Cadena perpetua para el constitucionalismo

Cierre de campaña espectacular el de Pedro Sánchez ayer en el Liceo. Frente a un público entregado, o más que entregado, costosamente adquirido con el dinero de todos, el líder del partido que gobierna España representó el acto final de su farsa de los indultos.

En la sala estaban los únicos aludidos por la obra, los autoindultados, en escena, y los que esperan obtener sus favores, en la sala.

Pero interesa poner el foco en los que quedaban fuera, pues son los verdaderos protagonistas. Los beneficiarios del indulto, que ni estaban ni se les espera, porque el nacionalismo está ya en otra pantalla. Y las víctimas del nacionalismo, esa sociedad civil que sí pide ser indultada y a la que el Gobierno del Estado, lejos de indultar, tiene la intención de condenar a cadena perpetua.

Que lo de ayer era un acto de autointendencia, que nada tiene que ver con la solución a la amenaza separatista, ofrece a estas alturas pocas dudas. Entre otras cosas, porque si algo hay que reconocerle al nacionalismo es que desde que se hizo al monte, no engaña.

Que lo volverán a hacer lo han dicho por activa y por pasiva refleja y perifrástica. Pere Aragonés ya ha rendido su visita de pleitesía a su rival en el exilio, Jordi Cuixart ha avisado, profético, que “el indulto será el preludio de la derrota que sufrirá España”, y Oriol Junqueras ha sentenciado, con más razón que un santo, que “el indulto es un triunfo porque demuestra las debilidades del Estado”.

Disculpen la cita trillada, pero viendo la escena es difícil no recordar el dardo que Churchill lanzó a Chamberlain por su política de apaciguamiento: “Os dieron a elegir entre el deshonor o la guerra, elegisteis el deshonor y tendréis la guerra”.

Con todo, siendo casos semejantes, el paralelismo no es exacto. Cabe decir, en desagravio de Chamberlain, que Hitler cedió más ante él de lo que los negociadores del independentismo han cedido ante Sánchez. Mientras que el inglés obtuvo para su país el tiempo que necesitaba para prepararse para la guerra, nuestro presidente ha emprendido una supuesta vía de distensión magnífica y magnánima, es decir, unilateral. O, de otro modo, a cambio de nada.

Esta gratuidad de la dádiva es reveladora. Me interesa mucho señalar la actitud unilateral y proactiva del sanchismo en todo este asunto. Este indulto es una gracia gratuita en toda la amplitud del término. Nadie la ha pedido e incluso sus propios beneficiarios la desdeñan. Tengámoslo claro. El Gobierno Sánchez da este paso sin presión y de manera plenamente voluntaria.

Varios analistas ya han dado una de las interpretaciones de este hecho. El PSOE se concede la dádiva a sí mismo. Los indultos tienen una condición boomerang, cuya gracia es la de mantener en el poder a quien los otorga. Son verdaderos autoindultos.

Los votantes estamos ahítos de malas noticias y ávidos de buenas. Ya lo advirtió el primero que se dedicó a estudiar su psicología, Gustave Le Bon. Las masas no están sedientas de verdades, sino de ilusiones, y quien se las proporcione será su amo. Lo comprobó con éxito el PSOE de Rodríguez Zapatero, que forzó a perder el honor a Pedro Solbes en aquellos días en que no queríamos oír hablar de crisis, y lo están volviendo a hacer, ahora ya con desparpajo y sin actitud vergonzante, porque apenas queda nadie ahí, con mando en plaza, que tenga honor que perder.

Por supuesto, que los indultos traerán la paz social y favorecerán la convivencia en Cataluña es una mentira dolosa. Pero mientras dure el engaño de la distensión, el beneficiado es el partido político que lo difunde, así que el Gobierno Sánchez indulta para mantener el poder (qui dia passa any empeny decimos en catalán) y poder disfrutar del reparto de los fondos europeos.

Dicho esto, en mi opinión existe una segunda razón que debe sumarse a la anterior. En esta ocasión no creo que el PSOE esté siendo cortoplacista. No lo creo, entre otras cosas, porque el discurso del socialismo español en este asunto lo dicta el PSC. Y en este partido, a diferencia del PSOE, sí existe un proyecto claro de país. El problema es que cuando el PSC habla de país, se refiere a Cataluña.

¿De qué estamos hablando entonces? Pues no de otra cosa que del proyecto soberanista del PSC, puesto en práctica por Iván Redondo, pero inspirado por quien es hoy el ministro de Política Territorial y Función Pública del Gobierno de España, Miquel Iceta.

En este nuevo marco, los indultos son sólo la primera dádiva de una cadena de cesiones. Así hemos de entender la decisión de Sánchez no como una torpe o inocente estrategia para combatir al separatismo, sino como una iniciativa plenamente coherente con su proyecto de país, orientada a conseguir la condición de plena desconexión de Cataluña en el marco de una España confederal.

La mano del socialismo catalán no es sólo visible por el objetivo perseguido, también lo es por el modus operandi. Que el PSC ha vivido toda su existencia de la traición a sus votantes lo sabe hasta el más tonto. Fue medrando porque, como dejó escrito Maquiavelo, aquel que engaña encontrará siempre quien se deje engañar, de suerte que cuando los catalanes descubrieron su trampa, cayeron en ella los progresistas del terreno español abonado por Zapatero.

Si en Cataluña los políticos del PSC lograron montar su extraordinaria agencia de colocación a costa de convertir a sus votantes en catalanes de segunda, ahora, en el resto de España, el sanchismo va a seguir medrando gracias al voto de los socialistas andaluces, murcianos, asturianos, manchegos, aragoneses o extremeños, que se verán más perjudicados por la desarticulación de lo poco que queda del Estado. Traición marca de la casa.

Y de momento lo están logrando. Sí, el mundo jurídico puede echarse las manos a la cabeza, pero eso poco importa. El Tribunal Supremo argumentó con contundencia su oposición a la medida de gracia y un manifiesto impulsado por la asociación Consenso y Regeneración está obteniendo el respaldo de figuras principales del mundo jurídico. Por otro lado, tampoco es necesario ser un jurista experto para intuir que la arbitrariedad de un Gobierno que confunde justicia con venganza es una aberración jurídica, un acto ilegal.

Sin embargo, como digo, todo eso importa poco, porque la partida se juega en otro tablero. Se libra en el terreno que a los urdidores de la política populista les ha interesado: el de las emociones.

El sanchismo ha activado un marco mental propicio para los indultos. Ellos hablan de humanismo, de magnanimidad, de concordia, de convivencia, de diálogo, de distensión. Son todas ellas palabras talismán, especialmente útiles para ganarse el favor del público en una España que es la cristalización de El Imperio del Bien contra el que nos alertó Philippe Muray.

Porque, en efecto, frente a toda esta acumulación de buenismo, ¿qué papel le queda a la Justicia? Uno muy poco lucido. La ley tiene poco sex appeal, pero pasa a no tener ninguno si, como hace el Gobierno, se la coloca como opuesta a la paz, a la conveniencia, a la utilidad pública. ¿Desde cuándo ha sido una opción popular aquello del fiat iustitia, et pereat mundus?

Así, al presentar el debate como términos opuestos, en una clara falacia de petición de principio, el Gobierno Sánchez espera en emboscada a sus críticos desde una posición que se retroalimenta gracias a su contraria. Cada vez que alguien señala la importancia del imperio de la ley, sin cuestionar esa falacia, pierde la partida de entrada, pues al entrar en debate otorga tácitamente que el incumplimiento de la ley redunda en beneficio de la ciudadanía, al ser supuestamente necesario para resolver el problema de Cataluña.

Por eso es necesario negar la mayor. No hemos de decidir entre ley y convivencia, por la sencilla razón de que el argumento de que estos indultos son de utilidad pública porque “proyectan su efecto beneficioso al conjunto de la sociedad”, como proclamó Iceta ante los que de verdad son los suyos, en el Consell Nacional del PSC, es una gran mentira.

Esta contra legem no inaugura “tiempos de indultos, tiempos de perdón, tiempos de concordia”, por decirlo con la cursilería de este bailarín populista que defiende que la política se decida “desde el corazón”.

No, no es necesario ser Churchill para saber que habrá guerra igualmente, pues el independentismo mantiene las espadas en alto y no ha renunciado ni a uno solo de sus objetivos ni de sus métodos, y mantiene intacto todo su poder y toda su hegemonía.

Y lo que es peor, la situación de España para afrontar la próxima acometida separatista será mucho más débil. Porque lo que inauguran los indultos es una nueva etapa en la que la opción alternativa a la independencia inmediata de Cataluña que defenderá el Gobierno de España ya no será el respeto a la Constitución de 1978, sino una independencia en diferido con una estación previa de federalismo asimétrico (lo mío, mío, y lo tuyo, de ambos), muy parecida a la que establecía el Estatut que fue declarado inconstitucional.

En esta nueva etapa, el PSC, ahora con mando en las plazas de Barcelona y Madrid, suministra, según su natural, las mejores estrategias para la traición.

Este partido fue el laboratorio donde se gestó la espiral de silencio que permitió la consolidación del nacionalismo. Fue gracias al socialismo catalán que la situación de atropello de derechos de los catalanes de segunda pudo venderse como una política de consenso. Sin su concurso, el nacionalismo jamás habría sido hegemónico en Cataluña.

Fueron necesarios muchos años para que en la sociedad civil catalana llegasen a fraguar iniciativas que superaran el miedo a disentir, esa herramienta de ingeniería social que el socialismo catalán regaló al nacionalismo. El hilillo de voz disidente que sólo surgía de entidades minúsculas y desatendidas por el Estado, como Asociación por la Tolerancia o Convivencia Cívica Catalana, se convirtió al fin en una voz que sonó en toda Cataluña.

Hoy, rota la espiral de silencio, el socialismo acude en ayuda del nacionalismo con otra herramienta: la espiral de la resignación.

Toda la batalla en el campo minado de los indultos está planteada desde el Gobierno de la nación para dividir y desanimar a quienes rechazan el separatismo, y prepararlos para que comulguen con la rueda de molino del soberanismo que defiende el PSC, convenciéndolos de que un diseño confederal es la única alternativa a la ruptura total con España.

Para el Gobierno Sánchez hay que conceder el fuero y también el huevo, como bien saben los empresarios del Cercle de Economía que aplaudían (con las orejas, porque las manos se las estaban frotando) la promesa de una nueva relación entre el Estado y Cataluña. Por eso los indultos están muy lejos de tener utilidad pública, a no ser que entendamos que los intereses de los españoles que creen en la igualdad de derechos entre todos los ciudadanos de España es algo que carece del menor interés, que es lo que me temo que entiende Miquel Iceta.

Los indultos trasladan el mensaje de que para combatir el separatismo hay que resignarse al nacionalismo. Son un ariete ideado desde el PSC y fabricado por el Gobierno de España para la desmoralización del electorado constitucionalista.

De nuevo la esperanza radica en la sociedad civil. La resistencia que no sucumbió a la espiral de silencio hoy muestra una firme oposición a que el Gobierno de España acabe presentando como solución para el problema del separatismo el blindaje de la Cataluña que diseñó Jordi Pujol con la ayuda del PSC.

Sólo de ella, de irreductibles altavoces como Dolça Catalunya o El catalán y de entidades como Aixeca’t-Levántate, Impulso Ciudadano, S’ha Acabat, Foro de Profesores, Universitaris per la Convivència, Cataluña Suma, Somatemps, Hablamos español, Cataluña por España y hasta veinte asociaciones reunidas en la Mesa Cívica, el órgano interlocutor del constitucionalismo civil, puede surgir el rechazo a la resignación.

Un rechazo a rendirse necesario, motivador, movilizador, pues como dejó escrito Honoré de Balzac, “la resignación es un suicidio cotidiano”. Esta gente, entre quienes me incluyo, no va a aceptar que el Gobierno de España nos imponga una cadena perpetua bajo el nacionalismo.

Pedro Gómez Carrizo es editor.

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