Calvo-Sotelo: Europeísmo y atlantismo

La inauguración de un busto y una sala dedicada a Leopoldo Calvo-Sotelo en la sede de la OTAN, en Bruselas, así como la reciente publicación de sus «Discursos europeístas» por el Instituto de Estudios Europeos en colaboración con la Editorial Encuentro, llevan a traer a la memoria pública la figura del expresidente del Gobierno español (1981-82) y a reflexionar sobre la relevancia de sus ideas en torno a Europa y sobre la relación entre el proyecto de integración europea y la Alianza Transatlántica.

Lo primero que llama la atención es hasta qué punto la idea europea y el europeísmo resultan centrales al pensamiento y la actividad políticas del presidente que, tras haber sido diputado, portavoz parlamentario de la UCD y uno de los artífices principales de su creación, así como ministro en todos los Gobiernos desde la proclamación del Rey Juan Carlos, hasta ser nombrado ministro de Economía y vicepresidente por Adolfo Suárez, vio su investidura en las Cortes interrumpida por el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Calvo-Sotelo era un hombre de reflexión, ingeniero de Caminos con una larga trayectoria como alto ejecutivo de varias grandes empresas industriales vinculadas al Banco Urquijo, que había tenido desde muy joven lo que él -con su característico distanciamiento irónico- llamó más tarde «la infección política», que estuvo comprometido con la causa monárquica y con la lucha en favor de la llegada de la democracia desde muy pronto. Sus múltiples curiosidades intelectuales y sus convicciones políticas se alimentaban de la lectura y relectura, «hasta una veintena de veces», de la obra de Ortega y Gasset, al que citaba con frecuencia y oportunidad. Puede decirse que la idea de Europa y la filosofía de la integración de Ortega constituyen el núcleo de su pensamiento y su acción políticas. Calvo-Sotelo encarna de manera singular ese grupo de españoles que, a través de las generaciones, desde el 98, han visto la apertura a Europa y la europeización como el gran proyecto político de la España contemporánea.

En sus variadas intervenciones como responsable político y ministro para las Relaciones con las Comunidades Europeas -junto con el ministro de Asuntos Exteriores, Marcelino Oreja, fue quien hizo posible la apertura de negociaciones oficiales el 5 de febrero de 1979-, Calvo-Sotelo fue desgranando su visión de una «dualidad congénita europea», una tensión inherente a la construcción europea entre la idea federalizante y el pragmatismo intergubernamental, entre la economía y la política, entre el día a día de la tecnocracia bruselense y las profundas raíces históricas, humanistas, filosóficas, del proyecto de unificación europea. Como Unamuno, otro de sus grandes referentes, veía en el regreso de España a su matriz europea una necesidad histórica y política, pero también veía a España como un factor de primer orden para el futuro del proceso de integración. De hecho, el ingreso de España supuso un catalizador para desbloquear no pocos cuellos de botella y con el tiempo lanzar nuevas políticas, como la cohesión, la dimensión latinoamericana, la ciudadanía europea, o el espacio de seguridad interior. La coyuntura en la que nos encontramos en estos momentos, con una posición única para jugar un papel de primera línea en los muchos desafíos de la Unión en los próximos años, vuelve a poner de actualidad el objetivo de una España contribuyendo esencialmente al proyecto europeo.

La segunda dimensión es la de la vinculación entre el europeísmo y el atlantismo. Fue Calvo-Sotelo quien llevó a cabo la incorporación de España a la Alianza Atlántica, pocos meses antes de que se viera forzado a disolver las Cortes y convocar elecciones anticipadas ante la crisis interna de su partido, imposible de controlar. En ese momento ambas adhesiones pudieron verse -también por Calvo-Sotelo- como las dos caras de una misma moneda, la vuelta de España a Occidente, el anclaje en un marco estratégico y político que disipaba finalmente cualquier tentación neutralista. Aquella tentación de la neutralidad que había hecho apartarse a la política exterior de nuestro país durante dos siglos del curso de la política occidental, y aquella que no había estado ausente de un sector del conglomerado ucedista.

Hoy, una vez superada hace tres décadas la Guerra Fría, y ante el revisionismo de la política exterior americana del presidente Trump, no es baladí recordar que los inicios de la integración europea no hubieran sido posibles sin el firme compromiso de una serie de personalidades estadounidenses -Acheson, Foster Dulles, Marshall, Fullbright, Harriman, Mc Cloy, Kennan, unidos por vínculos de amistad y de convicciones con el infatigable Jean Monnet- y de una actitud muy positiva en el Congreso y en el Gobierno norteamericanos. Antes de que estallara la Guerra Fría, la preocupación por impedir la división de Europa y el intento de aunar los diferentes intereses europeos en un esquema de cooperación supranacional, estaban dirigidos, a través de los sucesivos planes de reconstrucción económica y de ayuda financiera -Plan Marshall, Comité Económico para Europa de Naciones Unidas, OECE-, a facilitar la creación de unos Estados Unidos de Europa, con amplias competencias políticas e integración de sectores económicos. Gracias a una detallada investigación archivística, la profesora Belén Becerril ha vuelto a poner de manifiesto recientemente cómo estos planes estaban dominados por la profunda conciencia de la pertenencia a una civilización común, a un proyecto de persona humana y de ciudadanía democrática, que introducía un elemento altruístico muy relevante que no se agota en las habituales interpretaciones economicistas o de puros intereses de seguridad al uso. Y también no deja de ser significativo -en la época del Brexit y de los Boris Johnson- que gran parte de esos planes no pudieran llevarse a cabo por el obstinado obstruccionismo de los dirigentes británicos, opuestos a cualquier cooperación que pudiera implicar pérdidas de soberanía. Por el contrario, en Calvo-Sotelo, su idea del hombre, la historia y la cultura de la civilización occidental, y sus posiciones y actividades políticas forman una unidad estructurada intelectualmente.

Como él dijo de sí mismo en el año 2005, su trayectoria vital e intelectual se apoyaba en tres pilares decisivos: Platón, es decir, la filosofía en busca del bien y de la idea suprema, la inmortalidad del alma; la técnica, al dirigir sus estudios y actividad profesional por el camino de la ingeniería, como forma de transformación del mundo; y finalmente, la política, como servicio público a la sociedad. Verdaderamente no está nada mal, para los tiempos que corren.

José María Beneyto es abogado y Catedrático de Derecho. Director del Instituto de Estudios Europeos de la Universidad CEU San Pablo.

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