Canalejas: un regenaracionista en tiempos de crisis

En la mañana del 12 de noviembre de 1912 los disparos del anarquista Pardiñas segaban la vida de José Canalejas Méndez, presidente del Consejo de Ministros desde febrero de 1910. Se cerraba así, de manera trágica, una primera mitad del reinado constitucional de Alfonso XIII y se desvanecían quizá también las últimas posibilidades de adaptación del régimen de la Restauración a las nuevas realidades de la España del siglo XX. Junto a Antonio Maura, Canalejas representaba una esperanza para la regeneración interna del régimen diseñado por Cánovas. Tras la muerte del político liberal y el eclipse político de Maura como líder conservador, el sistema restauracionista iba a entrar en una prolongada crisis, agudizada por los acontecimientos revolucionarios de 1917 y el desastre de Annual de 1921, hasta su definitivo final en 1923.

La biografía política de Canalejas encaja plenamente en lo que podría denominarse «segunda generación de 1868», es decir, la que sucede a los convulsos años del Sexenio revolucionario, en cuyo período transcurrieron, al igual que en el caso de Antonio Maura, su adolescencia y su primera juventud. La experiencia de la Restauración significó, al menos en sus orígenes, la apertura de una cultura política de consenso frente a las fracturas políticas anteriores. En cierta media –salvando, lógicamente, las distancias históricas–, dicha experiencia guarda una notable semejanza con la cultura de consenso de la transición democrática cuyo fruto ha sido la actual Monarquía parlamentaria. El paralelismo de las dos «restauraciones» monárquicas, la de 1875 y la de 1975, podría también ampliarse al inevitable desgaste de ambas experiencias históricas y a la necesidad de una regeneración interna como la que en su momento pretendía abordar el proyecto canalejista y como la que, transcurridos casi idénticos años desde sus orígenes, se plantea a nuestro actual sistema democrático.

En la encrucijada de la crisis del régimen canovista la figura de Canalejas emerge como una especie de accidente en la trayectoria política de la Restauración, un fenómeno que se desvanece entre la falta de antecedentes y la falta de proyección hacia el futuro. Sus posiciones ideológicas y políticas lo sitúan en el ala izquierda del liberalismo, casi fronterizo a veces con los sectores republicanos. Pero fue sobre todo su acusado protagonismo individual, unido a una indudable capacidad política y parlamentaria, lo que contribuyó a dar un peso específico a su figura en la política española de comienzos del siglo XX, mucho más allá del respaldo electoral o clientelar del que gozaban sus propuestas o su persona.

Canalejas se nos muestra como una especie de francotirador en el liberalismo español de la época. Quizá, como señalan algunos de sus biógrafos coetáneos, por razones de un carácter o temperamento en el que predominaban la indisciplina, la independencia de criterio, las convicciones firmes y arraigadas o el sincero idealismo que le atribuye Madariaga. Virtudes poco adecuadas para la política del momento, lo que llevaba a decir a uno de sus correligionarios que «conociendo a fondo las cuestiones políticas, desconocía a los hombres que le rodeaban». Pero también puede quizá afirmarse que esa estrategia de francotirador (que no le impidió, no obstante, acceder a las más altas magistraturas del Estado) fue consecuencia de la imposibilidad de otras alternativas ensayadas por el político: bien jugando la carta de la movilización política para atraer a sectores situados a extramuros del sistema, bien con el fracasado intento de consolidar una formación política liberal diferenciada de la que representaba el liberalismo histórico heredero de Sagasta.

Lo cierto es que, a pesar de su situación marginal y proclive a la disidencia en el seno de uno de los dos partidos que monopolizaban la escena política, Canalejas desarrolló un intenso protagonismo en la política española, siendo nombrado ministro en cuatro ocasiones, entre 1888 y 1902, y presidente del Congreso de Diputados en 1906. No hay duda, sin embargo, de que la mayor resonancia de Canalejas en la opinión pública del momento y, en gran parte también, su imagen para la posteridad se encuentran vinculadas a la cuestión religiosa y a su fama como político sectariamente anticlerical. Paradójicamente, sus planteamientos al respecto no pudieron ser más respetuosos con la religión católica, como demuestra su oposición a la reforma del artículo 11 de la Constitución de 1876, que declaraba la oficialidad del catolicismo como religión del Estado. Dicho artículo permitía, no obstante, extender una amplia tolerancia para la libertad de cultos y la no discriminación civil por razones de índole religiosa. Ese fue el empeño del político liberal, traducido en una serie de propuestas programáticas y de medidas legislativas que abrían la posibilidad de una progresiva resolución del problema religioso dentro del respeto al sentimiento católico mayoritario de la sociedad española de la época.

En el campo de la política social es donde Canalejas adquiere, desde una perspectiva más reciente, un significado de político de transición al que resulta difícil etiquetar sin más de «liberal». Fue, sin duda, el político en activo de la época más receptivo hacia los postulados del entonces llamado «nuevo liberalismo», corriente en progresivo alejamiento de la tradición del liberalismo clásico y que apuntaba más, por sus postulados de intervencionismo estatal, a una posible confluencia con el socialismo democrático y reformista.

En la última etapa de su vida Canalejas vio sometidas sus propuestas y aspiraciones a la prueba de fuego gubernamental. El balance de sus casi tres años de Gobierno presenta luces y sombras, pero debe ser contemplado en el marco de una serie de dificultades, tanto de carácter externo (problemas en el norte de África, proclamación de la República en Portugal) como interno (extraordinario aumento de la conflictividad social, sublevación de la fragata Numancia, oposición frontal de la izquierda «antisistema»), que lo condicionaron. Aun así, su labor como gobernante se tradujo en importantes leyes (supresión del impuesto de consumos, servicio militar obligatorio, leyes laborales sobre trabajo en las minas y trabajo de las mujeres) y en ambiciosos proyectos, como el de la Mancomunidad de Cataluña o el del contrato de trabajo, no culminados como consecuencia de una trágica muerte de la que ahora se cumplen los cien años.

Salvador Forner Muñoz, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alicante.

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