Caída y fuga de Carod

Por Xavier Bru de Sala (LA VANGUARDIA, 31/01/04):

Mucho antes de que el arcángel Luciferino, conseller en cap de una parcela celeste, decidiese rebelarse, Dios le tenía preparados los cuernos, la cola, las patas de cabra y las alas, de oscura y pegajosa membrana, en sustitución de las inmaculadas plumas. ¿Quién le había metido en la cabeza la simiente que le llevaría a salirse del guión? ¿Se trata de un defecto congénito? Lo menos triste es suponer que, poseyendo la pulsión de la perfección, implantada por la presencia y ejemplo permanente de Dios, no quería ser menos, sino igual a Él, por lo que no dudó en encontrarse cara a cara con el mal. No enviado por el Sumo Poder, el único que tenía la potestad de hacerlo, sino por su cuenta y riesgo. Sin permiso, a escondidas. Quien todo lo sabe (pero no acabaría con el mal, aun pudiendo) esperó la mejor ocasión para atronar todos los cielos con la proclamación de la infamia por todos sus indignados altavoces.

Doblemente contaminado, por haberse saltado las normas sagradas, y por el propio roce directo con el mal, Luciferino en cap debía ser expulsado del paraíso. A lo primero, el president le protegió, no por convicción, sino por temor a que le arrastrara en su caída, pero al día siguiente cedió a las presiones y se sometió al poder central. No le acabó de expulsar, pero le desposeyó de todo su poder y le puso en la frente y la espalda los atributos del diablo que Dios le había mandado. Falta-ría más.

En la primera de TVE, dan una alegre canción a las nueve de la noche, antes de las noticias, en la que los Lunnis, seres virtuales de animación, invitan a los niños a irse a la cama del mejor humor. Ahora van a cambiar la letra: los peques y los catalanes, sobre todo sus políticos, a dormir a las nueve y no meterse en los juegos de los mayores, demasiado serios para ellos. Sabia admonición. En los momentos de la verdad, los catalanes no estamos en condiciones de calibrar con exactitud las correspondencias entre palabras y hechos, entre unos hechos y sus consecuencias. Por eso Barcelona fue el año pasado capital mundial de la paz, sin que por ello se alterara un milímetro el curso de los acontecimientos; por eso nuestro “disseny” es el más esteticista del mundo –¡españoles, os embarga la ética!–; por eso Pujol se pasó veintitrés años absteniéndose de romper un plato, sentado sobre el pequeño volcán del nacionalismo catalán, sin dejar escapar una gota de lava que aligerara la presión.

No fue sólo Carod-Rovira quien cayó el martes a las cinco de la tarde. Con él, se empezaron a hundir las esperanzas y expectativas de la parte de la sociedad catalana que considera suficientes sesenta y cinco años sin levantar cabeza y plantar cara. Y al mismo tiempo las de la izquierda entera. El equivalente de la operación Tamayo, que corrigió el resultado de las urnas con otra convocatoria donde los ganadores se vieron obligados, por sus culpas y el aprovechamiento de ellas por parte del PP, a acudir cubiertos de vergüenza, estaba a punto de triunfar en la plaza Sant Jaume. Cambiaba solamente la naturaleza y gravedad del fallo –mucho más imperdonables en Carod, claro–, pero la situación era similar en todo lo demás, y el mensaje, “o PP o caos” era el mismo. Aunque los de Aznar no tuvieron en cuenta las dos diferencias entre Madrid y Catalunya. El factor nacionalista y la mencionada disrupción catalana entre palabra y acto, que es de doble sentido y actúa a modo de colchón protector.

No es extraño que en las situaciones de torbellino, y estamos en una de ellas, se produzcan giros vertiginosos, novedades imprevistas y cambios súbitos de ubicación, nadie sabe hasta qué punto efímeros. No había pasado una hora desde que Maragall acatara la orden de hundirlo, y Carod emergía de nuevo. El efecto de la fuga hacia delante sobre su electorado fue fulminante. Cuanto más indignados estén los que lo están, más Carod se convertirá, a ojos de sus votantes potenciales, en especial los jóvenes, que pueden sobrepasar el medio millón, en héroe y víctima. La misma noche, y después de las noticias, a la hora de los mayores sólo le faltó anunciar en TV3 que daría el primer mitin en Prats de Molló. Que resulte como mínimo rocambolesco y fuera de coordenadas no significa que Carod no pueda salir reforzado como líder mediante unos votos que, si ayer fueron de protesta por las alianzas entre CiU y el PP, mañana serán de adhesión y cheque en blanco a un liderazgo carismático con notables ribetes chiripitifláuticos. A no ser que aparezca algo mucho más contundente en el torbellino originado en su reprobable contacto con el mal, y le vuelva a hundir –si bien por ahora todo contribuye a elevarlo–, la metáfora, que debía acabar con el rebelde purgando su pecado en el infierno y con la vuelta al orden pepeconvergente, termina con Luciferino en cap en pie, arrancándose los cuernos de la cabeza, dándoles la vuelta y convirtiéndolos en banderillas simbólicas que se dispone a clavar en lo más negro de la piel de toro. ¿Con qué fuerza? Depende de sus votos.

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