Caminante, no hay camino...

Todo el mundo conoce esa maravillosa poesía machadiana, tan excelentemente interpretada y versionada por Joan Manuel Serrat: Caminante, no hay camino… Se hace camino al andar.

Y estos días, tan plagados de pésimas y cotidianas noticias sobre la situación económica global y, en particular, sobre la economía española, me han recordado el lúcido verso del gran poeta enterrado en Cotlliure, recién exiliado en las postrimerías de la Guerra Civil.

Y es cierto que las noticias no inducen al optimismo. No ya al antropológico que se le atribuye al presidente del Gobierno y que para algunos no es otra cosa que ignorancia o insolvencia - aunque él diga que ¡lo decente es ser optimista! Insólito. Lo cierto es que no parece que la economía sea su fuerte-, sino al que quiera anteponer, como decía Gramsci, el optimismo de la voluntad al pesimismo de la inteligencia.

Todo apunta a que hemos entrado ya o vamos a entrar en este segundo semestre, en recesión. Es decir, técnicamente, con dos trimestres seguidos de crecimiento económico negativo, expresado en términos de PIB. Lo que supone incrementos del desempleo desconocidos desde hace muchos años y, además, entrando en un intenso proceso de destrucción de empleo, con unas consecuencias sociales - y políticas- muy significativas, habida cuenta de la composición de nuestro mercado de trabajo, muy basado, en los últimos diez años, en la incorporación masiva de mano de obra inmigrante poco cualificada en términos generales.

Pero hay otros datos que ayudan a incrementar la inquietud. La inflación - y lo que es peor, el diferencial con la eurozona- no cesa de aumentar. Los carburantes y, en general, las materias primas tienen mucho que ver, pero no explican la evolución del diferencial. Y algo tendrán que ver, ahí, las rigideces que persisten en algunos de nuestros mercados (distribución y comercio minorista, por ejemplo) o en algunos de nuestros sectores estratégicos (como los energéticos) o en ámbitos clave como el mercado de trabajo.

También vemos cómo se ha producido una caída muy relevante del índice de producción industrial, un descenso importante de las ventas en sectores como los electrodomésticos o los automóviles, o de las ventas minoristas y, como se verá en pocos días, de indicadores del ritmo de actividad tan evidentes como pueda ser el consumo de electricidad que, según se anticipa, está cayendo en términos absolutos por primera vez en muchos años.

Y se ha producido algo que ha pasado relativamente inadvertido: empiezan a revisarse a la baja las calificaciones de las agencias de rating no ya sobre emisiones titulizadas sino, lo que es más preocupante, sobre las eventuales emisiones de deuda del Tesoro español, estableciéndose diferenciales, en términos de puntos básicos, con, por ejemplo, la deuda alemana, que nos remontan a fases previas a la creación de la unión monetaria. Un prestigioso diario económico nos informaba, hace poco, que el Tesoro ha decidido no emitir deuda por la alta rentabilidad exigida por los colocadores en el mercado.

Bien. Esto es lo que hay. Más allá de debates semánticos o de voluntariosos esfuerzos por maquillar la realidad. Y ya se sabe que los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía.

Algunos, en esa distribución que se ha establecido a la hora de describir la percepción sobre nuestra situación económica, entre los pesimistas y los muy pesimistas, nos ubicábamos entre los muy pesimistas. Y algunos amigos me lo echaron amablemente en cara, diciéndome que ese tipo de actitudes sólo contribuyen a empeorar todavía más las cosas. Y no les falta razón. Pero tampoco es razonable no querer ver la realidad.

Ahora bien, la aceptación de que estamos atravesando - y nos quedan todavía momentos muy duros y por bastante tiempo- una muy mala situación no nos debe hacer olvidar que los ciclos existen. Para bien y para mal. Y da la impresión de que, de la misma manera que nos olvidamos de esa evidencia cuando el ciclo está en fase alcista (todos nos creemos unos genios de la política, de la empresa o de las finanzas), sobre todo cuando es especialmente larga, como en esta última década, también tendemos a pensar que cuando las cosas van mal dadas no vamos a poder soportarlo.

Y es cierto que las crisis se llevan muchas cosas por delante. Pero también surgen nuevas y los que sobreviven suelen salir de ellas fortalecidos.

Y ha llegado la hora de que los pesimistas sobre lo de hoy expresemos, racionalmente, nuestro optimismo sobre el mañana. Siempre, claro, que se hagan cosas y se hagan bien.

Si mantenemos actitudes fatalistas, resignadas o, incluso, como se percibe de momento, en el Gobierno, autistas, podemos caer en una dinámica de estancamiento persistente y que, por otra parte, ya conocemos que se ha producido en otros países.

Pero si reaccionamos y actuamos, volveremos a resurgir, como lo hemos hecho en anteriores episodios cíclicos. Y lo hicimos con medidas resolutivas y, ya en democracia, buscando grandes consensos. Pero supusieron grandes avances en la modernización del país. Recordemos el plan de estabilización de 1959, el acuerdo preferencial de 1970, los pactos de la Moncloa de 1977, la adhesión a la CEE en 1986, o la decisión de acceder, desde el primer momento, a la moneda única, al euro.

No hay camino preestablecido. Se hace camino al andar. Machado llevaba mucha razón.

Josep Piqué, economista y ex ministro.