Camino sin retorno del centro-derecha

En noviembre de 2011, el centro-derecha articulado bajo el Partido Popular volvía al gobierno de la nación tras decretar los españoles que el septenato de Zapatero había dejado a España en el abismo económico, la degradación moral y la peor autoestima desde el inicio mismo de la Transición allá en el lejano 1977.

Rajoy, tan triturado mediáticamente entonces como hoy, asumía el mando ejecutivo de una España en quiebra. No es el gallego muy dado a juegos florales; se percató de inmediato de que lo perentorio eran las cosas de comer. Primero, salvar a España de la intervención exterior; y luego, intentar revertir la situación de detritus en la que chapoteaba el país. En ambos objetivos tuvo éxito. Pese a las presiones de casi todos, incluidos algunos de sus ministros más cercanos o economistas tan inmarcesibles como Garicano o Sevilla.

El hecho cierto es que esos dos principales y decisivos «inputs» no han sido valorados por la opinión publicada y, por ende, tampoco por la pública. Tras cuatro años largos recibiendo golpes sin apenas levantar la ceja (con deslealtades internas y externas dignas de mejor causa), los electores del centro y la derecha le han mandado serios avisos acerca de la enormidad de su enfado. Dentro de unos meses se juega el partido decisivo no sólo para él, sino para el trabajo realizado con enorme dolor y, especialmente, para el devenir de la vieja y cuarteada nación española.

Continúe MR en el Gobierno, o bien, si sale despedido por la ventana, el PP tiene que encarar sí o sí, con Rajoy o sin Mariano, un camino por delante imperioso e imprescindible y, sobre todo, sin posibilidad de retorno. El centro-derecha español –que existe– tiene que empezar a aplicarse la tan cacareada como inédita cultura del mérito, esto es, ahuyentar el amiguismo, el caciquismo, para abrirse en canal y dejar que fluyan las capacidades, el talento, el esfuerzo, el trabajo y, en definitiva, el mérito. Democratizar la principal fuerza de España y uno de los grandes partidos populares del mundo con implantación en más de 156 países del globo. Apertura o muerte.

Pero lo principal es antes que nada. Si 38 años después de la restauración democrática, si 25 años después de la caída del Muro de Berlín, si después de haber gobernado España durante una docena de años y haber obtenido mayorías absolutas desde Finisterre al Cabo de Palos, el centro-derecha español no es capaz de sacudirse sus complejos, todo habrá ardido en el altar de la nada.

El PP no puede avanzar, ni siquiera sostenerse, como un partido apestado. No puede dar un paso más sin desenmascarar con determinación esa imagen que la izquierda ha conseguido que le perciban. No puede meterse debajo de la mesa cuando el cierzo ruge. Cuando entrega la calle al albur de una izquierdona radical; cuando parecería que la juventud ha olvidado casi todo respecto a la superioridad de las libertades en todos los estadios de la vida, cuando finalmente la Historia ha demostrado la justeza de un sistema sobre otro.

¿Cómo se llama todo esto? Primarias, liquidación «manu militari» de todo corrupto para que nunca más puedan abrevar en su seno e invocando sus siglas la BBC –léase Bárcenas, Blesa o Correa– como emblemas incandescentes de una retahíla intolerable de cuadros pringados que, entre otras cosas, han logrado poner de rodillas a la formación de la que se han servido y utilizado.

Sobre todo, dejar paso a vocaciones de servicio público con acendradas cualidades de limpieza, capacidad técnica, esfuerzo, honradez y visión de futuro. La nueva democracia no admite «ismos»: ni aznarismos, ni marianismos ni aguirrismos. Aquello tiene que ser la seña de identidad frente a una izquierda que no vive como pregona. ¿Por qué un liberal tiene que ser menos progresista que un intervencionista de izquierdas? Progresista viene de progreso, creo. ¿Por qué un ciudadano de centro-derecha tiene que tener un ADN menos democrático que un sectario que se compromete a repartir lo que no tiene? ¿Por qué un no militante en partidos de izquierdas tiene que aparecer como menos solidario y justo que otro que dice pregonar una ideología que no practica?

En definitiva, liquidar la pretendida superioridad moral de la izquierda que devino en polvo tras la caída con estrépito del Muro.

Mariano Rajoy tiene otro reto de singular vitola histórica antes de irse. Dejar que la formación que recibió como herencia de manos de Aznar pueda esponjarse en real libertad real. El centro, presidente, no tiene que ser necesariamente ni entreguista ni blandengue. Y es antes que nada mérito. Algo de ello se ha puesto a andar en la reciente Conferencia Política.

Estos son los retos del centro-derecha. Si gana, por obvio. Si pierde, con más razón.

Graciano Palomo, periodista.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *