Calidad personal en educación

La reflexión sobre la educación en general, la escuela y los docentes en concreto, ha sido interesante y fructífera en estos años pasados desde el 5 de octubre de 1984, cuando Naciones Unidas aprobó la celebración en esa fecha del Día Mundial de los Docentes. Es obvio apuntar –aunque no está de sobra hacerlo– que la escuela tiene un papel sustancial que desempeñar en la sociedad y se espera de ella responder a las expectativas que se le plantean. La educación tiene, dicho en otras palabras, una función social y cultural ineludible, y es un factor clave para la generación de conocimiento y para el desarrollo general. De ahí que en algunas épocas se hace preciso replantear determinadas cuestiones o reformas que modifican su orientación y proyección social. Si nos preguntamos por las orientaciones más presentes hoy día en el mundo de la educación, podríamos señalar varias, de las que destacaría dos: la misión social de la educación y la preocupación por la calidad.

A nadie escapan las importantes consecuencias que tiene situar el éxito en el corazón de la educación, o, dicho de otro modo, concebir que el fin de la educación es triunfar en la vida, interpretando el éxito en función de categorías economicistas, tecnológicas o de simple y estricta aceptación de propuestas, ideas y actuaciones concretas. Que lograr el éxito es uno de los fines esenciales de la educación, es una afirmación ampliamente compartida en la cultura en la que vivimos. Suele además pensarse que calidad y éxito, concebido este último como triunfo, son lo mismo. Se persigue así el éxito académico, el éxito emocional y el éxito laboral, en el marco de la búsqueda de supuestos mayores índices de calidad en la educación.

Pienso que sería un error –aunque tantas veces lo constatamos– confundir la calidad con el éxito y sería un sinsentido hacer depender la calidad del éxito: sería el mundo al revés. Esta es la concepción del éxito de carácter emotivo-social, que implica una especie de confusión entre calidad y cantidad: lo mejor es entonces lo más vendido, lo más visto, lo más votado, etcétera. En este marco, podemos preguntarnos: ¿la búsqueda afanosa de resultados tangibles y considerarlos como emblema de calidad es algo sensato o no? Esta búsqueda más o menos obsesiva de resultados ¿no supone de algún modo un fraude?, ¿no podría entrañar el riesgo de supeditarlo todo al final del proceso, desestimando todo lo que le precede?

El interés por la calidad de la educación surge cuando ya no es tan necesario preocuparse por la cantidad. La idea de calidad no es nueva: la calidad sugiere algo que es propio de la educación misma: la orientación intencional hacia la mejora, la excelencia. Sin embargo la palabra «calidad», empieza a aplicarse a gran escala a la educación en la década de los 80, para afrontar dos problemas claramente percibidos: la pérdida tanto de la competitividad en las empresas, como de la integración en la sociedad. Estos problemas, se decía, son consecuencia del mal estado de la educación; por tanto hay que promover una educación de calidad.

Un tópico habitual es identificar de manera acaso superficial la calidad con una educación elitista, para descalificar a la primera por su supuesto carácter discriminatorio. Pero, en mi opinión, la verdadera calidad en educación no está reñida, sino todo lo contrario, con la equidad y la justicia social. Quienes creen lo contrario están pensando más en los sistemas educativos, con las limitaciones que tienen, que en la educación desde una perspectiva personal. Lo que sí es cierto es que la preocupación por la calidad surge, a finales del siglo XX, en el contexto de la búsqueda de la competitividad económica, y que ha traído consigo la creación de organismos para el control y evaluación de la enseñanza.

Esta noción de calidad puede entenderse en el ámbito de la educación fundamentalmente en dos sentidos: en un sentido político-social (relacionado con la calidad del sistema educativo, aspectos más externos o estructurales) y en un sentido propiamente educativo (calidad de la educación propiamente dicha, sentido personal y social: la realización personal). En ese segundo sentido la calidad supone –y es el de mayor interés recordar en una fecha como la que celebramos– promover la mejora personal, más allá del logro de unos indicadores externos de calidad, que tal vez son condición necesaria o conveniente, pero no suficiente para lograr la calidad en sentido radical, porque con esos indicadores cabría hacer trampa.

Si queremos hablar de calidad en la educación no podemos conformarnos con preocuparnos por los procesos, por los productos, por las estructuras, sino que hemos de apuntar directamente a las personas.

Concepción Naval, catedrática de teoría de la Educación y decana de la facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra.

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