Por Fawaz A. Gerges, de la cátedra Christian A. Johnson de Oriente Medio del Sarah Lawrence College, Nueva Jersey, EE. UU. Autor de El viaje del yihadista. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 13/07/06):
La violencia sectaria y el baño de sangre no conceden tregua en Iraq. Una oleada de atentados dirigidos sobre todo contra mezquitas y guías religiosos suníes en la zona de Bagdad y el norte de Iraq ha causado recientemente la muerte de decenas de personas. El enfrentamiento entre chiíes y suníes alcanzó su punto crítico.
El jeque Abdel Gafur al Samarai, figura destacada de la influyente autoridad religiosa suní, acusó a las fuerzas de seguridad de complicidad en tales choques, a la par que advertía de fatales consecuencias. "Las milicias - afirmó- deben ser desmanteladas y desarmadas, y las fuerzas de seguridad deben ser reorganizadas; de lo contrario, Bagdad arderá hasta los cimientos y el fuego consumirá la capital". De igual modo, el imán Sadr al Din al Qababyi, en muy estrecha relación con el Consejo Supremo de la Revolución Islámica a través del principal bloque parlamentario chií, acusó a los principales líderes religiosos suníes de colusión con Osama bin Laden y exigió que el Gobierno llevara a cabo una investigación al respecto.
Ni los atentados contra las mezquitas ni la retórica inflamada de los líderes religiosos constituyen incidentes aislados. Forman parte de un esquema alarmante sustentado en reiteradas espirales de violencia. El depósito central de cadáveres de Bagdad ha informado de que el mes pasado entraron 1.595 cadáveres, un 16% más que en el mes de mayo. Esta cifra indica que, lejos de disminuir como se esperaba, han aumentado los asesinatos perpetrados por las diversas facciones desde la muerte de Abu Musab al Zarqaui, el líder de Al Qaeda en Iraq, y la formación de un gobierno más representativo.
Las víctimas del mes pasado fueron aproximadamente el doble del total de 879 cadáveres que recibió el depósito mencionado en junio del 2005, prueba fehaciente e inequívoca del endurecimiento y extensión de los combates y el foso creciente que enfrenta a las comunidades chií y suní.
En efecto, la actividad de este depósito - que únicamente recibe los cadáveres procedentes del área de Bagdad y su periferia- proporciona una idea bastante precisa de la escalada y propagación del choque entre comunidades. Un funcionario iraquí declaró a The New York Times que de los 1.595 cuerpos recogidos el mes pasado, un 30% correspondían a suníes, una cifra desproporcionadamente elevada en comparación con su proporción demográfica, un 20%.
En la actualidad, grupos chiíes - infiltrados entre las fuerzas de seguridad instruidas y armadas por Estados Unidos- cometen tantos asesinatos como sus homólogos suníes. Los suníes han dejado de tener el monopolio de la insurgencia... Ylo cierto es que las milicias armadas tanto chiíes como suníes se han sumado en cuerpo y alma a los combates por el control del país.
Las milicias combaten por el control de Bagdad, una ciudad crisol desde el punto de vista religioso y étnico, de alrededor de seis millones de habitantes. Algunos barrios caracterizados por su mezcla étnica se han visto prácticamente destruidos debido a asesinatos y matanzas perpetradas sistemáticamente, que han obligado a sus moradores suníes y chiíes a trasladarse a otras áreas de población predominante de sus respectivas comunidades.
Según el Ministerio del Interior, desde los atentados contra el santuario chií de Samarra, en febrero de este año, las acciones de represalia han obligado a cuatro mil familias - unas 23.670 personas- a trasladarse al área capitalina. Fuentes no oficiales elevan la cifra a más de cien mil personas. El comisario de policía Ali Rashid ha señalado que las milicias rivales tratan de dividir la ciudad en una zona oriental bajo control chií y otra occidental bajo control suní, separadas por el río Tigris, que atraviesa la capital.
Aun cuando la radiografía actual de la población de Bagdad no remita a un cuadro de limpieza étnica,los responsables políticos estadounidenses son plenamente conscientes de que libran una batalla contra el tiempo. La batalla por la conquista de Bagdad decidirá el futuro del nuevo Iraq: un Estado unificado, multirreligioso o un Estado escindido y fracturado presa de las distintas facciones en liza. No es de extrañar que tanto el Gobierno iraquí como las fuerzas armadas estadounidenses hayan echado el resto para detener la ola de violencia en las calles de esta descoyuntada urbe, hogar de una cuarta parte de la población del país. Sin embargo, como ha declarado el franco y abierto embajador de Estados Unidos en Iraq, Zalmay Jalizad, "el nivel de violencia sigue siendo notablemente elevado".
¿Qué factor puede explicar la persistencia de la espiral de violencia sectaria?
Ambos bandos en lucha cuentan con fuerzas y efectivos poderosos, de naturaleza militante, que en el fondo persiguen un Estado divorciado, no un Estado unificado y multiétnico. Las milicias suníes y chiíes, con sus campañas de atentados sectarios sistemáticos e intentos de redibujar el plano de la ciudad de acuerdo con sus intereses respectivos, han sumido a Iraq en una guerra civil denominada "de baja intensidad" (Sarkesian, 1981) y en una fragmentación política del país.
Los políticos iraquíes suelen reiterar que se hallan empeñados en el proyecto de lograr una convivencia étnica y religiosa que por supuesto implique un pluralismo político. La realidad, no obstante, es que libran una ímproba batalla en su intento de poner fin a la creciente espiral de violencia sectaria. Lo cierto es que el progreso en el plano político rivaliza con el caos y la confusión. La sociedad iraquí se halla polarizada según las tendencias de las distintas facciones. Los asesinatos, represalias y venganzas ahondan, además, la desconfianza y la sospecha y amenazan con hundir el país en una conflagración generalizada.
El primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, ha hecho algunos progresos en su intento de limar diferencias y motivos de agravio entre suníes y chiíes. Su iniciativa al ofrecer a la insurgencia suní una amnistía parcial a cambio de su desarme y acatamiento de la jurisdicción vigente no ha prosperado.
Los portavoces de los dos principales grupos insurgentes - el Ejército Islámico y la Brigada Revolucionaria 1920- han declarado a la cadena televisiva Al Yazira que rechazarían la iniciativa de Al Maliki a menos que incluyera un calendario de retirada de las fuerzas estadounidenses. Los líderes chiíes, por su parte, también disienten a propósito de los objetivos precisos y el alcance del plan de reconciliación.
Además, y en mayor medida que cualquier otra figura o grupo, Zarqaui, el líder de Al Qaeda en Iraq, desempeñó un papel crucial a la hora de azuzar las tensiones entre las distintas facciones, en particular con los atentados contra los chiíes y sus lugares de culto. Se dio por sentado que Zarqaui actuaba por su cuenta, prescindiendo de sus responsables jerárquicos más experimentados, como Osama bin Laden y su lugarteniente Al Zawahiri. Y en consecuencia llegó a presuponerse que su muerte precedería a un viraje en la estrategia de Al Qaeda de modo que el blanco fundamental serían las fuerzas de la coalición y las de seguridad iraquíes y no los chiíes.
Pero Bin Laden, en último término, dio al traste con este espejismo. En dos cintas difundidas en el sitio de internet de Al Qaeda tras la muerte de Zarqaui, Bin Laden lo enaltecía como el León de la Yihad,y añadía que Abu Musab al Zarqaui actuaba de acuerdo con las instrucciones recibidas para matar no sólo a los ocupantes de Iraq, sino también a sus colaboradores.
Bin Laden ha echado más leña al fuego diciendo que los suníes están sufriendo una operación de "eliminación" y haciendo un llamamiento para que los miembros de esta confesión acudan de inmediato en auxilio de sus hermanos y ataquen a los chiíes (que califica de "rebeldes, traidores y agentes de los norteamericanos").
Bin Laden ha advertido a la mayoría chií de Iraq de que no crea hallarse a salvo del nuevo líder de Al Qaeda en el país, Abu Hamza al Muhajer (su verdadera identidad no está clara), confirmado personalmente por él. Bin Laden ha afirmado que "numerosos hijos residentes en el sur del país - el área iraquí bajo control chií- no pueden ni deben colaborar con Estados Unidos y sus aliados en operaciones de ataque contra Faluya, Ramadi, Baquba, Mosul, Samarra, Qaem y otras ciudades y localidades (suníes)".
El llamamiento de Bin Laden en favor de llevar a cabo acciones de venganza y represalia contra los chiíes - destinado a reunir nuevos adeptos para Al Qaeda y reforzar su posición e imagen entre la comunidad suní- complica los esfuerzos del primer ministro Al Maliki, quien trata de poner fin a la violencia sectaria. Al Maliki, en declaraciones al periódico independiente kuwaití Al Qabas,ha dejado traslucir un deje de desesperación. Si su Gobierno no logra poner remedio a las desavenencias entre las distintas comunidades del país, "no quedará un país llamado Iraq", ha subrayado.