¿Cambió Irán?

La pregunta más importante para la diplomacia mundial, a días de que comience 2014, es esta: ¿cambió Irán? Tras resultar electo en junio, el nuevo presidente de Irán, Hasán Ruhaní, ha dado señales de una postura más moderada en lo que atañe a las relaciones de su país con el resto del mundo. Pero se impone la cautela, ahora y en los años que vendrán. El país, segundo productor de petróleo del mundo y autoproclamado líder del Islam shiíta y de los revolucionarios musulmanes antioccidentales dondequiera que estén, sigue siendo un peligro, no sólo para Arabia Saudita, sino también para la paz y la estabilidad dentro y fuera de Medio Oriente.

La República Islámica es motivo de preocupación para Arabia Saudita por dos grandes motivos: la búsqueda de armas nucleares y la interferencia en los asuntos de los países vecinos.

Para empezar, los intentos de desarrollo de armas nucleares por parte de Irán suponen un riesgo enorme; si no se les pone límites, es probable que generen una onda de proliferación en todo Medio Oriente. Si, por ejemplo, los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo tuvieran que vérselas con un Irán provisto de armas nucleares, se verían obligados a sopesar cuidadosamente sus opciones, lo cual tal vez implique la obtención de poder de disuasión nuclear propio.

Todos los países tienen derecho a desarrollar programas civiles de energía nuclear (los sauditas también tenemos el nuestro), pero los intentos de Irán de obtener armas nucleares no han provocado sino padecimientos al país. Lamentablemente, el agravamiento de las sanciones económicas de la comunidad internacional no ha logrado hasta ahora disuadir las ambiciones de los líderes iraníes. Si Ruhaní no se mostrara dispuesto a cambiar de rumbo o fuera incapaz de hacerlo, ¿qué otras alternativas tenemos?

Un ataque militar unilateral podría dar lugar a terribles consecuencias. Por desgracia, visto el lamentable manejo de la crisis en Siria por parte del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, puede ocurrir que el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu llegue a la conclusión de que no tiene más alternativa que actuar por cuenta propia. Pero en la práctica, un ataque israelí podría ser buena noticia para los halcones iraníes (e incluso puede ocurrir que intenten provocarlo), ya que les serviría para encolumnar tras de sí a la población iraní.

Hay un modo mejor de prevenir la proliferación de armas nucleares y de destrucción masiva en la región: declarar una “región libre de armas de destrucción masiva”, sobre la base de un sistema de incentivos que incluyan apoyo técnico y económico para los países que adhieran a la iniciativa, además de garantías de seguridad por parte de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Los miembros de la zona también deberían imponer sanciones económicas y políticas a los estados que elijan quedar fuera, y sanciones militares (también con apoyo de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad) a los que intenten desarrollar armas de destrucción masiva.

La obtención de armas nucleares por parte de Irán aumentaría la preocupación de Arabia Saudita en relación con el segundo tema: la política iraní de desestabilización de sus vecinos. Irán viene usando tácticas de tal índole desde 1979, cuando el ayatolá Ruhollah Jomeini asumió el poder y comenzó a exportar su revolución islamista a todo el mundo musulmán. Para ello, el régimen apuntó específicamente a países con mayoría shiíta, como Irak y Bahréin, y otros con minorías shiítas considerables, como Kuwait, Líbano y Yemen. Además, Irán mantiene bajo ocupación tres islas emiratíes en el Golfo (política que se niega a discutir) y, en la práctica, lanzó una invasión sobre Siria.

Lo irónico es que Irán es el primero en proclamar el principio de no intervención cuando sospecha que otros países se inmiscuyen en sus asuntos internos. Pero debería practicar lo que predica. Irán no tiene derecho a inmiscuirse en otros países, y mucho menos en los estados árabes.

Las consecuencias de su política han sido devastadoras. Tras la invasión a Irak dirigida por Estados Unidos, aquel país, dotado de un pueblo muy capaz y diverso, que un día acaso vuelva a asumir el papel central que le cabe en la comunidad árabe, se convirtió en campo de juego de la influencia iraní. Demasiados iraquíes están ya totalmente comprometidos con la República Islámica. Sabemos, por ejemplo, que cierto general iraní estuvo negociando el apoyo de grupos shiítas y kurdos en nombre del primer ministro iraquí Nuri Al Maliki.

Esta influencia es un presagio aciago para el futuro de Irak como país étnica y religiosamente diverso, y no se puede permitir que continúe. De hecho, es una de las razones por las que Arabia Saudita se mantiene equidistante de todas las facciones iraquíes y por las que somos el único país que no envió un embajador permanente; a pesar de lo cual, colaboraremos con el pueblo iraquí en todo aquello que podamos para alentar el surgimiento dentro del mundo árabe de un miembro estable, constructivo e independiente.

La influencia de Irán en Bahréin, nuestro vecino más cercano, es igualmente destructiva. El Hizbulá de Bahréin, creación de Jomeini, es desde hace mucho tiempo una fuente de propaganda iraní a través de transmisiones de radio y televisión dirigidas al país. Incluso se oye a menudo a funcionarios iraníes declarar que Bahréin es una provincia de Irán. Arabia Saudita apoyó la realización de negociaciones pacíficas con los manifestantes que salieron a las calles en Bahréin y suministró una importante ayuda económica para mejorar las condiciones de vida; pero jamás aceptaremos que el país caiga bajo control de Irán.

El panorama es todavía peor en Siria, donde Irán apoyó al presidente Bashar Al Assad desde el inicio de la guerra civil, en lo que equivale a un acto criminal por el cual los líderes iraníes deberían ser juzgados en la Corte Penal Internacional. Y al oeste de Siria, el lindante Líbano está cada vez más bajo influencia de Irán, mientras el Hizbulá libanés, que cuenta con respaldo iraní, está empujando al país al borde de otra guerra civil.

La gran pregunta ahora es si se puede confiar en Ruhaní. El rey Abdulá de Arabia Saudita recibió con agrado la elección de Ruhaní y le expresó deseos de éxito, con la esperanza de que pueda así sustraerse al dominio del entorno extremista del líder supremo iraní, ayatolá Alí Jamenei, y de la Guardia Revolucionaria.

Pero las fuerzas de la oscuridad en Irán están bien atrincheradas. El legado de las ambiciones expansionistas de Jomeini es tan poderoso como siempre. Incluso si las intenciones de Ruhaní son sinceras, sus esfuerzos (como los de dos frustrados antecesores reformistas, Mohammad Jatamí y Akbar Hashemí Rafsanyaní) pueden verse impedidos por la ideología extremista que aún impera en Teherán. Los sauditas estamos preparados para cualquier eventualidad, y el mundo también debería estarlo.

His Royal Highness Turki bin Faisal al-Saud, Chairman of the King Faisal Center for Research and Islamic Studies, was the Director General of Al Mukhabarat Al A’amah, Saudi Arabia's intelligence agency from 1977 to 2001, and has served as Saudi Arabia’s ambassador to the United Kingdom and the United States. Traducción: Esteban Flamini.

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