Caetano contra la censura

El cantante brasileño Caetano Veloso, a la derecha, y junto a él la actriz Sonia Braga durante la protesta "Un pueblo sin miedo" en apoyo a miles de familias del Movimiento de Trabajadores sin Techo, el 30 de octubre Credit Nelson Almeida/Agence France-Presse -- Getty Images
El cantante brasileño Caetano Veloso, a la derecha, y junto a él la actriz Sonia Braga durante la protesta "Un pueblo sin miedo" en apoyo a miles de familias del Movimiento de Trabajadores sin Techo, el 30 de octubre Credit Nelson Almeida/Agence France-Presse -- Getty Images

Parece una ironía cabalística que 2017 —año del avance conservador en Brasil y en el mundo— coincida con el 50.º aniversario del Tropicalismo, un soplo de irreverencia y liberación en la cultura brasileña de fines de los años sesenta y que fue encabezado por artistas que aún hoy se mantienen en la vanguardia musical como Caetano Veloso y Gilberto Gil. Según el antropólogo Luis Eduardo Soares, esa corriente de contracultura ayudó a que Brasil se volviera “menos provinciano y racista que hace medio siglo”. ¿Pero podemos en verdad estar seguros de que Brasil ya no es un país atrasado?

Cuando Veloso cuenta en su libro Verdad tropical sobre sus meses preso en los sótanos de la dictadura, describe Brasilia, la capital, como “casi desde siempre el centro del poder abominable de los dictadores militares”. La frase sigue siendo definitoria. Hoy no son los militares, sino los grupos evangélicos y ruralistas –los más fuertes dentro del parlamento– los que han secuestrado la agenda nacional. Y están llevando adelante una especie de contrarreforma. Este año los brasileños hemos visto cómo el gobierno de Michel Temer promovió la disminución de derechos laborales, la flexibilización de reglas de preservación ambiental y de la fiscalización del trabajo esclavo. Pero, en realidad, la contrarreforma va más allá de lo político y económico: es también social, religiosa y cultural. Al contrario de la Tropicália, el soplo es represor y reaccionario.

Hace poco, grupos de jóvenes marcharon contra la libertad artística y en nombre de la “moral y las buenas costumbres”. Aunque el motivo parezca diferente, el impulso es semejante: como los militares, esos grupos quieren restringir la libertad. Y Caetano vuelve a ser uno de los blancos cincuenta años después de haber estado preso por sus canciones irreverentes.

El músico siempre ha sido un observador atento, alguien que se siente cómodo en su papel de crítico. Protestó contra el juicio de destitución de Dilma Rousseff y ha estado a la vanguardia en las críticas contra el gobierno de Michel Temer. En un momento en que el horizonte político está nublado, han sido él y Paula Lavigne, su pareja, quienes han tomado en sus manos la tarea de organizar discusiones con artistas y líderes políticos de distintas banderas para discutir el futuro del país y campañas en internet en contra de retrocesos sociales promovidos por el gobierno. Con su marido como portavoz, Lavigne, quien es también una empresaria exitosa, parece haber encontrado como activista política de la clase artística una segunda vocación.

Pero aunque parezca una quijotada romántica, es irónico que sea Caetano, a los 75 años, uno de los pocos que quiere organizar el movimiento de oposición al gobierno. Los jóvenes de izquierda se han mostrado indiferentes frente a estos grupos que actúan como ariete de la derecha retrógrada. Pero si no se unen al combate en contra el retroceso social, no tendrán la menor posibilidad de ganar esa guerra. Los signos empiezan a aparecer por todos lados.

En octubre, la exposición QueerMuseu, en Porto Alegre, cerró de improviso por presión del Movimiento Brasil Libre. Este grupo neoliberal nació como el principal promotor de las protestas a favor del juicio político de Dilma Rousseff y se convirtió en un agente importante en el tablero político. Para ellos, la exposición —una retrospectiva de las artes brasileña desde la perspectiva de las minorías LGBT— es una apología a la pedofilia y el bestialismo, un argumento que fue negado por las autoridades.

El caso fue el centro de un furioso debate en las redes y en los diarios. Pero eso no fue suficiente. La cólera moralista también se volcó contra el Museo de Arte Moderno de São Paulo, donde una niña acompañada por su madre le tocó el pie a un artista desnudo que hacía un performance. En Jundiaí, a una hora de la capital paulista, un juez prohibió la exhibición de la obra “El evangelio según Jesús, reina de los cielos”, alegando que un travesti no podría interpretar al personaje de Jesucristo.

Caetano Veloso y Paula Lavigne, madre de sus dos hijos más jóvenes y también su representante, reaccionaron a esta oleada de censura. Ella organizó el movimiento #342Artes, una continuación de un movimiento anterior, que intentaba convencer a un mínimo de 342 diputados de votar para enjuiciar al presidente Temer por corrupción. Los diputados salvaron a Temer, pero el movimiento continuó presionando por otras causas. Tras movilizaciones de artistas y celebridades que apoyan a #342Artes, Temer se vio forzado a derogar un decreto que flexibilizaba reglas de protección ambiental.

Cuando los ataques a los museos empezaron, Lavigne entró de nuevo a la refriega con el #342Artes. El MBL contraatacó: desenterraron una entrevista en que Lavigne contaba que había tenido su primera relación sexual con Caetano cuando ella tenía 13 años y él 40. El nombre de Caetano terminó en las principales tendencias de Twitter con la etiqueta #CaetanoPedófilo.

Desde la izquierda: Caetano Veloso y Gilberto Gil, fundadores del movimiento musical brasileño Tropicalia, durante la primera de sus dos presentaciones en la Brooklyn Academy of Music, el 20 de abril de 2016
Desde la izquierda: Caetano Veloso y Gilberto Gil, fundadores del movimiento musical brasileño Tropicalia, durante la primera de sus dos presentaciones en la Brooklyn Academy of Music, el 20 de abril de 2016

Es común que las nuevas generaciones quieran romper con el pasado para hacer algo nuevo. El propio Caetano simbolizó la contracultura de su tiempo. Pero las juventudes reunidas en torno a movimientos como el MBL no proponen nada nuevo o mejor: promueven la rabia sin debate. El ataque contra Veloso es personal. Y bajo.

Caetano y Paula se conocieron casi tres décadas antes de que la relación con menores de 14 años fuera tipificada como delito. Es más: su relación ha sido legitimada por el tiempo. Pero la estrategia de combate de estos grupos es desacreditar a quien defiende ideas distintas para desmoralizarlo y anular su discurso. Detrás de sus campañas basadas en datos incorrectos o informaciones falsas como las que acusan acciones de pedofilia, esconden el hecho de que pidieron la cabeza de Rousseff por corrupción, pero hoy apoyan a Temer, el primer presidente denunciado por corrupción en el ejercicio del cargo; que lograron apoyo al juicio de destitución, pero no a las reformas para disminuir el peso del Estado a costa de los derechos sociales.

En una escena de Verdad Tropical, Caetano es llevado a hablar con un general, quien le comenta sobre el “insidioso poder subversivo” de la obra de los tropicalistas. “Decía entender claramente que lo que Gil y yo hacíamos era mucho más peligroso que lo que hacían los artistas de protesta con su compromiso explícito y ostentoso”, escribió Caetano. O sea: el problema no era lo que cantaban, sino la liberación de los cuerpos y del sexo que profesaban. Cincuenta años después, la historia se repite con leves variantes. En medio de una división social sobre el rumbo de la política y la economía, grupos como el MBL distraen a la opinión pública apelando al moralismo de la sociedad. Es la hora de la farsa.

La semana pasada, acompañé a Caetano y a Paula durante su visita a un campamento del Movimiento de los Trabajadores sin Techo (MTST), en São Bernardo do Campo, São Paulo, donde viven alrededor de ocho mil familias sin casa. Días antes, en una fiesta en Río, el músico, un mito viviente, había visto a Madonna arrodillarse a sus pies en señal de devoción. Ahora, estaba sentado en un banco de madera rústica esperando para sacar su mejor arma –la música– en busca de lograr apoyo popular al problema del déficit habitacional. Para lograrlo precisaba, sin embargo, vencer la ofensiva de la alcaldía de la ciudad que buscaba impedir el concierto.

El sol de la tarde ya caía afuera cuando Lavigne llegó confirmando que una jueza argumentaba que el local no era seguro para los asistentes y había establecido una multa de 500.000 reales si no cumplían su orden de suspenderlo. Caetano no compró la justificación. “Lo que querían era encontrar una manera de prohibir”, dijo. Desde la dictadura, no se le había prohibido cantar al músico. Después de un breve discurso en el que prometió presentarse otro día, se marchó vestido con su camisa de camuflaje militar, como si hubiera querido dejar claro que está listo para el combate.

Carol Pires es reportera política y colaboradora regular de The New York Times en Español. Vive en Río de Janeiro.

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