En el diario de Santiago Casares Quiroga (ministro de Marina, de la Gobernación, de Obras Públicas y último presidente del Consejo de Ministros de la Segunda República) de sus últimos años de exilio en París, hay varias anotaciones donde se reflejan sus encuentros con Albert Camus. Por ejemplo, en una de ellas, del 19 de junio de 1948, escribe: “Comida en casa con Camus (al café llega Gérard Philippe)”. Casares, un hombre de gran cultura, lector infatigable, bibliófilo, cuyos libros fueron incautados y quemados por los sublevados, que hablaba perfectamente el francés y tenía la Legión de Honor, pasó los primeros meses de exilio en la capital francesa, donde ya llevaban algún tiempo refugiadas su mujer y su segunda hija, María. Casares, ante el avance de los nazis, partió junto con otros dirigentes republicanos a Inglaterra donde fue acogido por el expresidente Juan Negrín. Cuando finalizada la guerra mundial regresó de nuevo a Francia en 1945, su hija María, con veintipocos años, ya era toda una gran dama del teatro galo.
París siempre había acogido a exiliados de todo el mundo y Casares representaba a la España republicana, a la primera resistencia que Europa había tenido contra el fascismo. Para aquellos muchachos que habían sobrevivido a la ocupación nazi, como Camus, Casares fue una persona cercana. Él no los acompañó durante mucho tiempo, pues en febrero de 1950 falleció.
Casares, durante ese corto tiempo de vida, acompañó a su hija en las representaciones teatrales y los rodajes cinematográficos, que se iban multiplicando. El viaje que más le satisfizo, según cuenta, fue el que lo condujo a Roma en 1947. En aquellos momentos su hija estaba rodando La cartuja de Parma junto a Gérard Philippe, que sería el causante de la ruptura de su compromiso matrimonial. María dijo de Camus y Philippe (este último de su misma edad), dos de sus más profundos amores, que el primero era un hombre apasionado por vivir y encontrar la verdad; mientras que el segundo le recordaba el comienzo de una canción: “Somos un mundo imposible que busca la noche”.
Durante la ocupación alemana, María y su madre fueron importunadas varias veces por la diplomacia franquista y los servicios secretos nazis. Ambas mujeres protegieron y escondieron a judíos. Debido a su relación con Camus, María realizó algunos recados para la Resistencia, a la que siempre criticó por su ineficacia.
Cuando María rodaba, dirigida por Robert Breson, Les dames du Bois de Boulogne, tuvo las pruebas de El malentendido, una pieza teatral de Camus. María cuenta que leyó aquel texto y quedó impresionada. Nunca había oído hablar del autor. “El texto me era en cierto modo íntimamente familiar”. La obra se estrenó el 25 de junio de 1944 en el teatro Mathurins, poco después de A puerta cerrada de Sartre. Los alemanes aún ocupaban París. En principio no tuvo gran eco crítico.
La pieza de Camus es de una agresividad intelectual terrible y cuenta el asesinato de un hijo pródigo. Jan regresa a la casa familiar que abandonó muy joven. Su madre y su hermana Martha (el personaje principal, interpretado por María) regentan una hospedería donde roban y matan a los clientes, tratando así de juntar un pequeño capital para poder escapar de esa región tan gris e inhóspita. Él las quiere sorprender. Ellas no lo reconocen y llevan a cabo el asesinato. La madre, al descubrir la identidad del huésped, se suicida y la hermana, cerebro de estos sucesos, decide ahorcarse. La actriz española se debió identificar con esta obra por los sucesos bélicos de España. Una familia, un país cainita que se asesina y se suicida trágicamente hasta la desaparición de la estirpe.
Camus salió en defensa de su texto apartándolo de una vinculación temporal y acercándolo a una reflexión sobre la condición humana. Camus, que era nueve años mayor que María, acudió a una cita con la actriz para leérsela y darle su opinión. María lo describe con su rostro altivo ausente de fatuidad, con un aire de descuidada indiferencia y llenando el lugar con tanto mayor fuerza cuanto más trataba de pasar inadvertido. Un ser extraño y aislado como ella misma. Ambos se quedaron fascinados el uno del otro, y María escribió que aquel desconocido inmediatamente le resultó cercano. Esta atracción intelectual tuvo también su atracción sentimental. Se unieron dos personas inteligentes, creadoras, pero también atormentadas por sus respectivas vidas tan semejantes. Como ella misma, Camus tenía sangre española a través de su madre. Relación tormentosa con sus idas y venidas.
Camus y Santiago Casares compartían además una enfermedad común: la tuberculosis. María era experta en este tipo de pacientes. Además, Casares Quiroga temía tanto al fascismo como al estalinismo y sobre estos asuntos ambos debieron de hablar, contándole el más veterano a su joven interlocutor las experiencias prácticas y las desastrosas consecuencias de la intervención estalinista en la contienda civil. Camus se había afiliado al Partido Comunista francés en el año 1935 y había sido expulsado del mismo dos años después a raíz de una de las famosas purgas. Sin embargo, Camus siempre permaneció fiel a los ideales de un socialismo democrático que defendió desde sus colaboraciones y la dirección de Combat, el órgano más importante de la prensa clandestina durante la ocupación y de notoria influencia tras la liberación. Después de 58 números clandestinos Combat salió a la luz el 21 de agosto de 1944 con una cabecera que rezaba: De la Resistencia a la Revolución. En el editorial del 24 de ese mismo mes, en medio aún del ruido estruendoso de la toma de París por los aliados, Camus escribe: “El París que se bate en las calles quiere estar presente en el futuro. No por ostentar el poder, sino por la justicia. No por la política, sino por la moral”. Camus vio en el periodismo un medio fundamental para la reconstrucción democrática de Francia. “Un país suele valer lo que vale su prensa”, solía decir.
El periodista era el encargado de dar al país su voz profunda con energía, objetividad y veracidad. El periodista debía saber explicar el momento histórico a un público muy amplio. Y el editorialista se convertía en un actor capital, era aquel que confería sentido al caos de la actualidad. Camus, alejado del extremismo revolucionario optó, no sin traerle esta postura pocas complicaciones, por conciliar la justicia social con el respeto por la libertad individual.
Durante la época en que conoció a María Casares, el autor de El malentendido abandonó Combat y dejó el periodismo activo. Por esas mismas fechas, Gérard Philippe encarnó con éxito su Calígula. Esta ruptura gradual con el comunismo soviético lo condujo también al distanciamiento con Sartre —“un seductor inteligente”, según María Casares—. Sartre apoyaría los procesos de Moscú, mientras Camus los rechazó, criticando al filósofo por su complicidad con el totalitarismo ruso, ya por aquel entonces culpable de millones de muertos. A consecuencia de esta postura, Camus sufrió un aislamiento cada vez mayor por parte de la izquierda francesa.
En el estudio de la calle Vaneau, María Casares y Camus intercambiaron ideas y proyectos. Él le hablaba del implacable sol mediterráneo, mientras ella le describía las brumas y las lluvias lacerantes de su oceánica Galicia, donde su padre había sido declarado por el nuevo régimen franquista como “no nacido”. Allí en aquel estudio se encontraron dos isleños, dos extranjeros, dos exiliados del mundo, y su pasión surgió de este destino compartido, de esa conciencia de los males que la propia humanidad se inflige constantemente a sí misma. A la pasión amorosa inicial Camus impuso sus contradicciones (él era el primero en denunciarlas) y fidelidades. Unas y otras no condujeron a buen puerto esta unión que, intelectual y amistosamente, siempre permaneció firme. La muerte violenta y repentina del autor de La peste, en 1960, supuso un duro golpe para la actriz. En aquel momento, él tenía 47 años y María, 36. María habla en sus memorias de amputación. A través de Camus, María había comprendido el alma de su país de acogida. Galicia, España, Francia, se fundirán en las páginas finales de Residente privilegiada, un libro de memorias excepcional. El destino se encargó de reunir a tres seres muy poco habituales: a Santiago Casares Quiroga, a María Casares y a Albert Camus, anfitrión de lujo de estos náufragos republicanos que supieron mantener el honor y la dignidad de la España peregrina.
César Antonio Molina fue ministro de Cultura y dirige Casa del Lector.