¿Cae Netanyahu?

La disolución del parlamento israelí, el Knesset, sólo un día después de que el primer ministro Benjamín Netanyahu echó a dos altos miembros del gabinete, es un giro sorprendente. De hecho, el llamado a los israelíes a votar el próximo marzo (más de dos años antes de la fecha prefijada) puede significar el fin del gobierno de Netanyahu, con importantes consecuencias no solo para Israel, sino también para todo Medio Oriente.

Hasta hace unos meses, la fortaleza política de Netanyahu parecía incuestionable, y se esperaba que su gobierno de coalición (más allá de algunas rencillas internas) cumpliera todo su mandato. Ni el 10% de los israelíes hubiera preferido al líder de la oposición, el laborista Isaac Herzog, como primer ministro.

Pero el armado empezó a deshacerse cuando dos ministros renunciaron abruptamente aduciendo compromisos familiares o desacuerdos políticos. Luego vino la guerra sin resultados concluyentes de Gaza, que al no cumplirse la promesa de Netanyahu de “aplastar a Hamás”, dañó su credibilidad, sobre todo cuando ministros como Neftalí Bennett, líder del partido nacionalista‑religioso Hogar Judío, desafiaron abiertamente sus políticas.

Cuando en 2014 algunos parlamentos europeos votaron a favor del reconocimiento de Palestina como estado independiente, muchos israelíes (que siempre habían culpado a los palestinos por el fracaso continuo de las negociaciones de paz) empezaron a preocuparse. Encima, los encontronazos públicos de Netanyahu con el presidente estadounidense Barack Obama generaron en los israelíes (incluidos los partidarios del Likud de Netanyahu) temor a que las políticas de su gobierno estuvieran profundizando el aislamiento de Israel y de tal modo deteriorando su seguridad.

La situación interna no es mucho mejor. Netanyahu no cumplió sus promesas posteriores a las masivas manifestaciones de 2011 de resolver el enorme encarecimiento del costo de vida, especialmente para las parejas jóvenes. Por el contrario, los precios de las viviendas no paran de subir. Cuando Yair Lapid (el ambicioso pero inepto ministro de finanzas, líder del partido centrista Yesh Atid) propuso eximir del impuesto al valor agregado la compra del primer departamento de las parejas jóvenes, Netanyahu respondió en forma vacilante, y eso puso en duda su capacidad de controlar a su propio gabinete.

Pero la gota que colmó el vaso fue el apoyo de Netanyahu a un proyecto de ley que busca constitucionalizar la identidad de Israel como estado nacional del pueblo judío, en detrimento de sus ciudadanos musulmanes, cristianos y drusos. El proyecto, que pone la identidad judía de Israel por encima de sus principios democráticos, causó profundas divisiones no sólo en el electorado, sino también dentro de la coalición de gobierno.

Netanyahu, viendo expuesto su liderazgo débil y vacilante, echó a sus adversarios, Lapid y la ministra de justicia Tzipi Livni (que también se opuso a los planes de construcción de asentamientos de Netanyahu) y convocó nuevas elecciones. Pero la verdadera sorpresa vino después: Herzog y Livni (líder del pequeño partido centrista Hatnuah) declararon que concurrirán a las elecciones juntos y que, en caso de ganar, se alternarán en el puesto de primer ministro.

Esto cambió el discurso político israelí casi de un día para el otro. En vez de invencible, ahora Netanyahu parece un primer ministro fracasado, confrontado por un bloque de centroizquierda que puede convertirse en la voz más poderosa del Knesset. Los votos que necesita la alianza de Herzog y Livni pueden salir de los votantes del Yesh Atid, desencantados con Lapid por no haber cumplido su promesa de una “nueva política” de eficiencia y transparencia.

Algunos de los partidos ortodoxos moderados, que han atravesado sus propias divisiones internas, también dieron señales de estar dispuestos a colaborar con un bloque de centroizquierda que permita a Israel hacer avances reales. Hasta el ministro de asuntos exteriores, Avigdor Lieberman, jefe del derechista partido Yisrael Beiteinu, empezó a criticar a Netanyahu por dañar la relación con Estados Unidos, e insinuó que no descarta unirse a un gobierno de centro.

Todo esto es un buen presagio para la alianza Herzog-Livni. Pero en política, tres meses es mucho tiempo. Netanyahu será un primer ministro de capa caída, pero en campaña es un político formidable. Y aunque la alianza centrista sea la propuesta más votada, igual necesitará formar una coalición con otros partidos para lograr la mayoría en el Knesset. Si obtiene menos de 30 de los 120 escaños es posible que busque socios entre los ortodoxos, en cuyo caso se arriesga a perder el apoyo de los votantes seculares moderados.

Además, una vez en el poder, la alianza Herzog-Livni tendría serios desafíos que enfrentar. El primero es lograr un acuerdo con los palestinos. Como el liderazgo político palestino está dividido entre la Autoridad Palestina de Al Fatah, que controla Cisjordania, y Hamás, que estableció un régimen fundamentalista islámico en Gaza, de poco servirá un acuerdo entre Israel y el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas.

Sin embargo, un gobierno de Herzog y Livni traería cambios significativos, sobre todo en lo referido a la relación con Europa y Estados Unidos. De las políticas y declaraciones desafiantes de Netanyahu, que le restaron a Israel apoyo incluso de sus aliados más cercanos, se pasaría a una actitud realmente negociadora y dispuesta a hacer concesiones genuinas.

Esto daría nuevas esperanzas a los israelíes cuando más se las necesita. En Israel son cada vez más los que piensan que es tiempo de trazar un nuevo camino.

Netanyahu siempre quiso convencer a los israelíes de que hacer la paz con los palestinos es imposible, pero no explicó la clase de país en que se convertirá Israel si sigue mandando sobre millones de personas contra su voluntad. Esto es lo que llevó a tantos occidentales a cuestionar a Israel, y algunos incluso su legitimidad misma. Si el sionismo implica dominación eterna de los palestinos, ¿es realmente merecedor de apoyo?

La alianza Herzog-Livni se bautizó provisoriamente como “Campo Sionista”. No parece un nombre muy atractivo (y es probable que lo cambien), pero expresa una verdad esencial: el sionismo tiene que ver con el derecho a la autodeterminación del pueblo judío, no con la dominación permanente de otro pueblo. Esperemos que en marzo los votantes israelíes lo comprendan.

Shlomo Avineri, Professor of Political Science at the Hebrew University of Jerusalem and a member of the Israel Academy of Sciences and Humanities, served as Director-General of Israel’s foreign ministry under Prime Minister Yitzhak Rabin. His most recent book is Theodor Herzl and the Foundation of the Jewish State. Traducción: Esteban Flamini

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