Carta al presidente Bush

Por Valéry Giscard d’Estaing, ex presidente de Francia; Giuliano Amato, primer ministro de Italia, y Ralf Dahrendorf, miembro de la Cámara de los Lores británica y ex director de la London School of Economics (EL PAIS, 28/11/04):

Estimado señor presidente:

Ahora que el polvo de la política se va asentando en su país tras una larga temporada de campaña, le instamos a que se dedique con prontitud a evaluar de nuevo sus relaciones con los europeos.

En el entorno global posterior al 11-S, EE UU necesitará amigos más aún de los que los necesitó antes: por muy poderoso que sea su país, la experiencia ya ha demostrado que necesitará aliados e instituciones globales que funcionen para poder preservar sus intereses básicos. Sus mejores socios en potencia siguen siendo los europeos: a pesar de todos sus defectos actuales, comparten los mismos valores básicos, están comprometidos con la democracia y la economía de mercado y creen con convicción en hacer que las instituciones multilaterales sean eficaces.

Las duras lecciones de los dos últimos años también han quedado claras para Europa: si nos dividimos, somos incapaces de ejercer ninguna influencia internacional significativa. Elaborar un nuevo acuerdo con EE UU no solamente será una contribución decisiva a nuestra seguridad en el sistema global en ciernes; también será una condición esencial para preservar la cohesión europea.

Primero: ser multilateral y eficaz. Sean cuales sean las ventajas y los inconvenientes de trabajar hoy de forma multilateral o unilateral, los argumentos a favor de la primera están destinados a aumentar en las décadas venideras. El surgimiento de China e India como pesos pesados en lo económico, militar y diplomático parece seguro, y puede que Rusia siga el mismo camino.Cualquier alternativa imaginable a una fuerte alianza con Europa es una opción peor, y solamente un núcleo sólido euro-estadounidense puede hacer que las instituciones internacionales sean más eficaces. Esto es también cierto para la reforma de la ONU, que necesitamos promover conjuntamente. De hecho, los europeos tienen que aceptar que hay que actualizar las viejas normas que rigen el uso de la fuerza, dada la naturaleza de las nuevas amenazas, mientras que EE UU tiene que reconocer abiertamente las ventajas del multilateralismo eficaz.

Segundo: una Europa fuerte para una alianza fuerte. Señor presidente, a la larga, una Europa más integrada actúa a favor de los intereses de Estados Unidos, a pesar de que habrá veces en que se oponga a usted en, digamos, temas concretos de comercio o el Protocolo de Kioto. Para animar a los europeos a aceptar los retos más importantes de nuestra era, y alcanzar los objetivos que ambos acordaremos, usted podría ofrecer una serie de contrapartidas. Por ejemplo, podría prometer a los europeos que si ellos cumplen sus compromisos, usted relajará sus normas proteccionistas sobre la transferencia de tecnología militar. Podría incluso entregar alguna de sus tecnologías para "guerras centralizadas por red" que harían que a los europeos les resultara más fácil trabajar junto a sus fuerzas. Podría ofrecer más puestos de alto mando en la OTAN a los europeos. Y podría compartir más sus servicios de inteligencia con sus aliados clave.

Si se diera todo esto, un nuevo acuerdo transatlántico debería basarse en una división geográfica del cometido, con la Unión Europea como principal aval de la seguridad continental y de la estabilidad en Europa y su entorno.

Después, debería estimular a los europeos a pensar de forma global ofreciéndose a trabajar con ellos para desarrollar estrategias conjuntas hacia Rusia y China. Con respecto a Rusia, ambos queremos que su economía se fortalezca y se integre en Occidente, incluido el sector de la energía, pero también queremos un final pacífico al conflicto de Chechenia y la protección de las libertades civiles. Solamente podremos influir en la conducta de Rusia si EE UU y la UE forjan una línea común y se atienen a ella.

Nuestros intereses básicos son los mismos con respecto a China. Pero tenemos que aprender a no pensar solamente en la economía, sino también en los aspectos políticos del surgimiento de China. Naturalmente, no podemos determinar la evolución del sistema político de China, ni tampoco su política exterior. Pero EE UU y la UE deben establecer juntos sus preferencias y dejar muy claro a China que sus acciones y políticas influirán en las nuestras.

Es indispensable que acordemos directrices comunes para la venta de material militar -o de doble uso- a China, antes de que esto se convierta en un nuevo distanciamiento estratégico.

Tercero: trabajar conjuntamente en Oriente Próximo, el Pequeño y el Grande. Señor presidente, en los próximos cuatro años usted probablemente empleará más tiempo y energía en Oriente Próximo en general que en ninguna otra región internacional. El Gran Oriente Próximo es tan esencial para la geopolítica de la próxima década como lo fue Europa durante la guerra fría. Puede que esto cambie con el tiempo, pero hoy es una realidad.

Será difícil conseguir que otros países envíen tropas a Irak, pero aun así la contribución europea en dinero y apoyo político sigue siendo importante. Para conseguirlo, señor presidente, no apele sólo a la unidad atlántica. Subraye que quiere empezar una nueva fase en las relaciones entre EE UU y Europa y que valora una Europa más fuerte, que se muestre deseosa de asumir mayor responsabilidad internacional. Ésta podría ser la premisa para una cooperación eficaz.

Mejor aún, ofrezca a los europeos un 'quid pro quo'; si ellos respaldan los esfuerzos comunes en Irak (algunos con tropas, otros incrementando el apoyo al rearme de las fuerzas iraquíes) y asignan más recursos financieros a la reconstrucción, Estados Unidos mantendrá su promesa de promover un Estado palestino para 2006.

En cuanto a Israel y Palestina, usted aún tiene que demostrar, con hechos, no sólo con palabras, que EE UU busca seriamente una solución con dos Estados. Para la mayoría de los árabes, la voluntad de Washington de emplear recursos reales y capital político para resolver por fin el problema entre israelíes y palestinos es la prueba de fuego para el prestigio de Estados Unidos en la región. Debería proponer a Europa que asistamos y entrenemos juntos a las fuerzas de seguridad y policiales palestinas y que, en el caso de que se establezca firmemente un alto el fuego, la OTAN desempeñe un papel aportando seguridad junto a países árabes como Egipto. Dado el círculo vicioso de violencia e inseguridad, puede que la única vía de salida sea una fuerza dirigida por la OTAN. Al mismo tiempo, nosotros los europeos tendremos que centrar nuestros esfuerzos en asistir al nacimiento de una jefatura palestina seria y responsable pos-Arafat.

Sobre el tema de Irán, muchos europeos sienten que la política de EE UU es de mucho palo y ninguna zanahoria; la mayoría de los estadounidenses opinan exactamente lo contrario sobre la política europea de "compromiso condicional". Los iraníes han utilizado inteligentemente estas disensiones transatlánticas para seguir adelante con su programa nuclear. Europa y Estados Unidos deben cambiar parcialmente de bando. De esta forma, usted animaría a los europeos a plantearse la posibilidad de usar el palo, siempre que el acuerdo provisional con Irán no se ponga en práctica; a su vez, Estados Unidos debería exponer cuáles son los incentivos que está dispuesto a ofrecer a Teherán a cambio de un punto final verificable al programa nuclear de Irán. Sería útil establecer un grupo de contacto entre EE UU, la UE (combinando las potencias más importantes más Javier Solana) y Rusia.

Cuarto: ¡también es la economía, señor presidente! Por último, tenemos que concebir un nuevo acuerdo económico. Las economías europea y estadounidense siguen siendo estrechamente interdependientes -de hecho, cada vez lo son más- y EE UU y Europa suponen la piedra angular del sistema global de comercio.

La acción más relevante de su primera Administración, en cuanto al efecto sobre la economía mundial se refiere, fue el cambio en el presupuesto federal de un superávit de 250.000 millones de dólares en el año 2000 a un déficit de más de 400.000 millones de dólares en 2004. Esto ha proporcionado un poderoso estímulo a EE UU y las economías mundiales, pero también ha incrementado la inestabilidad del sistema financiero internacional.

Lo que necesitamos, señor presidente, es este tipo de nuevo acuerdo: un compromiso, por parte de EE UU, hacia una consolidación fiscal gradual; un compromiso, por parte de Europa, de acelerar las reformas para elevar el crecimiento potencial; un compromiso de China de abandonar el patrón dólar y reemplazarlo con un patrón cesta, que incluya el dólar y el euro. Para promover este objetivo -y como parte de nuestra estrategia global común- debemos fomentar el aumento de los vínculos entre el G-7 y China.

En cuanto a tratar de resolver el problema global de la pobreza y el subdesarrollo, EE UU sigue siendo el país industrial con el índice más bajo de ayuda respecto al PIB, y su primera Administración insistió en poner menos énfasis en los préstamos y más en las subvenciones para los países pobres. Todos sabemos que es muy improbable que se alcancen los Objetivos de Desarrollo para el Milenio. Aunque está bien hacer hincapié en una mejor gobernanza, los recursos para el desarrollo tienen que incrementarse de forma significativa, tanto en Europa como en EE UU. Señor presidente, esto debe pasar a ser la principal empresa conjunta para la próxima cumbre del G-8.

Con respecto a los temas de comercio, completar con éxito la Ronda Doha proporcionaría un importante impulso al crecimiento global, así como a la lucha contra la pobreza.

Finalmente -dados también los vínculos entre los precios de la energía y las perspectivas económicas- le instamos a empezar de cero en lo que respecta a la política medioambiental. Sabemos demasiado bien por qué la firma del Protocolo de Kioto no será una opción para usted en fecha próxima; pero aun así tiene que idear una propuesta estadounidense compatible con el objetivo general de este tratado internacional.

Cinco: pensar en un nuevo fórum estratégico. Para poder cooperar con eficacia, si bien es cierto que con capacidades y papeles asimétricos, los aliados occidentales tienen que compartir decisiones. Por parte de Estados Unidos, esto significa auténtica consulta, no limitarse a establecer las líneas y esperar que nosotros las sigamos. Por parte de Europa, esto significa crear un mecanismo mejor para la toma de decisiones, que tiene que ser de tipo colectivo.

Nosotros sugerimos la creación de un Grupo de Contacto, que sirva como foro entre la UE y EE UU, mucho más funcional que nada de lo que tenemos actualmente. La OTAN es ahora demasiado grande y demasiado reactiva para permitir un auténtico debate estratégico. Las cumbres anuales entre la UE y EE UU son casi inútiles como vía real para la toma de decisiones. El G-8 y el Consejo de Seguridad de la ONU, ambos a punto de ampliarse, saldrían beneficiados de unas consultas transatlánticas más estrechas.

Como puede ver, señor presidente, creemos que el atlantismo tradicional pertenece al pasado, pero estamos profundamente convencidos de que un nuevo acuerdo transatlántico debe formar parte de nuestro futuro.

Partiendo de la base de nuestras raíces históricas, es natural -en incluso saludable- que tanto los estadounidenses como los europeos definan su identidad respectiva en función de sus mutuas diferencias. Está surgiendo una brecha en los valores en todo el Atlántico -especialmente si nos fijamos en nuestras opiniones públicas- que hace imposible apelar a los valores comunes como base de una alianza fuerte. Pero hay que evitar dos errores idénticos: los estadounidenses no deben dejar de contemplar la integración europea como algo que redunda en su beneficio; los europeos no deben empezar a definir su identidad en contraposición a EE UU.

Aún compartimos vínculos de civismo e intereses en el mundo que se verán más eficazmente protegidos si lo hacemos juntos. Son igualmente cruciales para un nuevo acuerdo transatlántico.

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