Por Xavier Bru de Sala (LA VANGUARDIA, 19/02/05):
Con su historia a cuestas nacimos, y de su presente cargados transcurren nuestras vidas. Somos europeos ante todo y, he aquí la gran novedad, Europa es nuestra unidad de rumbo y destino en el planeta global. Lo que fue un campo, de batalla, de ideas, creencias y saberes en pugna, de conquista y explotación del mundo, es hoy una amalgama, un convoy de países y gentes conscientes de que dispersos, sin unión, no son nada.
Muy probablemente y aunque no nos demos cuenta, nuestro viejo continente está en el mejor momento de su historia, también el más apacible. Todo el mal que tenía por hacer, y por hacerse, ya es pasado. ¿Qué le queda? Unos estilos de vida, unos valores que se universalizan pero que aquí tienen sus raíces y su principal morada. Quisiera transmitirles la convicción profunda de que Europa es hoy portadora y depositaria de más carga de futuro para una humanidad próspera, respetuosa con el prójimo y en paz, que en cualquier otra época. Voten lo que voten mañana, si votan pero también si se quedan en casa, háganlo con optimismo. Evoquen el Himno a la alegría y no el Réquiem de Mozart. Me hubiera gustado que Steiner, uno de los pocos faros a los que todos atendemos, hubiera escrito, no sobre los cafés como constructores de la cultura, algo anecdótico, sino sobre el pensamiento. Por ejemplo, que nos hubiera hecho notar como todos los grandes sistemas filosóficos han nacido en Europa. Digo sistemas con arquitectura lógica autosostenida, no visiones o concepciones del hombre y su entorno, verbigracia Confucio. De Sócrates a Sartre, el primero y el último en conseguir la proeza, pasando por Agustín, europeo medular de África, todos los grandes filósofos europeos han buscado y encontrado interpretaciones del mundo fundamentadas en el raciocinio y desconfiando de todo lo demás, o bien situándolo en otro ámbito. No así, y eso nos distingue, los americanos, que tienden a situar el resultado en la realidad como prueba del acierto o error del pensamiento, y suelen dejar espacios en blanco para las creencias. El alto raciocinio desprendido del interés o la intencionalidad atraviesa Europa desde Grecia a nuestros días. Si bien la época de los grandes sistemas filosóficos ya terminó, el modo europeo de pensar, del que son hijos la ciencia y un sinnúmero de avances de la ética, constituye aún el mayor fundamento de las esperanzas de futuro. La humanidad seguirá pautas de convivencia europeas, y asumirá sus errores-horrores para no repetirlos, o sufrirá devastaciones a gran escala (o ambas cosas, pero con menos probabilidades para la segunda).
La razón es un débil instrumento, bastante menos potente de lo que presumieron nuestros abuelos ilustrados, pero sigue siendo el mejor de los que disponemos. Así, lejos de ser una vergüenza colectiva, el papel de Europa en los asuntos internacionales es digno de encomio. Incluso si nos faltan instrumentos de presión o capacidad impositiva, o también gracias a eso. Estar en segundo plano, proponiendo las soluciones menos traumáticas, transaccionales y equitativas a los grandes conflictos, no debe de ser algo frustrante, sino un motivo de orgullo colectivo, ejemplo y germen para generaciones venideras. No se trata de sustituir la fuerza por el bálsamo, sino de usarla lo menos posible y buscando efectos que incrementen la convivencia pacífica en vez de conducir colectivos hacia el atolladero de la exasperación. El nuevo siglo será americano, y el siguiente chino, en la medida en la que estos grandes países operen a la europea. O nuestra herencia, lo mejor de nuestra herencia, o el caos, no lo duden.
Es verdad que, en cierto modo, los europeos estamos jubilados de la historia, y está fundamentada la sospecha de que si no existieran potencias con más fuerza, el tesoro de Europa no triunfaría ni en Europa. Por ello es mejor que estemos donde estamos, unidos y en paz tras siglos de guerras, trabajando para extender la seguridad y disminuir los atropellos, con espacio aún para sacar adelante un modelo social con altos niveles de bienestar y menos desigualdades internas que cualquiera otro. Tenemos innumerables defectos, sin duda, pero no somos una rémora de la historia, un peso muerto atado al pie de América que los americanos arrastran con paciencia aunque les dificulte un poco los proyectos. Muy al contrario, y como se ha visto en la última campaña presidencial, la firmeza europea ante la agresión innecesaria y temeraria, ha protagonizado un debate que sin Europa no hubiera existido. La sombra de Europa es sutil pero tan alargada que hasta la Administración Bush no deja de tenerla en cuenta ni un momento. Cuando no es por cuestión de conciencia, es por cuestión de conveniencia.
Este es un buen fin de semana para leer L´autèntic origen dels europeus, libro de Octavi Fullat, y observar como, de eso que con tanto acierto y agudeza defiende, queda bastante más de lo que un pesimista supondría. Por fortuna, Europa es mucho más que el referéndum.