Carles Fontserè, un tipo irrepetible

Por su forma de ser, por su actuación y por su proyección nacional e internacional, no hay duda alguna de que Carles Fontserè encaja perfectamente en lo que Josep Pla llamaba homenot. Más aún, Fontserè es, a mi parecer, una de las personas más significativas de la Catalunya moderna. Personalmente, debo reconocer que es uno de los seres más atractivos e interesantes que he conocido jamás, tanto por su imponente presencia física, como por la energía personal que irradiaba y la libertad con que se expresaba. Coherente con sus convicciones, vivió huyendo de posiciones dogmáticas, y aunque cambió de países y de oficios, nunca dejó de ser un aventurero y un individuo que, por encima de todo, defendía las libertades personales y colectivas. Todo lo que dijo e hizo desde su adolescencia hasta el último momento estaba ligado a su forma de entender la existencia, sobre todo libre e impulsada por la curiosidad; de hecho, él mismo se autodefinía como tafaner, un curioso dotado de una memoria de elefante, capaz de retener todos los detalles y con una voluntad irrefrenable de recoger y conservar cualquier documento literario, periodístico o fotográfico que cayera en sus manos y que considerara que, en un momento u otro, podría tener importancia histórica.

Fontserè, que tuvo lo que llamamos una vida de película, era un hombre denso y plural, local e internacional, por eso lamento que en demasiadas ocasiones se hayan reducido su persona y sus aportaciones a nuestra cultura, confinándolo a ser solo el "gran cartelista de la guerra civil", algo que indiscutiblemente es, ya que sin él la revolución visual que promovió el Sindicat de Dibuixants, que él mismo contribuyó a fundar, no habría sido lo mismo. Fontserè, como Jaume Miravitlles desde el Comissariat de Propaganda de la Generalitat de Catalunya, era consciente de que nuestro país solo podía luchar contra el fascismo y el alzamiento nacional con las armas de la comunicación, de entre las cuales el cartel era la más accesible e inmediata.

Por eso se comprometió con este combate e, inspirándose en el cartelismo de la revolución rusa, el de la primera guerra mundial, los fotomontajes de Heartfield y las posibilidades técnicas de la fotografía, el xilograbado o el aerógrafo, ayudó a crear un lenguaje propio, hoy admirado en todo el mundo, y que junto con el de los carteles modernistas representa uno de los momentos estelares del cartelismo catalán. Porque carteles como Treballa per als que lluiten! (UGT), Llibertat! (FAI), Unió! Disciplina! Pel socialisme! (POUM), Avant! (UGT), Al front! (CNT-FAI) y Aplastar al fascismo! (CNT-FAI-JJLL) son mucho más que una creación artística lograda, son la iconografía de un momento histórico.

La dimensión de cartelista de Fontserè es, pues, incuestionablemente, la más significativa, pero solo es una más de las diversas que conforman su personalidad que era, básicamente, la de un artista, pese a que en más de una ocasión manifestó que el arte para él no era una finalidad --como para la mayoría de artistas--, sino simplemente un medio que le permitía conocer, satisfacer su curiosidad, enriquecer su vida y luchar por la libertad propia y la de los demás. Así, además de dibujar carteles, Fontserè trabajó también como dibujante, ilustrador, ninotaire, escenógrafo (con Cantinflas), publicitario, promotor de espectáculos (con Dalí), periodista, fotógrafo, escritor e incluso taxista, oficios que fue ejerciendo sin olvidar nunca su faceta comprometida. Porque, en el fondo, Fontserè era un activista, y como tal se manifestó hasta el último momento, implicándose con la Comissió de la Dignitat y participando en primera fila en todas las movilizaciones para reivindicar el retorno de los papeles expoliados por el franquismo y conservados en el archivo de Salamanca, donde todavía se encuentra mucha documentación que le pertenecía.

Afincado de nuevo en Catalunya, en 1973, junto con su esposa, la norteamericana hija de catalanes Terry Broch, Fontserè habría podido vivir cómodamente explotando el mito de su pasado, continuando con sus dibujos y organizando exposiciones de muchos reportajes fotográficos que había hecho en Roma, París, Londres, Ciudad de México, San Francisco o, especialmente, Nueva York, donde vivió durante 23 años, porque sus fotografías no solo son buenas artísticamente, sino que también ofrecen un retrato antropológico de las distintas ciudades y culturas que inmortalizó. Pero no fue así, y en Porqueres, Fontserè decidió que cambiaría el pincel por la pluma --que ya había utilizado como periodista para revistas norteamericanas y francesas-- para dedicarse a escribir, para compartir con todos nosotros las vivencias de una existencia intensa y sobretodo su visión de la historia, que nada tiene que ver con la académica de los historiadores, porque como dice su editor, Jaume Vallcorba, "Fontserè practicaba una observación del mundo libre, fresca y no condicionada".

Lamentablemente, Fontserè ha muerto sin poder terminar el cuarto volumen de sus memorias, en el que estaba trabajando, y que confiamos que Terry conduzca a buen puerto, porque nos ayudará a recordar a este tipo irrepetible, de barba exuberante, manos expresivas y ojos penetrantes, que huía de la rutina, que buscaba y logró sacarle todo el jugo a la vida, y que tanto echaremos en falta.

Daniel Giralt-Miracle, crítico de arte.