el propósito de visibilizar (a su grotesca manera) el abandono de los pacientes de salud mental, ha seleccionado a Simone Biles para su vitrina sin esperar siquiera un diagnóstico claro. El subjetivismo encumbrando al tótem.

También hay grises entre lamentar que la sociedad premie el abandono a través de la incompleta explicación de un trastorno mental y deshacer tu carrera en un chasquido.

Por eso hay que establecer una frontera.

¿Está Simone Biles diagnosticada de alguna enfermedad o trastorno mental que haya sido ocultado a la opinión pública? Ella ha explicado que su problema específico es la desconexión coyuntural de su sistema nervioso, algo que pone en riesgo su integridad física en maniobras extremas.

¿Había sido tratada anteriormente de ello? En caso afirmativo, ¿por qué ha dejado de ser efectivo? Si la respuesta es no, ¿cuál es el desencadenante de este tipo de colapso, y de qué ha dependido que pudiera volver a competir apenas unos días después?

Sin respuestas, Biles queda automáticamente cancelada como ejemplo de superación. Jim Carrey explicaba desde la experiencia propia una distinción que hay que recordar para que nadie se lleve a engaños. Estar triste es una cosa, padecer de depresión es otra muy distinta. “La depresión es tu cuerpo diciéndote jódete” señalaba Carrey.

El miedo a competir (¿Biles, miedo a competir?) o el miedo al fracaso son dos síntomas distintos. El vasto tratado de Émile Durkheim sobre el suicidio, su causalidad y su aritmética tiene más de un siglo, pero parece publicado anteayer.

Pero si algo ha puesto de relieve el caso Simone Biles ha sido la estrecha relación del mundo que transitamos con la ignorancia más cerril. La perversión de las representaciones de la enfermedad mental, el brochazo grueso sobre su entendimiento y sobre su razón, no es más que otro renglón torcido en la experiencia de la modernidad.

El traidor es el que con el cuerpo caliente puede hacer apología del fracaso, legitimado a través de lo que universalmente se tiende a llamar salud mental. Categoría inexplorada por el gran público y todavía un constante desafío para la ciencia, pero una golosina en la era de los cuidados y la fascinación por la derrota que nos universaliza e iguala con los mejor dotados.

Simone Biles lleva toda su vida rodeada de psicólogos, asesores y agentes protegiendo no sólo su poderoso físico, sino protegiéndose también de la opresión del entorno, de las palpitaciones inoportunas y del largo etcétera de los fantasmas del Olimpo. Protegiendo su equilibrio, en definitiva.

Su última respuesta a algo tan trabajado contrasta con la aparente tibieza con que se toman su trabajo las personas que diariamente bregan con asuntos tan importantes como nuestra salud o nuestra libertad. Personas que han sido capaces incluso de frivolizar con ello usando a Simone Biles de ejemplo.

No se puede decir que retirarse de Tokio fuera a hacer a Biles peor persona, pero desde luego no le habría hecho mejor deportista. Y no, no triunfas cada vez que lo dejas, cada vez que te rindes o cada vez que dudas. La duda no es un deseable. Es una estafa fragmentada sostenida en vida, algo ligado a la supervivencia y la adaptación (es decir, a la incapacidad).

Hablamos de una deportista madurada en la victoria. Sería absurdo e infinitamente injusto igualar sus triunfos en competición a cualquiera de sus burnouts.

Desde el momento en que la izquierda se arroga algo tan desafiante como la salud mental, que apareja tragedias sensiblemente más dolorosas que dejar a medias un ejercicio o una ronda olímpica, lo más sensato es sospechar, tomar distancia y explicar detenidamente que abandonar nunca es un éxito.

Mucho menos, hacer de ello bandera. Al contrario.

Manuel Mañero es periodista y editor del blog The Last Journo.

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