Carmena en Sachsenhausen

En noviembre de 2010 participé en un viaje organizado por el Ministerio de Asuntos Exteriores y Casa Sefarad-Israel. Dirigieron el peregrinaje Blas Jesús Imbroda y Henar Corbi, reconocidos expertos en la realidad y la estela del Holocausto. El título de la convocatoria: «Shoah: genocidios y crímenes de lesa humanidad. Reflexiones sobre una herencia imborrable» enmarcaba el más logrado programa didáctico sobre el terreno realizado en Europa sobre el exterminio de judíos.

Coincidí con representantes destacados del mundo del Derecho, entre ellos varios vocales del Consejo General del Poder Judicial, un fiscal del Tribunal Supremo, el presidente de la Audiencia Nacional, además de con un expresidente del Senado y un exministro de Justicia, ambos socialistas, y con algunos diputados y senadores. Y también con Manuela Carmena, entonces juez recién jubilada y actual alcaldesa de Madrid.

El viaje nos llevó a París, con visita al Memorial de la Shoah; a Nuremberg, con recorridos por el Centro de Documentación del partido nazi y por la histórica sala del Tribunal Internacional del Palacio de Justicia; a Berlín, con sesión informativa en la Universidad y visita a la Casa Wannsee, donde en 1942 se planeó la «solución final», la deportación y exterminio de los judíos residentes en los países ocupados. En todos estos lugares escuchamos conferencias interesantes y concretamente en la sala de los juicios de Nuremberg la reflexión del norteamericano Benjamín Ferencz, último fiscal vivo de aquellos juicios.

La etapa más estremecedora del viaje fue el recorrido por el campo de concentración de Sachsenhausen, a pocos kilómetros de Berlín. En aquel lugar, además de tantas atrocidades, se desarrolló una de las más sonadas acciones del servicio secreto nazi; organizó allí la «operación Krüger», la mayor falsificación de moneda de la historia: presos judíos expertos en impresión, dibujo y fotografía falsificaron cientos de millones de libras esterlinas y una indeterminada cantidad de millones de dólares con el propósito de desestabilizar la economía aliada y financiar el espionaje alemán. Y un eco español: en aquel campo estuvo internado dos años el expresidente del Gobierno republicano Francisco Largo Caballero.

En Sachsenhausen fueron asesinados decenas de miles de judíos y gitanos. Visitamos los restos de los hornos crematorios, las celdas de castigo, las salas de experimentos médicos y el paredón de fusilamientos.

La actual alcaldesa de Madrid asistió a las jornadas sobre el Holocausto compartiendo la emoción de todos. No sé si pensaría entonces que aquel sádico cartel «El trabajo os hará libres» del portón de Sachsenhausen, que yo había visto meses antes en Auschwitz, era una mera muestra de humor negro y por ello disculpable. Tampoco sé si habrá pensado ahora en quienes fueron asesinados en Sachsenhausen, setenta años antes de nuestro viaje, al leer los tuits de uno de sus concejales de cuyo nombre no quiero acordarme: «¿Cómo meterías a cinco millones de judíos en un 600? En el cenicero» o «Amigos, @lulm, nos lee desde el Estado de Israel, que no se sabe para qué necesita tanto espacio si cada persona ocupa un montón de ceniza». Por no incidir en otros tuits sobre las víctimas del terrorismo, sobre las niñas de Alcáser, sobre Marta del Castillo e Irene Villa y sobre el disgusto del concejal por el hecho de que ETA, «por idiota», fuese incapaz de «tomar el poder», pese a los apoyos con que contaba.

El escándalo de esos tuits parece que se produjo hace un siglo, pero no es así. El concejal se disculpó; tarde pero lo hizo. Al igual que el artículo 20 de la Constitución ampara la libertad de expresión, el mismo artículo la limita en el respeto a otros derechos también fundamentales. Las líneas rojas que no debería atravesar el humor son la sensibilidad, el ingenio, la responsabilidad, el respeto y el buen gusto. Esas señas no distinguen a los tuits del concejal.

La alcaldesa de Madrid es una reconocida jurista que recibió un premio por su defensa de los derechos humanos. A menudo ha manifestado opiniones controvertidas. Declaró que sólo el 6% de los reclusos deberían estar en prisión, y se ha preocupado con firmeza por la atención a las víctimas de supuestos abusos policiales. Debería ampliar su preocupación hasta acoger en ella a los afectados por la irresponsabilidad de su concejal al que maternalmente comprendió y disculpó. Me cuesta atribuir el mal de la amnesia y el pecado de la insensibilidad a la primera autoridad municipal madrileña.

No es relevante que ese impresentable concejal pueda no ser responsable penal en España; en otros países lo sería. Es un tipo sin gracia alguna, un imprudente, y en su sentido literal un desalmado. Lo relevante, por intranquilizador, es que fuese incluido en una lista electoral que lo convirtió en un responsable político y puso en sus manos decisiones importantes y el destino de cuantiosos dineros públicos.

Juan Van-Halen, escritor.

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