Canarias: una prueba de solidaridad

Por José Segura Clavell, delegado del Gobierno en Canarias (EL PAÍS, 31/08/06):

Una crisis humanitaria que sufren varios países africanos está siendo utilizada para combatir al Gobierno español y pretender descalificar la que constituye una acertada política inmigratoria. Lo que estamos presenciando en primera fila desde Canarias es una crisis humanitaria protagonizada y sufrida por jóvenes africanos que, conscientemente, se juegan la vida embarcándose a bordo de embarcaciones no diseñadas para el transporte de seres humanos, con la intención de llegar a Europa.

Algunos desde Canarias y desde otros lugares de la geografía nacional han pretendido invertir los conceptos y los valores como si fuese que los ciudadanos españoles en las islas estuviésemos jugándonos la vida en la mar, sufriendo deshidratación durante el día y soportando fríos glaciares en las noches de la dura travesía. Los canarios no somos las víctimas del éxodo que se está produciendo: las víctimas son esos millares de seres humanos que se la juegan para encontrar un futuro en Europa.

Frente al drama de los miles de inmigrantes que lo dejan todo arriesgándose a no obtener nada y arriesgando desesperadamente la vida en la mar, algunos siguen empeñados en presentarlo como un problema que sufre Canarias; resulta difícil entender las quejas del rico cuando muere el pobre.

En la actual línea de acontecimientos, miles de hombres y mujeres españoles pertenecientes a distintas administraciones y ONG desarrollan una encomiable labor que es menester destacar en esa constante acción que ya dura algo más de un año en el salvamento de vidas en la mar.

Turnos permanentes. Avisos constantes. Salidas en cualquier momento. Avistamientos. De madrugada, a media tarde. La noche, el oleaje. Operativos que parecerán rutinarios pero que resultan distintos en cada ocasión. Riesgos para la propia integridad física. El desembarco. La asistencia primaria. El recuento inicial. El traslado. El ingreso en el centro de internamiento... Vuelta a empezar.

Creo condensar en el párrafo anterior los pasos o los factores de la cara más visible de ese fenómeno pandémico que es la inmigración irregular por vía marítima. Es un proceso con el que convivimos los responsables de la Administración General del Estado y los servidores públicos dependientes de sus organismos e institutos, así como los integrantes de organizaciones no gubernamentales.

Las imágenes pueden parecer repetidas, pero en cada cayuco, en cada patera, hay decenas de historias, decenas de miradas perdidas, decenas de angustias extremas -toda una tragedia- y una infinita prueba de solidaridad, la que acreditan tanto las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado como las entidades de servicios y asistenciales cuyos componentes hacen gala de una abnegación digna de todo encomio.

Ese compromiso humanitario, ese papel de entrega y dedicación, es el que deseo ponderar con la mayor emoción. Hay que ir más allá del simplismo "para eso están". Cuando el fenómeno sigue adquiriendo dimensiones preocupantes -la impunidad de las redes mafiosas sobresale entre las débiles estructuras políticas, institucionales y sociales de los países de procedencia- y cuando se desata un morboso interés por saber cuántos han fallecido en la travesía hasta la primera frontera europea -será una cifra imposible de precisar-, hay que destacar el esfuerzo de quienes han podido salvar miles de vidas humanas en el mar y ya en tierra.

Suyo es el valor, suya la pericia. Permitan los lectores que destaque hasta la coordinación de la que se ha hecho gala desde una detección o un avistamiento hasta el desembarco, pasando por la interceptación o el transbordo en alta mar, a veces en condiciones meteorológicas muy adversas. Suya es la entrega: podrán, como cualquier ser humano, estar cansados. Pero no se arrugan, no declinan. Saben que tras un operativo, hay otro en ciernes. Siempre están dispuestos a escribir, desde el anonimato, un nuevo capítulo de una historia de incierto, muy incierto final. Para qué negarlo.

Los medios parecerán siempre insuficientes (y es responsabilidad de quienes gobiernan innovarlos y mejorarlos), pero el esmero en su utilización así como la entrega constante y sin reservas hacen que esa tarea de rescate, salvamento y atención a seres humanos desprotegidos, ávidos de horizontes a cuya búsqueda se lanzaron arriesgándose a perder sus vidas, sea acreedora de reconocimiento.

En Canarias, detrás de cada imagen, de cada foto, de cada información que registra la llegada de una embarcación, hay todo un paradigma de solidaridad y de responsabilidad humana: es el que encarnan hombres y mujeres que han comprendido muy bien que quienes llegan a nuestras islas no son culpables. Todos, en sus respectivos puestos; todos, en los cometidos que les han sido asignados; todos, desempeñando la más noble función que en la sociedad de nuestros días pudieron haber imaginado.

Estoy seguro de compartir el sentimiento de admiración de la sociedad canaria hacia los servidores públicos del Estado, de otras administraciones públicas y de cuantas instituciones están involucradas en el tratamiento de la cara cercana, visible y cotidiana de este fenómeno de nuestro tiempo y que precisa, justamente ahí, de respuestas eficaces, plenas de altruismo.

He querido expresar ese sentimiento. Es de justicia.