Carta abierta a Mónica García

Estimada médica y madre: A sus dos quehaceres conocidos, ambos tan absorbentes, ha querido el destino añadir otra carga: liderar la oposición en la Asamblea de Madrid. No es moco de pavo, señora. Lo que tiene de especial esa cámara legislativa es que concentra como ninguna otra instancia política eso que ha dado en llamarse guerra cultural. Sus responsabilidades en tan sensible escenario comprenden el control de la persona con más carisma político del país. Sí, sí, Ayuso es mucha Ayuso. No es mi fervor, nunca ocultado, el que habla, sino la prensa internacional. Ojéela u hojéela.

Debo decirle, querida amiga, que escoge usted mal las batallas. Le dirijo la presente para recomendarle, con la mejor de las intenciones, que corrija cuanto antes esa loca inclinación. Otros dispondrán quizá de tiempo suficiente para equivocarse, sin lamentar los tropiezos, treinta veces antes de acertar. Pero usted carga con la medicina y con la maternidad. La insistencia con que aireó ambas condiciones en campaña permite adivinar una especie de plenitud vital, quizá de merecido orgullo, que o bien la avalaría para la cosa pública por intrincados recovecos del alma, o bien la elevaría en nuestra estima por su disposición al sacrificio y a la sobrecarga de trabajo, tan generosa.

Hay cosas que no puede escoger, reconozcámoslo. Por ejemplo, que su controlada sea la única responsable política con poder ejecutivo en ‘la derecha’ (el liberalismo, en realidad) sin pelos en la lengua. La única que les tiene tomada a ustedes, sedicentes progresistas, la medida. La única que no se arredra ante las campañas de demolición personal. La que no se viene abajo, sino arriba, cuando la izquierda saca a esa bestia interior que no entiende de circunstancias personales ni conoce límites en la injuria. Es más, en Ayuso tiene la izquierda española un espejo, de modo que cuanto más descarnadas son sus tácticas con ella, más feo se ve al atacante, más consta su demagogia y su falta de escrúpulos.

En fin, que ha tenido usted mala suerte debiendo torear, precisamente, a Ayuso. Cuando va a manchar reputaciones, sale manchada, y cuando va a colgarle a la presidenta alguna mofa, ella sale airosa, incluso a hombros, y carga usted con la befa. A ver cómo se sacude ahora lo de la izquierda caviar y lo del perreo, por poner un ejemplo reciente. Con todo, de Ayuso no se libra. Es una batalla que no puede eludir. Pero, señora mía, ¿a quién se le ocurre desatar una caza de brujas contra Nacho Cano? ¿En qué cabeza cabe tratar de utilizar precisamente a ese artista para lanzar una de las habituales advertencias al mundo de la cultura, para imponer la omertá?

Aparece usted ante las cámaras y zas: afirma que el próximo proyecto artístico del compositor, un musical sobre el amor entre Malinche y Cortés, se hará en el lugar previsto porque Nacho Cano es amigo de Ayuso. Reconoce la legalidad de todo -faltaría más- pero no le cabe a usted en la cabeza que el Ayuntamiento de Madrid firme un acuerdo por cuatro años para el uso cultural de un pedregal… salvo esa amistad.

Me parece muy raro que ignore de quién está hablando, pero, dado que es el caso, yo se lo contaré de mil amores: Nacho Cano es una celebridad artística desde hace cuarenta años. Ha vendido veinticinco millones de discos. Sus temas han sido números uno en España, Francia, Holanda y, por supuesto México, con la práctica totalidad de Hispanoamérica. Cuenta con varias decenas de discos de platino. Si a usted le parece que ahora va a estrenar ‘Malinche’ por ser amigo de Ayuso, debe saber que con el musical ‘Hoy no me puedo levantar’ ha vendido más de cuatro millones de tickets entre España y México.

Bien, ahora que está informada, ya no es posible que tome a este artista por uno de esos lánguidos cantautores comprometidos con sus cinco acordes y deseosos de repetir consignas para ganarse las simpatías de políticos locales tan sectarios como usted. Tampoco podrá confundirlo con uno de esos encogidos componentes del ‘mundo de la cultura’ que, sin comulgar con las campañas que diseñan los propagandistas, prefieren aparentar afinidades para seguir teniendo bolos en verano, para que los ayuntamientos de su palo no los incluyan en sus listas negras, para que la jauría de los platós y los tristes humoristas no se encarnicen con ellos.

Nacho Cano pertenece a otra esfera, doña Mónica, es de otro mundo. Uno con el que usted ni sueña. Alguien debería haberle advertido, evitándole esta antológica metedura de pata. Porque Nacho Cano viene llenando teatros, estadios, plazas de toros y salas de conciertos desde siempre. Más concretamente, desde que usted tenía seis años. Toda una vida.

Cierto es que, como médica y madre, no está obligada a saber nada sobre música, sobre pop, sobre tecno, sobre musicales, sobre los discos más vendidos, sobre la banda sonora de España desde la Transición, sobre el lugar que ha venido ocupado cada uno en los rankings. Cierto. No tiene por qué ser consciente de que cada vez que se acerca diciembre, desde hace décadas, las mayores empresas se disputan una canción de Nacho Cano (‘Un año más’) para conferirle vida, ilusión, atractivo y prestigio al último anuncio del año, o al primero, que suele ser el más caro.

Pero ahora ya lo sabe. Y como usted en el fondo me cae bien, como no es plato de mi gusto ver hacer el ridículo a nadie, como ya tiene bastante con salir cada semana al ruedo para enfrentarse con Ayuso, y como mi hermana también es médico y madre aunque no lo vaya repitiendo por ahí como una posesa, le recomiendo, dicho está, que escoja mejor sus batallas.

Atentamente.

Juan Carlos Girauta

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