Cáritas

Scott Fitzgerald le dijo a Ernest Hemingway: «Los ricos son distintos a nosotros». Y Hemingway contestó: «Sí, tienen dinero». Pero, a veces no basta con tener dinero para ser diferente, la singularidad está en querer darlo. Distintos son los que, además de ser ricos, tienen buen corazón.

Fue la caridad y no la filantropía la que entró en España con el cristianismo: los hospitales de leprosos de Carlos I o el Tratado sobre el Socorro a los Pobres de Juan Luis Vives fueron la primera referencia. La Reforma cambió ese espíritu cristiano. Las buenas obras no sintonizaban con la regla protestante como forma para ir al cielo. Los católicos (en su mayoría latinos) hacían caridad por amor a Dios y los protestantes (anglosajones) devolvían a la sociedad lo que les había dado. Esa remota referencia pudiera explicar que Bill Gates tienda a invertir sus excedentes en investigación médica y tecnología, y La Caixa lo haga en colectivos débiles y excluidos.

Concepción Arenal y alguna de sus amigas llegaron a la ruina personal por su entrega a las buenas causas, pero aprendieron algo: «Mientras la caridad no se organice no tendrá fuerza». Hubo un tiempo en que a la filantropía y a la caridad la separaban más que sus motivos espirituales su nivel de organización. Carnegie en su famoso artículo Wealth (Riqueza) fue el primero en señalar que en la caridad el 95% de lo que se donaba se administraba de manera poco inteligente; mentalidad que, como vamos a ver, cundió más de lo debido.

Asistí a la cena anual que da la Fundación americana contra el Sarcoma en Nueva York. Nada hacía imaginar que en su ambiente glamuroso, con orquesta de veinte músicos tocando rock and roll y gente bailando con fotografías en la hombrera de sus seres queridos víctimas del cáncer, estuviéramos reunidos por una razón tan devastadora. En mi mesa alguien brindó: «Por las charities ». Y una señora con determinación contestó: «Aquí no hay charity que valga, ni un dólar va a los enfermos sino a la investigación farmacológica. Yo no cubro las necesidades de nadie, yo dono para conseguir resultados».

El pensar, como esa señora, que la filantropía es inversión y la caridad, un gasto olvida realidades: algunas de la inversiones en filantropía, realizadas por Gates, Buffett o Turner, terminaron en fiascos económicos y, sin embargo, Cáritas, la organización caritativa más grande del mundo (fundada en Friburgo en 1867) lucha contra la pobreza, la exclusión, la intolerancia y la discriminación con resultados permanentes y notables.

Conocemos el manido cuento del pez y el pescador. Pero mientras que la persona aprende a manejarse por sí misma hay que mantenerla hasta que se revalorice: no gastamos por lo tanto en mantenimiento, invertimos en mantenimiento. Esa es la óptica de Cáritas España, que habla de «recursos invertidos» nunca gastados (276 millones de euros al año que maneja con setenta mil voluntarios y con 4.000 contratados, en descenso, que suponen sólo el 6% de lo que recaudan), y esa labor de mantenimiento la desarrollan sobre colectivos tan dispares como drogodependientes, venidos a menos, emigrantes o expresidiarios que cuando nos preguntamos ¿adónde irán?, ya podemos contestarlo: van a Cáritas.

Recuerdo haber escuchado al banquero Luis Valls Taberner, gran donante emboscado, que lo de la filantropía estaba muy bien pero «que en la calle había que seguir dando», y algo parecido debió pensar Amancio Ortega con su donativo de 20 millones de euros a Cáritas en 2010. En aquella dádiva había una coletilla que pasó inadvertida: la cesión se hacía «para que la ayuda llegue al mayor número de personas». Tal enfoque reconocía dos merecimientos a la organización: uno de fiabilidad y otro de eficacia. El gesto no tenía precedentes: Amancio Ortega era el primer empresario del país, no era un hombre cercano a la derecha, ni de misa y comunión diaria. Aún así no puso su dinero en sitios acaso más afines: PSOE, Izquierda Unida, UGT, Comisiones Obreras; organizaciones en principio dedicadas a defender los intereses de los pobres. No, lo puso en manos de Cáritas, o sea, de Iglesia católica. Esa era la realidad radical: «Con Cáritas llegaba», lo demás, resultaba contingente.

La celopatía de algunos sectores de la izquierda hacia la Iglesia católica se exacerba a veces amenazando con denunciar el Concordato. Una Cáritas en crecimiento permanente (los incrementos de las aportaciones privadas de 194 millones anules –el 70% de sus recursos– supone una subida del 44% en los últimos cinco años a pesar de la crisis) es una provocación en toda regla. Si además tenemos en cuenta que la gente que frecuentan su ayuda y comedores son a menudo de izquierdas, a quienes se atiende sin hacerles preguntas ni pedirles que recen el rosario, entenderemos que lo que da miedo son otras cosas. En nuestra sociedad todavía hay gente que vive del pobre, mientras que lo que buscan los donantes es una institución que viva para el pobre. Por su aceptación generalizada, esa institución hoy, sin nadie que se le aproxime, es Cáritas.

En 1953 ocurrió algo en Estados Unidos que fue el espaldarazo para la creación de su próspera sociedad civil. Una empresa hizo un regalo a la universidad de Pricenton de 1.500 dólares. Los accionistas se enfrentaron al Consejo de Administración por el entonces tal dispendio y el Tribunal de New Jersey se pronunció en contra de los accionistas, permitiendo que donativos razonables se llevaran a cabo aunque no lo contemplaran los estatutos de la sociedad. Desde entonces el número de legados postmortem que recibieron las universidades americanas hicieron de ellas su industria más competitiva, lo cual queda dicho como recordatorio de que en España tenemos pendiente una ley de Mecenazgo o como idea para que Cáritas pueda fortalecer, si cabe aún más, a través de ella su vis atractiva.

La caridad por organizada y eficaz no es filantropía. Ambas se manejan en momentos distintos, pero compatibles. Lo mismo que a quien sufre un ataque al corazón los del Samur no le dicen que haga ejercicio, coma sano y adelgace, sino que le dan unos buenos chutes de ácido acetil salicílico, aquí acontece algo parecido. La filantropía es la inversión a medio y largo plazo, y la caridad es el tratamiento de choque. ¿Seguimos pensando que la una es inversión y la otra gasto? ¡Qué más da! Para la gente que tuvo que conseguir comida y abrigo estas navidades y se puso en manos de Cáritas, la distinción no fue académica.

José Félix Pérez-Orive Carceller, abogado.

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