Capitalismo de amiguetes

Antes de que estallara la presente crisis económica ya se decía que el auténtico poder económico de Estados Unidos y, por lo tanto, del mundo entero era Goldman Sachs. Dos años después, esa opinión se convirtió en una certeza demostrada. Mira por dónde --qué casualidad-- el secretario del Tesoro estadounidense, Henry Paulson, que anteriormente era el presidente de Goldman, hizo aprobar un plan de compra estatal de hipotecas por valor de 700.000 millones de dólares titulizados. Es curioso que, de repente, se tomara la opción de salvar bancos de inversión tras haber dejado caer algunos como presuntos culpables de causar la crisis financiera.

Por lo que parece, los hombres de Goldman van de sobrados por la vida y pueden dedicarse temporalmente a gestionar ministerios de finanzas y bancos centrales. Ya puede cantar el señor Paulson que lo que le preocupa es el bienestar del contribuyente, que todo el mundo se da cuenta de que el banco al que pertenecía es uno de los principales beneficiarios de las ayudas que puso en marcha él mismo con la colaboración de la Reserva Federal.

Aquí, entre nosotros, algunas cosas parecidas se hicieron a la inversa y, por ejemplo, Luis Ángel Rojo, ex gobernador del Banco de España, y Rodrigo Rato, ex vicepresidente del Gobierno y ex director gerente del FMI, han pasado a ser asesores remunerados de la primera y tercera entidades crediticias del país. Pero en el caso de Goldman se pueden recordar casos aun más reveladores. Concretamente, los de Robert Rubin, enviado al Tesoro,

Steve Friedman, al consejo económico de la Casa Blanca, y Mario Draghi, de gobernador del Banco de Italia.

No es sorprendente, pues, que Goldman Sachs y Morgan Stanley hayan salido reforzados del credit crunch. Obviamente, a los ejecutivos de Lehman Brothers, principales responsables de esparcir por todo el mundo los activos tóxicos, o a los directivos de Bear Sterns, debió parecerles que, al permitir su quiebra, fueron tratados con más rigor que a los colegas dotados de las conexiones apropiadas. Por cierto, entre los hombres de Goldman en España se encuentra un secretario de Estado del PSOE, Guillermo de la Dehesa, y en lo que se refiere a Lehman Brothers, otro del PP, Luis de Guindos, candidato a la presidencia de Caja Madrid. En efecto, el modelo de capitalismo crony, es decir, de colegas, compañeros, amiguetes y compadres, a menudo corre el riesgo de desembocar en corrupción, quizá menos intensa que en Indonesia, Rusia o Corea, pero más peligrosa por el volumen de riesgo existente en los grandes países occidentales. Recordemos, por ejemplo, el rescate del Long Term Capital Management, un hedge fund o fondo de cobertura y alto riesgo. Ese proceso puso de relieve en 1998 que el fácil enriquecimiento que los gobiernos corruptos de países emergentes facilitan a sus amigos puede tener una visión atenuada en el propio corazón de la Administración norteamericana.

El expresidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, se preguntaba por qué el dinero público tenía que pagar la operación de salvamento de un inversor privado. Y la respuesta fue que hay entidades que, por el hecho de ser tan grandes, no hay que dejarlas caer y que el LTCM tenía una exposición de 200.000 millones de dólares con un capital de solo 4.800 millones. Sin embargo, a la hora de decidir, el sucesor de Volcker, Alan Greenspan, quizá tuvo en cuenta que en el Fondo estaba como consejero David Mullins, su exvicepresidente en la propia Reserva Federal. Mullins, mientras estaba en la Fed, llevó a cabo una investigación sobre el escándalo de fraude y manipulación de Salomon Brothers, en 1991, que le costó la dimisión al vicepresidente de la empresa, John Meriwether, quien, mira por dónde, inmediatamente después fundó LTCM. Existe, pues, un visible carosello napolitano entre Wall Street, el Tesoro y la Fed. A fin de dar una base teórica a todo este movimiento, LTCM incorporó al consejo a los premios Nobel de Economía Robert Merton y Myron Scholes, creadores de modelos matemáticos que pretendían aportar prestigio al tinglado, tal como en el pasado figura que lo hacían algunos decadentes rejettons de la nobleza en la banca británica. Todo este juego lo investigó, a finales de 1998, el analista John Plender.

Podríamos seguir enumerando casos de maquinación y manipulación fraudulenta de mercados, pero seguramente nos perderíamos en una intrincada telaraña. Comprobaríamos, eso sí, lo que se hizo entre 1986 y 1995 para tapar el agujero de 500.000 millones de dólares causado por las cajas de ahorros norteamericanas mediante la creación de la Resolution Trust Corporation, que subastaba los activos de los insolventes. De este modo tocaba fondo y marcaba un mínimo a partir del cual se podía iniciar la remontada.

En cualquier caso, lo que parece claro es que igual que el presidente Eisenhower denunció la existencia de un complejo industrial y militar como poder fáctico, hoy en día existe un nuevo peligro. Entonces se decía que en EEUU mandaban dos generales. No del Ejército, sino el General Motors y el General Electric, y que lo que era bueno para la GM o la GE era bueno para EEUU. Pues bien, ahora parece que, en claro conflicto de intereses, existe una trama entre los financieros y los gobiernos, y que, si se quiere recuperar la credibilidad y la confianza en el sistema, habrá que eliminar todo el travestismo de apalancamiento recíproco vigente. Que la mujer del César, además de ser honesta, debe parecerlo.

Francesc Sanuy