Caricaturas irreverentes y fotografías blasfemas

Ha sido noticia estos días el escándalo provocado por la publicación en el año 2003 de un catálogo, financiado por la Junta de Extremadura, que recoge el trabajo fotográfico de J. A. M. Montoya. Más allá del posible oportunismo político del PP, que lo denuncia ahora alegando que no supo de su existencia hasta hace poco, conviene hacer un paralelismo de su contenido con otra polémica de raíces similares: las caricaturas de Mahoma publicadas el 30 de septiembre de 2005 en un diario danés. Es evidente que la reacción social y política provocada ante ambos sucesos no ha sido la misma, y no únicamente por razón de la proyección universal que tuvo la polémica de las caricaturas. Sospechosamente, cuatro meses después de la publicación de éstas, y no en el momento en que vieron la luz, se desató en diversos países musulmanes una ola de violentos ataques fundamentalistas contra embajadas occidentales. Afortunadamente, en el caso del libro de Montoya, los católicos no han reaccionado de forma violenta y los obispos se han limitado a publicar una nota informativa en la que lamentan el suceso y piden «las responsabilidades correspondientes por las vías pacíficas y legales previstas en el ordenamiento de nuestro Estado democrático y de Derecho».

¿Es blasfemo el contenido del catálogo de Montoya? El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define blasfemia como «palabra injuriosa contra Dios, la Virgen o los santos». Una definición circunscrita exclusivamente a la concepción del cristianismo católico. Es probable que, en poco tiempo, la Academia deba redefinir este concepto dado el pluralismo religioso en el que cada vez más se mueve la sociedad española. Es obvio que el contenido de la obra de Montoya encaja perfectamente en el concepto de blasfemia tal como lo define el diccionario, pues son injuriados tanto Dios (en la persona del Hijo, Jesucristo) como la Virgen y algunos santos. En dicho libro aparece Cristo como varón de dolores masturbándose, una Piedad en la que María acaricia el pene de su hijo, una imagen que lleva por título 'La Santa Hez', en la que un excremento sustituye a la Sagrada Forma flotando sobre un cáliz, y otras imágenes de tono semejante. Obviamente, éstas son imágenes ofensivas para los católicos (y también para otros muchos que no lo son), carentes de un contexto real que las justifique y por tanto gratuitas, y blasfemas.

¿Fueron también blasfemas las caricaturas de Mahoma? En el Islam, el concepto más próximo al nuestro de blasfemia es el de 'kufr', 'negación de la verdad', y que suele traducirse como 'infidelidad', 'incredulidad', 'ingratitud'. De ahí viene el término 'kafir' (y de éste nuestra palabra 'cafre'), 'infiel', 'impío'. El pecado de 'kufr' es el más grande que se puede cometer, junto con el de 'sirk' (asociación, politeísmo), incluso mayor que el asesinato, por ir contra la divinidad. Entre los siglos XIII-XVI empieza a considerarse 'kafir' también a quien niega que Mahoma sea el mayor de los profetas, pese a que en la primera época del Islam se le consideraba simplemente como uno más de los profetas, entre los que están Moisés y Jesús. Pero en ningún caso el Islam considera a Mahoma de carácter divino. Eso sería pecado de 'kufr'. En sentido estricto no se puede decir que las caricaturas de Mahoma sean blasfemas por la sencilla razón de que no injurian a Dios ni niegan su existencia. Hay dos caricaturas (de las doce publicadas) que fueron más discutidas. En una de ellas se dibuja el rostro de Mahoma tocado con un turbante que es una bomba con una mecha encendida. El turbante lleva inscrita la profesión de fe de los musulmanes: 'Dios es grande y Mahoma es su profeta'. En la otra, se ve a Mahoma (¿o es un simple ulema?) recibiendo en el Paraíso a numerosos yihadistas suicidas a los que grita: '¿Parad, parad! ¿Ya no tenemos bastantes vírgenes!'. ¿Son blasfemas estas caricaturas? Ninguna de ellas atenta contra Dios o Alá, sino que más bien critican con humor (discutible, por supuesto) algunas actitudes de ciertos grupos musulmanes que actúan en nombre del Islam.

Sin negar los valores humanizadores que puede aportar el Islam, ¿acaso el mismo Mahoma no ejerció la violencia, incluso de manera salvajemente desproporcionada, como cuando, con el fin de vengar la burla contra una musulmana de un grupo de judíos de la tribu de los Qorayza, ordenó decapitar a todos los hombres de la tribu (unos mil) y vender como esclavos a las mujeres y niños? ¿Acaso actualmente no hay grupos musulmanes que, en nombre de Alá, cometen atentados terroristas y animan a sus militantes a inmolarse prometiéndoles, entre otras cosas, un paraíso lleno de bellas huríes? No nos engañemos, hay un contexto histórico y real que justifica una crítica hacia determinadas formas o corrientes musulmanas (como también la puede haber contra ciertas degeneraciones del cristianismo). Podrá discutirse si era prudente o no la publicación de dichas caricaturas, si su crítica era poco matizada o demasiado generalizadora (como así parece que fue, dado que el turbante del supuesto Mahoma llevaba la profesión de fe que comparten todos los musulmanes), pero, objetivamente, incluso desde los mismos parámetros culturales del Islam, dichas caricaturas es difícil que pudieran clasificarse de blasfemas, a lo sumo de irreverentes. Pero si la mayoría de musulmanes pacíficos se sintieron ofendidos por dichas caricaturas, es señal de que no fueron acertadas.

Sin embargo, la reacción española ante ambos sucesos ha sido totalmente opuesta. Con motivo de las caricaturas de Mahoma, el 5 de febrero de 2006, el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, y el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, publicaron un artículo en el 'International Herald Tribune', titulado 'Una llamada al respeto y a la calma', en el que ambos mandatarios afirmaban que «la publicación de estas caricaturas puede ser perfectamente legal, pero no es indiferente y, por tanto, debería ser rechazada desde un punto de vista moral y político». Algunos intelectuales muy marcados ideológicamente criticaron en la prensa las caricaturas. Por el contrario, el Gobierno y dichos intelectuales callaron ante la obra de Montoya (a excepción del presidente de la Junta extremeña, Ibarra, obligado por las circunstancias a pedir disculpas) como también callaron ante la obra teatral que llevaba por título 'Me cago en Dios', que llegó a ser patrocinada por la Embajada española en Lisboa con el apoyo de la secretaria de Cooperación Internacional, Leire Pajín. ¿No es injusta (y sospechosa) esta disparidad de criterios ante hechos de naturaleza análoga?

En mi opinión, no es malo que también la religión, como las ideologías, la política y los distintos ámbitos de la vida humana, pueda ser susceptible del humor caricaturesco y crítico, siempre y cuando este humor sea respetuoso con las creencias más fundamentales, aunque no tema enfrentar y criticar los excesos e incoherencias cometidos en nombre de las distintas religiones. En este sentido, por poner un ejemplo que no pretendo presentar como modélico, la película de Terry Jones 'La vida de Brian' (1979) es una sátira inteligente contra los fanatismos religiosos (y contra cierta izquierda manipuladora y totalitaria), sin caer por ello en el sacrilegio. Se le podrá criticar algunos tonos irreverentes, pero reírse, no de lo más sagrado y auténtico de las distintas religiones, sino de sus degeneraciones creo que puede ser, en determinadas circunstancias, un ejercicio saludable de autocrítica. No es el caso de la obra de Montoya.

Juan Luis de León Azcárate, profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Deusto.