Carta al ministro

Días atrás pasé unas horas en el pueblo de Monells, en el Baix Empordà. Ya tenía noticia y había visto unos primeros resultados, pero me sorprendió la pulcritud y el orden de las calles, plazas, y jardines de este pequeño núcleo que, gracias al buen gesto urbano, se ha convertido en una amable atracción turística. Ya sé que podríamos hacer una crítica un poco cargada de apriorismos profesionales. El pueblo tiene una estructura y unos testimonios de calidad que han servido de punto de partida, pero hay que reconocer que gran parte de los resultados se deben a la voluntad de ir construyendo una escenografía de paredes de piedra y cubiertas de teja vieja siempre a punto de convertirse en escenarios pesebristas y traslucir una estética de cartón piedra. Pero, sin entrar en la discusión teórica sobre la reconstrucción puramente epidérmica de los estilos populares, hay que reconocer que los resultados son plausibles como lo fueron en el Barri Gòtic de Barcelona, las ciudades medievales francesas reconstruidas en el siglo XIX o la Alhambra de Granada, ejemplos quizá demasiado insignes para compararlos con la simpática modestia de Monells.

Este mimo del paisaje urbano, afortunadamente, se va divulgando por otras poblaciones de Catalunya, aunque casi siempre sigue un itinerario un poco peligroso o, al menos, sorprendente. Los payeses de la localidad siguen construyendo las pocilgas, los rudimentarios graneros, los accesorios agropecuarios con una sorprendente torpeza, llenando el paisaje de atrocidades imperdonables. Sin embargo, a los turistas y veraneantes se les aplica una rigurosa normativa estética que quiere adecuarse a la tradición constructiva autóctona, una tradición propagada por abuelos y bisabuelos de este campesinado que entonces mostraba un cuidado y buen gusto del que ahora carece. Así, mientras el paisaje se ensucia con chozas de ladrillo rudimentario, algunos núcleos urbanos --no todos y con diferencias considerables-- se esfuerzan en mantener la escenografía de una pretendida tradición que no siempre es la acertada ni correcta pero sí lo suficientemente eficaz para ofrecer unas islas de reposo visual entre tanto desbarajuste. Pasamos de la choza a la escenografía aplicando solo una normativa de piedra natural y tejas viejas, lo que no es una gran aventura artística o intelectual, pero sí de una eficacia confortable. Es el falso retorno a los Dolços indrets de Pere Torné Esquius.

Pero en Monells me pareció ver una diferencia muy importante visualmente. Diría que es el único núcleo urbano de Catalunya --o uno de los poquísimos-- que ha eliminado radicalmente una de las grandes pestilencias visuales: los cables y los tubos que, aquí y allá, siempre cuelgan de las fachadas a media altura --sean o no monumentales-- y que cruzan calles y plazas con una desfachatez y una incivilidad descomunales. Es el insulto de la tacañería y el furor especulativo de las compañías de gas, electricidad, teléfonos y otros instrumentos de energía y comunicación, y la muestra de la falta de sensibilidad de los ayuntamientos para conceder licencias. Sorprende la existencia de medidas de defensa patrimonial y que, sin embargo, se permita a las compañías dejar allí en medio su pastel. Y lo más grave es que ya nos hemos acostumbrado tanto a ello que ni nos damos cuenta. ¿Alguien se ha fijado, por ejemplo, en el panorama de cables y otras instalaciones en zonas tan vistosas como el propio Barri Gòtic, el Eixample o Sants?

Poe ello escribo esta carta abierta al ministro de Industria, Turismo y Comercio, con la esperanza de que me escuche. Querido Joan Clos: mientras eras alcalde de Barcelona habíamos comentado muchas veces el problema de la presencia de conductos en fachadas y espacios públicos de los barrios más representativos --y más turísticos-- de la ciudad. Y, a menudo, decías que desde los reducidos poderes municipales era imposible resolverlo, por ineficaces ante las grandes compañías omnipotentes, tan inaccesibles que solo se les podía plantar cara con órdenes muy severas del poder central, o sea, de los ministerios. Ahora diriges un ministerio que asume esta responsabilidad por partida doble: siendo de Industria y Comercio puedes someter a las compañías y obligarlas a una decencia pública, y siendo de Turismo debes tener la intención de proteger las imágenes urbanas tan deterioradas, que estropean la calidad de los que quieren venir a disfrutar de ellas. A la vista de los monstruosos beneficios de estas compañías y de los espeluznantes sueldos de consejeros y directivos, hay que pensar que no sería tan difícil gastar parte de la tesorería en acondicionar bien los espacios públicos de los pueblos y ciudades de este país, soterrando los conductos, mejorando los apoyos, garantizando mejor la seguridad colectiva y el confort visual, precisamente en beneficio de los propios usuarios que sostienen los enormes ingresos de estas compañías abusivas. Haber sido alcalde de una ciudad tan movida como Barcelona debe de ser una garantía para resolver desde el ministerio problemas constatados en la experiencia anterior. Un buen político mantiene siempre una referencia local. Señor ministro, aún con talante de alcalde: dé un empujón definitivo para que nuestros paisajes urbanos sean tan pulcros como los de Francia o Alemania. Tan pulcros como Monells.

Oriol Bohigas, arquitecto.