Cambio de escenario para Argelia

Los primeros meses de 2016 traen consigo el quinto aniversario de las Primaveras Árabes y, con él, los balances que, lamentablemente, son muy desalentadores. Durante todos estos años se ha seguido con detenimiento el transcurso de las revoluciones y, en muchos de los casos, su evolución en dramáticos conflictos que permanecen sin solución. Sin embargo, hemos prestado menos atención a los países donde las revueltas se mitigaron cuando aún eran incipientes, como es el caso de Argelia. En los últimos días, su reforma constitucional y los efectos de la caída de los precios del petróleo han suscitado un mayor interés.

El 7 de febrero se aprobó una reforma constitucional que estaba prevista desde el año 2011. Entre otras modificaciones, incluye la limitación del mandato del presidente (el actual gobierna el país desde el año 1999) y el reconocimiento de algunas libertades fundamentales. Más allá de las críticas por ser insuficiente, esta reforma tiene lugar en un contexto delicado de incertidumbre política y económica, intensificadas por grandes desafíos externos.

El país se encuentra bloqueado políticamente por un supuesto consenso que paraliza la toma de decisiones. El presidente Abdelaziz Bouteflika se encuentra en un estado de salud delicado y sus apariciones públicas son muy escasas. Las próximas elecciones están previstas para el año 2019 y no está claro quién sucederá al hoy presidente que, ya en el 2014, no pudo desarrollar la campaña electoral debido a sus problemas de salud.

Desde el año 2013, se han tomado medidas que restringen el gran poder que los servicios de seguridad e inteligencia militar ostentaban desde hace décadas. La destitución –el pasado mes de septiembre– del que, durante 25 años, había sido jefe de los servicios de inteligencia, Mohammed Mediene, ha sido el movimiento más sonado de esta transformación.

La caída de los precios del petróleo puede ser un elemento aún más desestabilizador. Este fenómeno pone en evidencia la enorme dependencia del sector de hidrocarburos –que proporcionan al país el 97% de sus ingresos por exportaciones– y la insostenibilidad de su modelo productivo. Asimismo, hace imposible el mantenimiento de la amplia variedad de subsidios a la población, que tradicionalmente han servido de bálsamo para evitar protestas sociales. A día de hoy el gobierno ya ha tenido que aumentar algunos impuestos y los precios de los combustibles, la electricidad, el gas y otros. Si se mantienen los bajos precios del petróleo, el gobierno podría verse obligado a implementar medidas más drásticas y, finalmente, alterar la balanza de la estabilidad social.

Otro elemento que, durante estos años, ha evitado el aumento de protestas ha sido el temeroso recuerdo de la guerra civil de los 90, donde los enfrentamientos acabaron con la vida de más de 150.000 personas. Sin embargo, con el paso del tiempo hay cada vez más jóvenes que la recuerdan con menor intensidad. Si disminuyen los desincentivos a las protestas y continúa la difícil coyuntura económica, la situación puede desembocar en tensiones y revueltas. La diversificación de la economía argelina es vital en este sentido.

Por otro lado, Argel cuenta con un panorama exterior complicado. Tras las revueltas de Túnez, la guerra en Libia, la rebelión de los tuareg en Malí y, especialmente, el atentado en la planta de gas argelina de In Amenas, en los últimos años ha reconsiderado su política exterior. Pese a que en la constitución argelina se prohíba explícitamente cualquier intervención militar en los asuntos internos de otros países, la gran preocupación por la seguridad doméstica ha aumentado su interés por contar con estructuras estatales fuertes a su alrededor, que disuadan a los grupos extremistas. Un ejemplo es su actuación en Libia, donde ha abogado por un proceso de reconciliación nacional inclusivo de todas las fuerzas, apoyando los esfuerzos de Naciones Unidas.

La colaboración de Argel y su liderazgo en los esfuerzos antiterroristas en la región han sido especialmente reconocidos por Estados Unidos y Europa. Para la Unión Europea Argelia es un país de gran importancia. Su cercanía y los intereses comunes en la estabilidad del Norte de África y el Sahel, así como las cuestiones de seguridad energética, hacen de Argelia un aliado clave, con quien la Unión Europea quiere avanzar en sus relaciones.

Sin embargo, la cooperación regional podría ser mucho más intensa si Argelia y Marruecos mantuvieran relaciones diplomáticas. Lograr una integración regional estable en el Magreb sería enormemente beneficiosa para todos, en términos comerciales, económicos y de seguridad. El restablecimiento de las relaciones con Marruecos, rotas desde hace cuarenta años, desbloquearía las relaciones entre los países del Magreb, paralizadas por estas dos grandes potencias del norte de África.

En las instituciones de integración continentales, Argel puede posicionarse como un actor de peso. El próximo mes de julio expira el mandato de la actual Presidenta de la Comisión de la Unión Africana y, en las últimas semanas, se han escuchado voces que proponen un candidato argelino para sucederla. Argelia sería, en ese caso, el primer país del norte en presidir la Comisión de la Unión Africana y tiene a su favor el apoyo constante que ha prestado a la institución. Todos los comisarios de Seguridad y Paz de la Unión Africana han sido argelinos y el país se ha comprometido especialmente con la seguridad regional, promoviendo el acuerdo de paz en Malí y albergando las conversaciones sobre la situación en Libia.

Argelia se encuentra ante un escenario nuevo. Los enormes desafíos que le presentan los precios del petróleo y la evolución de sus vecinos evidencian la necesidad imperiosa de cambio. De su habilidad para diversificar la economía y desbloquear el sistema político, así como de sus esfuerzos diplomáticos, depende que, en unos años, sea un país estable que ocupe un lugar de primer orden en su región y en el continente.

Javier Solana was EU High Representative for Foreign and Security Policy, Secretary-General of NATO, and Foreign Minister of Spain. He is currently President of the ESADE Center for Global Economy and Geopolitics, Distinguished Fellow at the Brookings Institution, and a member of the World Economic Forum’s Global Agenda Council on Europe.

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