Carta a nuestros amigos europeos

Nos acercamos rápidamente a un momento crítico en el drama británico del Brexit. Por increíble que parezca, existe una oportunidad real de que Reino Unido celebre un segundo referéndum y vote a favor de permanecer en la UE. Qué impulso tan extraordinario sería para el proyecto de posguerra de construir una Europa mejor. Para lograrlo, necesitamos la ayuda de nuestros amigos. Entiendo muy bien por qué muchos europeos están deseando que todo acabe de una vez y Reino Unido salga por la puerta. Tenemos un Gobierno británico que desde hace tiempo o no es capaz de articular una posición negociadora, o hace exigencias nada realistas, o no logra la aprobación parlamentaria del acuerdo que ha negociado. Aunque Theresa May ha sobrevivido al intento de los partidarios del Brexit de derrocarla, ha quedado políticamente herida, y las posibilidades de que el Parlamento le dé la razón siguen siendo escasas.

Carta a nuestros amigos europeosMientras el reloj avanza hacia el día B, el 29 de marzo de 2019, con el peligro de un Brexit caótico y sin acuerdo, comprendo que en el Consejo Europeo algunos líderes como la canciller Angela Merkel quisieran ayudar a la primera ministra a “cruzar la línea de meta”. Porque entonces la UE podrá volver a ocuparse de todos sus demás problemas: el populismo y los chalecos amarillos, los problemas de la eurozona, la inmigración, Vladímir Putin y Donald Trump, entre otros.

Pero eso sería caer en el típico error de pensar en lo inmediato y no en el futuro. Sin duda, a corto plazo, ayudar al Gobierno británico a cumplir la meta del Brexit aportaría certidumbre y a la UE le permitiría volver a ocuparse de otras cosas. Pero, a largo plazo, el Brexit crearía una úlcera purulenta que dañaría y debilitaría el cuerpo de la Unión Europea.

La úlcera comenzaría a formarse inmediatamente después del día B. Reino Unido tendría que negociar su relación propiamente dicha con la UE, a partir de una Declaración Política imprecisa y no vinculante y desde una posición extraordinariamente débil. La negociación se prolongaría durante años y sería muy difícil. Pronto quedarían al descubierto las falsas promesas de los defensores del Brexit, que, junto con la prensa británica euroescéptica (poco aficionada a la verdad, por decirlo suavemente), intentarían achacar la culpa de las desgracias del país a “los europeos”, especialmente a los franceses, algo que los ingleses llevan haciendo 700 años.

Incluso aunque superásemos ese nocivo juego de acusaciones, es engañoso y peligroso creer que Reino Unido seguiría cooperando alegremente y de forma constructiva con el resto de Europa en política exterior, defensa, antiterrorismo (recordemos a las últimas víctimas de Estrasburgo), intercambio de información y todos los demás ámbitos en los que hace una contribución significativa, pese al descontento en todos los demás aspectos. La política no funciona así, sobre todo en la era del populismo. También es un espejismo pensar que, de aquí a unos años, los británicos volverían suplicando el reingreso. Es no entender en absoluto el carácter británico. No habría una dinámica de convergencia, sino de divergencia.

En otras palabras, el único Brexit bueno es que no haya Brexit. Las posibilidades de que eso ocurra —lo que May, entrañablemente, llama “el riesgo de que no haya Brexit”— se han multiplicado en las últimas semanas. En algunos países, el populismo nacionalista ha menoscabado el funcionamiento de la democracia, pero en Reino Unido está muy activa. He pasado mucho tiempo con parlamentarios británicos y he visto con qué seriedad se toman su papel de representantes electos en un momento crucial. Gracias a ellos, el Parlamento más antiguo está volviendo a tomar las riendas. Nadie sabe qué resultado darán sus procedimientos, a menudo arcaicos y melodramáticos. ¿Una victoria raspando del acuerdo? ¿Nuevas elecciones? ¿Un Gobierno de unidad nacional? ¿Una votación para incluir en la Declaración Política la modalidad “Noruega + (pertenencia al AEE, en concreto a la AELC, y unión aduanera)”? ¿Un “sin acuerdo” involuntario? Todo es posible. No hay nada seguro, salvo que habrá varias semanas más de fuegos artificiales, humo y confusión. Pero la opción que poco a poco está ganando más adeptos entre los parlamentarios es la del segundo referéndum.

Es ridículo decir que es antidemocrático que el Parlamento soberano vuelva a plantear la cuestión al pueblo. No es ridículo sugerir que la campaña de ese referéndum sería encarnizada y divisiva. Pero hay que sopesar los riesgos inmediatos de ira y división contra los peligros a largo plazo para Reino Unido y Europa. Un referéndum sería doloroso, pero positivo a largo plazo.

Es posible que volvamos a perder el referéndum, desde luego. Aun así, el país no estaría peor que ahora y seguramente estaría mejor: nadie podría alegar que la gente no sabía lo que estaba votando. Lo que es indudable es que, para garantizar un Reino Unido que recupere una relación constructiva y contribuya a las reformas que tanto necesita la UE, hace falta un margen indiscutible de votos a favor de la permanencia. Los últimos sondeos (y las casas de apuestas) se inclinan en esa dirección, pero debemos hacer una campaña proeuropea mucho mejor que la de 2016.

Si el Parlamento aprueba ese segundo referéndum, vamos a necesitar unas cuantas cosas de nuestros socios de la UE. Habría que prorrogar el Artículo 50 varios meses. Un informe de los expertos constitucionales del University College de Londres indica que se podría convocar un referéndum perfectamente en 24 semanas. Es decir, habría que prolongar el Artículo 50 hasta el verano de 2019, lo que implicaría resolver la delicada cuestión de la participación británica en las elecciones europeas de finales de mayo. El dictamen emitido por el Tribunal Europeo de Justicia establece que, si el resultado del voto fuera permanecer, Reino Unido podría revocar unilateralmente el Artículo 50 y seguir siendo miembro de la UE en las condiciones actuales. De modo que lo que necesitamos de ustedes, nuestros amigos —aparte de que se prorrogue el Artículo 50 y se resuelva el asunto de las elecciones europeas—, no es más que un mensaje claro, sencillo y positivo: ¡queremos que os quedéis!

Si están convencidos de que para construir una Europa más fuerte en un mundo peligroso, Reino Unido tiene que cumplir su papel dentro de la Unión Europea; si creen que cualquier golpe contra las oscuras fuerzas del populismo nacionalista es positivo; si significa algo para ustedes lo que Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda han aportado a Europa desde hace siglos, juntos y por separado; si valoran lo que contribuyó Reino Unido a la libertad de Europa en la Segunda Guerra Mundial, a la reconstrucción de Europa occidental en la posguerra y a liberar de las dictaduras comunistas a Europa oriental, dennos esta oportunidad. Si han trabajado con colegas británicos, han estudiado en una universidad británica, han disfrutado alguna vez de su deporte y su cultura o tienen amigos británicos; si algo de lo que los británicos han hecho les ha llegado alguna vez al corazón, otórguennos su solidaridad y su apoyo. Si ayudan a Reino Unido estarán ayudando también a Europa.

Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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