Camino de la telecracia

Hay que reconocer los esfuerzos del Rey en las últimas semanas para estar presente en varias reuniones importantes, desde una sesión especial del Consejo de Estado a otra del Consejo de Seguridad Nacional. Al mismo tiempo ha concedido audiencia a personalidades de la escena política, y hoy inicia una visita de cuatro días a Marruecos. Nos preocupa la salud de Don Juan Carlos, pero con tenaces esfuerzos se ha recuperado. «El rey no gobierna, pero reina»: he aquí el lema de la monarquía democrática. Y reinar es, precisamente, advertir, recomendar y animar a quienes gobiernan. Es lo que hace constantemente nuestro Monarca.

En definitiva, lo que Don Juan Carlos ha podido transmitir a los políticos es que dialoguen entre sí y alcancen acuerdos beneficiosos para España. Acaso el Monarca ha recordado la curiosa tesis de Talleyrand: «Una monarquía debe ser gobernada por demócratas, y una república por aristócratas».

La democracia en el siglo XX era un sistema de diálogos. Así la caracterizaba el profesor Georges Vedel en sus lecciones en el Instituto de Estudios Políticos de París en aquellos lejanos años en que yo estudiaba por allí. Enseñaba literalmente Vedel: «El diálogo es, ante todo, un cambio de opiniones; es también, a veces, el medio para superar una dificultad. He aquí por qué se puede hablar de diálogos. Esto es consecuencia de la idea según la cual todas las contradicciones de la democracia pueden ser resueltas por intercambios, por intentos de acuerdos, y, si es necesario, por una decisión».

Los diálogos de una democracia del siglo XX eran, esencialmente, cinco: 1. Diálogo entre el poder constituyente y el Legislativo. 2. Diálogo entre gobernantes y gobernados. 3. Diálogo entre el Parlamento y el Ejecutivo. 4. Diálogo entre la mayoría y la minoría. 5. Diálogo entre el Estado y las comunidades territoriales o históricas. Georges Vedel, después de su descripción de los diálogos esenciales de la democracia, concluía: «He aquí por qué me parece que se puede definir la democracia como un sistema de diálogos».

Ahora bien, el mundo de hace 30 o 40 años no es el que ahora tenemos como circunstancia para hacer la vida. ¿Quiénes son ahora los agentes políticos, las personas o los grupos, que impulsan el funcionamiento de la democracia? Y llegamos así a la supervivencia de los partidos políticos, piezas esenciales de cualquier organización democrática, de entonces y de este momento.

El individuo aislado decide poco. Tiene que actuar por medio de un instrumento, que es tradicionalmente el partido. Los grupos de presión también operan y, a veces, con enorme intensidad. Pueden ser organizaciones empresariales o religiosas, entre otras. Los sindicatos juegan, o deben jugar, su papel, en defensa de los trabajadores. A veces se desdibujan, como sucede ahora en España, pero en determinados momentos desempeñaron un trabajo político notable.

Al ser fundamental el partido político, la legislación electoral se convierte en pieza esencial del sistema democrático. Y la legislación vigente aquí es mala, resultando de su aplicación unos «partidos de empleados», en lugar de unas agrupaciones de ciudadanos libres.

En diversas ocasiones, desde que se conoció el decreto-ley de 1977, estableciendo las listas cerradas y bloqueadas, he manifestado mis críticas a esa manera de elegir. Mi predilección, por el momento, es al sistema vigente en Alemania, donde la mitad del Bundestag (o Parlamento) se forma con elegidos que conocían los votantes, con sus virtudes y defectos, en una designación personalizada. La otra mitad de los diputados goza, en cambio, de la bendición del aparato partidista. Son dos los votos de cada ciudadano: con uno de ellos se pronuncia en circunscripciones de reducidas dimensiones territoriales a favor de candidatos que conoce directamente, o puede conocer; con el segundo voto apoya las listas que presentan los partidos.

El profesor Carlos Vidal Prado ha examinado con detalle las ventajas y los inconvenientes de la implantación en España del sistema alemán, con esta advertencia: «Hay que tener en cuenta que cualquier sistema electoral se adapta al terreno, al entorno, al país en el que se está practicando. Y es evidente que España no es lo mismo que Alemania». Pero puede intentarse el establecimiento entre nosotros de una representación proporcional personalizada, según el modelo que en Alemania funciona.

Nuestra aspiración última es que la democracia fuese un verdadero sistema de diálogos. Los monólogos, por muy bien estructurados que se expresen, carecen de interés político. Pero antes recordé que el mundo de hace 30 o 40 años no es el que tenemos hoy como circunstancia vital. Efectivamente es así. Nos hallamos en la Edad Electrónica. Y esto repercute en lo que hoy debe entenderse por los diálogos de la democracia.

El diálogo entre gobernantes y gobernados se hará pronto por ordenadores que los ciudadanos tendrán en sus casas. Los parlamentos tradicionales acaso desaparezcan, ya que las votaciones populares tendrán lugar con los instrumentos de la informática. Nos encontramos, en suma, en las puertas de la telecracia.

El futuro es visto según la imaginación, más o menos creadora, de quienes lo contemplan. Escribe, por ejemplo, Rodrigo Borja: «La informática está llamada a tener efectos impredecibles sobre los regímenes democráticos del siglo XXI».

La presente situación se ha complicado con los movimientos de masas. El posible diálogo no es entre partidos debidamente organizados, sino que las masas salen a la calle con sus reivindicaciones de forma aparentemente espontánea. Ya hemos contemplado a los indignados en España y cada día se nos informa de centenares de miles de manifestantes en países diversos. Ninguno se salva del espectáculo. Naturalmente que tales movimientos de masas se pueden producir ahora porque existen los instrumentos de la informática.

La telecracia nos obliga a cuestionar si la democracia sigue siendo un sistema de diálogos. Con las masas en la calle se carece de interlocutores válidos. El gobernante resiste los golpes sin saber con quiénes hablar. ¿Cuál será en el futuro la forma política menos mala? ¿Qué solución nos espera cuando los diálogos no puedan establecerse?

La informática ha facilitado una comunicación instantánea y de dimensiones descomunales, pero no ha solucionado, por el momento, cómo ha de ser el entendimiento de las masas movilizadas con el gobernante de turno. Es la gran cuestión en este siglo XXI. Telecracia, una incógnita.

Manuel Jiménez de Parga es catedrático de Derecho Político y ex presidente del Tribunal Constitucional.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *