Carta a los invulnerables

El desconfinamiento ya ha comenzado y todos tenemos algún invulnerable cerca. Ya saben, esa gente que está tranquila, que no tiene miedo y que tiene la convicción de que no se va a contagiar o que, caso de hacerlo, no será grave. Estoy hablando del vecino que te da conversación en el descansillo sin mascarilla ni guantes ni distancia social apreciable. De la colega que te llama alegremente para ir organizando una fiesta con los más íntimos, en cuanto se pueda y presume de haberse saltado las normas dos o tres veces. Por no hablar de los vigorosos jóvenes, a quienes hemos estado explicando durante semanas que no corren ningún peligro, que esta enfermedad es un problema que solo mata a los viejos.

El resultado es una población dividida en dos bandos: los aterrados y los invulnerables. Y esta división afecta desde el patio de vecinos hasta el Congreso. Entre los partidos políticos hay dos que son claramente invulnerables: PP y Vox van a por todas. No creen ni por un segundo que alguna de sus acciones o insultos de estos días pueda implicar alguna consecuencia negativa para sí mismos. Según sus cálculos, el PSOE es el viejo, el partido frágil al que este virus tumbará antes o después. Desde luego es el más expuesto y quien más tiene que perder con independencia de los aciertos y errores de su gestión. Lo que me sorprende es que los otros dos crean que su fuerza reside precisamente en la fragilidad de su adversario. Un pensamiento tan extendido como letal en medio de una pandemia, cuando la fragilidad de los demás no te hace más fuerte sino justo lo contrario. Es importante recordarlo dentro y fuera de la arena política porque no podremos superar esta situación sin recurrir a un profundo sentimiento de unidad y fragilidad. Si en el Congreso están así, vete a pedir a tu colega de veintitantos que se sienta tan frágil como su abuela. Que entienda que su fuerza es una responsabilidad y no un privilegio… A buenas horas. Llevamos demasiado tiempo pensando con ideas equivocadas.

Por lo demás, no todos los confinamientos han sido iguales ni todo el mundo se ha tomado este virus de la misma manera. Por eso cuando mejor va la curva es cuando más tenemos que perder. Ya no queda nadie a quien la covid-19 no le haya arrebatado algún conocido cuando no un ser querido. Y a estas alturas todos sabemos cómo empezó todo y cómo nos pilló: con la guardia baja.

La nueva normalidad requiere por tanto que cada uno se comporte y tome decisiones pensando en todos los demás sean cuales sean las fases que se establezcan. En el desconfinamiento, como siempre en la vida, tendremos que saber diferenciar entre lo que podemos y lo que debemos hacer. Y todos tenemos ya suficiente información al respecto.

En varios de los cientos de grupos que están activos en mi móvil estos días, leo comentarios de quienes no van a usar mascarilla salvo que sea obligatorio. El argumento es que la mayoría solo evita que contagies a los demás y que las realmente buenas, las mascarillas que evitan también tu propio contagio (tipo FFP2 o FFP3) no se encuentran o son muy caras. Como si no fuera evidente que si dos personas hablan protegidas con mascarillas caseras es mucho más probable que un contagio que de otro modo.

Lo más seguro en una pandemia es proteger al resto. Quisiera ver esta frase en enormes vallas publicitarias y en la puerta de todas las farmacias. ¿Tan difícil es entender esto? Si todo el mundo cuida de los demás, estaremos todos a salvo. No hay otra manera y no hay nadie que sea invulnerable ante este virus. Tampoco los jóvenes, tampoco los niños. Puede que ellos no pierdan la vida en el camino, pero sí muchas oportunidades y mucho futuro que es otra forma de perderse. Por eso quisiera pedir a todos los invulnerables que dejen de mirar su maldito ombligo y se preocupen por la unidad, política en unos casos y social en los otros. Solo el sentimiento colectivo de fragilidad podrá hacernos fuertes en una situación como esta. Así que todos los que se sienten a salvo, forman parte del problema.

Últimamente, la idea del desconfinamiento nos ha hecho sentir a todos un poco más fuerte a todos y esto puede crear un nuevo peligro en una sociedad confundida respecto de lo que significa la fragilidad. ¿Cuándo podré ver a mis padres? ¿Cuándo podré ir a restaurantes? ¿Podré celebrar mi cumpleaños? ¿Cuándo podré ir al campo? ¿Cuándo a otra provincia? ¿Ya puedo ir a la peluquería? Como si hacer las cosas dentro del plazo recomendado nos convirtiera de nuevo en invulnerables. O sea, que si sales a correr hoy seguramente enfermes pero que a partir del 4 de mayo ya no pasa nada.

Una vez más, las dos Españas están servidas: esta vez temerosos contra invulnerables. Bien, mi mensaje es claro. Si te sientes invulnerable cambia ahora mismo de bando. Porque esta vez tu fuerza depende de la debilidad ajena. Por lo demás siempre ha sido así, solo que quizás antes era más complicado entenderlo.

Nuria Labari es periodista y escritora.

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