Calores de agosto

Estas semanas, el país reduce su actividad y todo parece posponerse. Pero en el ámbito internacional, donde se desarrollan los acontecimientos que más impacto tienen sobre nuestras vidas, nada se detiene y, más a menudo de lo que parece, algunos de los más notables ocurren en esos momentos de letargo veraniego.

Eso es lo que sucedió en agosto de 1971, cuando el presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, anunció al mundo uno de los acontecimientos más relevantes de la posguerra: el final de la convertibilidad exterior del dólar y además, y para desencanto de todos aquellos que los poseían, su devaluación. Años más tarde, el 9 de agosto del 2007, el Banco Central Europeo inyectó una extraordinaria cantidad de recursos al sistema bancario, señalando el momento en el que los historiadores datarán el inicio de la peor crisis financiera internacional desde la gran depresión de los años 30.

Este agosto del 2009 también se está cargando de importantes noticias. Algunas de ellas estrictamente económicas y otras directamente vinculadas a opciones estratégicas europeas. Pero todas con alcances relevantes en el largo plazo o con muy sustantivos impactos para nuestro inmediato bienestar.

Uno de esos momentos tuvo lugar el pasado jueves 5, cuando el Banco de Inglaterra, echando agua al vino de la recuperación, anunció la continuidad de su política de expansión monetaria, aumentando en otros 50.000 millones de libras esterlinas los 125.000 millones ya utilizados en compra de deuda pública o privada.

La continuidad de esta intervención sugiere que las autoridades monetarias británicas tienen una interpretación de los brotes verdes mucho menos optimista de la que han presentado los mercados estas últimas semanas. O quizá, y ello sería todavía más preocupante, el Banco de Inglaterra tiene información privilegiada sobre problemas que pudieran afectar partes de su sistema financiero. También es posible que sean el escaso efecto sobre la concesión de créditos de su política expansiva o la fortaleza de la libra las razones de esta sorprendente decisión.

Sea cual sea el origen de la misma, constituye una clara indicación de que aquellos brotes no implican, ni van a implicar por un largo periodo, una sólida recuperación. Y que, una vez finalizada la fase de colapso financiero iniciada el pasado octubre, estamos entrando en aguas desconocidas, quizá menos turbulentas en el corto plazo, pero que no sabemos adónde nos conducen.

En el otro extremo del mundo, los rumores acerca de una posible decisión china de cortar, de forma radical, el suministro de crédito interno, tuvieron importantes consecuencias en los mercados financieros, aunque lo más sustantivo es lo que pueda suceder los próximos meses. En efecto, aunque la turbulencia inicial se calmó posteriormente, lo cierto es que la preocupación sobre lo que acabará sucediendo en la economía china ha aumentado de forma notable, a medida que la recuperación mundial se consolidaba y se asentaba, cada vez en mayor medida, sobre el crecimiento chino.

El problema que afronta el país es, exactamente, el contrario del que experimentamos aquí: un crecimiento del crédito absolutamente excesivo, del orden del 30% en tasa interanual, y que ha generado un volumen de más de siete billones de yuanes de nuevo crédito a finales de junio, una cifra muy superior a los cinco billones que se esperaban para el conjunto del año. Un aumento tan excepcional se encuentra tras la intensa recuperación bursátil, el fuerte incremento de la inversión, la mejora inmobiliaria y, en fin, el notable crecimiento de la economía china (alrededor del 9% en el segundo trimestre). Pero como todos los booms financiados con excesos crediticios acabará autodevorándose, de no frenarse rápidamente.

Finalmente, el principio de acuerdo entre Moscú y Ankara para la construcción de un nuevo ramal de conexión gasística (el del sur), que por el lecho del mar Negro continuaría por Turquía hacia la Unión Europea significa un duro golpe a las pretensiones de la Unión. Esta nueva rama cerraría el círculo iniciado con la construcción del gasoducto que debería pasar por el fondo del mar Báltico, y evitar así algunos países del este de Europa.

La Unión Europea había celebrado, hace escasas semanas, el acuerdo para construir el gasoducto Nabuco, que debería derivar gas desde el Asia Central a Europa, a través también de Turquía, como una importante medida de reducción de la dependencia energética de Rusia. De confirmarse este movimiento, esta conseguiría obviar el tránsito de gas a través de Ucrania y la guerra de Georgia, también en agosto del pasado año, tendría nuevas interpretaciones.

Como también cabrá reconsiderar la oposición alemana y, en especial, francesa, al ingreso de Turquía en la Unión. El aumento de la dependencia europea del gas ruso (o asiático a través de Rusia) aparece como algo difícilmente evitable en el medio plazo, si no es a cambio de modificaciones sustanciales en el tablero del este europeo de la Unión.

En síntesis, unos primeros días de agosto que, a pesar del tedio veraniego, están preñados de consecuencias para nuestro futuro. Quizá algunos estemos relajados, recuperando fuerzas. Pero a nuestro alrededor, nada se ha detenido. Conviene no bajar la guardia. En septiembre no empieza nada, aunque a veces lo parezca.

Josep Oliver, catedrático de Economía Aplicada UAB.