Caperucitas y lobos

Algún tiempo antes de los primeros comicios al Parlamento de Cataluña de la actual etapa, los de marzo de 1980, un entonces joven profesor de instituto con ínfulas intelectuales, aragonés de Teruel destinado en Santa Coloma de Gramenet, concibió el designio de una ambiciosa operación político-electoral. Según sus propias palabras -escritas un año y medio después en género epistolar- se trataba de introducir en la candidatura anunciada por el Partido Socialista de Andalucía (PSA) de Rojas Marcos a algunos elementos del Partido Socialista de Aragón u otros "que le dieran un carácter genéricamente inmigrante y castellano" y pudiesen así atraer "a toda la masa inmigrante y españolista, demócrata". Los enemigos a combatir eran "la suplantación o estafa que supone un PSOE catalanista-marxista", así como el "nacionalismo tronado de Pujol y, sobre todo, de Barrera".

El proyecto no nacía tan desnudo de apoyos como pudiese parecer, puesto que "un núcleo de la UCD de Cataluña, al que luego liquidó la estupidez central en beneficio del incoloro, inodoro e insípido Cañellas, estaba íntimamente y políticamente de acuerdo con mi idea. (...) Y efectivamente hubo setenta millones, más o menos, para despilfarrar, porque no se usaron, en la campaña del PSA". De haber sabido explotar tales complicidades y recursos, y "teniendo en cuenta que nuestro programa solamente había de cubrir lo que el PSC descubre y la UCD tapa, es decir, la cuestión lingüística en lo que respecta a la educación y a lo laboral, era más que probable que una candidatura inmigrante, castellana, española y de centro-izquierda sacase seis u ocho diputados, que serían el fiel de la balanza del Parlamento catalán y que venderían muy caro su papel arbitral a cambio de una legislación verdaderamente igualitaria en la cuestión lingüística. Ésta era mi idea". "No se consiguió, pero me cabe la tranquilidad de conciencia de haber hecho lo que pude, y algo más, por intentarlo" (todas las frases entrecomilladas, incluyendo las cursivas, proceden de la carta que Federico Jiménez Losantos le escribió al ex presidente Tarradellas el 20 de agosto de 1981, reproducida en Josep Sánchez Cervelló, Los papeles de Tarradellas, Barcelona, Flor del Viento, 2005, páginas 189 a 194).

Aunque la Cataluña de 2006 es distinta a la de 1980, no resulta nada difícil hallar en la música y la letra de Ciutadans-Partido de la Ciudadanía (C-PC) el rastro profundo de las ideas y los objetivos políticos que Jiménez Losantos propugnaba un cuarto de siglo atrás. Tampoco es complicado seguir, a lo largo de esos 25 años, el hilo rojo de profesores o padres hostiles a la inmersión escolar en catalán, de funcionarios e intelectuales a los que la lengua propia de Cataluña produce repelús, de plataformas y manifiestos sedicentemente bilingüistas, que conectan aquellas inquietudes de principios de los ochenta con el reciente nacimiento de Ciutadans. Explicar de forma documentada todo esto, recoger las expresiones de simpatía que la ultraderecha más genuina ha dedicado al partido del señor Rivera, ¿es desinformar, intoxicar o insultar a la nueva formación? ¿Deberíamos periodistas y articulistas limitarnos a copiar como alumnos aplicados las notas de prensa de Ciutadans, sin análisis crítico alguno? ¿Pretende acaso el Partido de la Ciudadanía gozar de inmunidad frente a los escrutinios, controversias y juicios de intenciones que sufren diariamente las restantes fuerzas políticas en nuestro sistema democrático?

Durante los últimos meses, C-PC ha sabido proyectar hacia sus simpatizantes potenciales una imagen de desvalimiento, victimismo e indefensión que, como red para pescar votos, funcionó de maravilla. Es la imagen que dibujaba aún el otro día desde estas mismas páginas Félix de Azúa, transmutado en folletinesco Pérez y Pérez: "un pequeño partido", "minúsculo" frente a sus adversarios, que "ha conseguido tres escaños sin apenas campaña, sin dinero, sin apoyos, sin aparecer en los medios, contando tan solo con el entusiasmo de la gente". Lástima que tan enternecedor y truculento relato guarde poca relación con la realidad: ¿tiene idea el señor de Azúa de cuánto cuesta el mailing que hizo llegar a todos los hogares catalanes el tríptico y las papeletas de Ciutadans? ¿Conoce el importe aproximado de la cartelería, las pancartas, las cuñas radiofónicas de pago, los locales alquilados...? Hay quien evalúa el monto total de esa "campaña sin dinero" en casi dos millones de euros.

Por lo que toca al presunto boicot informativo, su mera insinuación carece de sentido en la era de Internet, pero tampoco se sostiene con respecto a la prensa de papel. De los ocho periódicos generalistas con edición catalana que se venden cada día en Barcelona, tres dedicaron a Ciutadans una atención constante y desmesurada desde mucho antes de su alumbramiento -El Mundo, verbigracia, les consagró portada y dos páginas enteras el último día de la campaña electoral-, y los otros cinco, incluido EL PAÍS, concedieron a C-PC un trato sin parangón con el que haya tenido cualquier otra fuerza extraparlamentaria pasada o presente. ¿Silenciado, un grupo cuyo principal ideólogo ha llegado a publicar hasta dos artículos diarios en La Vanguardia? ¿Inerme, una sigla que tiene tras ella a la Cope, a Libertad Digital, al Grupo Intereconomía..., a un Jiménez Losantos resuelto a triunfar en 2006 donde fracasó en 1980? Una cosa, señor De Azúa, es que comparados con usted seamos unos plebeyos sin cuna; y otra bien distinta es que nos chupemos el dedo.

Los impulsores y dirigentes de Ciutadans, grupo que bajo la batuta de Boadella ha jalonado su trayectoria de burlas, parodias e insultos contra sus adversarios ideológicos o políticos ("cursis", "capullos", "mangantes"...), hacen el mayor de los ridículos cuando reaccionan como novicias sonrojadas ante los sarcasmos o las ironías ajenas.

Querían un partido, y ya lo tienen; querían voz en el Parlamento catalán, y han ganado tres meritorios escaños. Utilícenlos, pues, para hacer política, para acreditar su presunta etiqueta socialdemócrata, para desmentir o confirmar las acusaciones de españolismo. Concurran a las municipales, implántense en Madrid y en Salamanca, hagan allí campaña antinacionalista o posnacionalista (¡ardo en deseos de seguirla!)... Pero sepan que, en cualquiera de los casos, estarán sujetos al examen y a la crítica no necesariamente benévola de la opinión publicada. No es lo mismo ejercer de intelectual divino que de político de faena.

Joan B. Culla i Clarà, historiador.