Carta al presidente electo, Barack Obama

Estimado presidente electo:

Enhorabuena por su éxito. ¡Lo ha hecho muy bien! Ha obtenido usted una victoria impresionante, pero dicha victoria conlleva la responsabilidad de guiar a un Estados Unidos con enormes problemas y con un mundo dividido por los conflictos, la confusión y el odio.

Al tomar posesión de su cargo, se enfrentará a la apabullante tarea de restaurar la credibilidad de EEUU como líder mundial, eficaz y ejemplar. Esto no puede conseguirlo limitándose a distanciarse, usted y su Gobierno, de los errores cometidos por George W. Bush. Debe ofrecer estrategias innovadoras para enfrentarse a múltiples peligros, entre ellos el hundimiento de la economía mundial, dos guerras en auge (Irak y Afganistán), Al Qaeda, las amenazas nucleares y el cambio climático. En cada uno de estos ámbitos, necesitará incorporar un equipo de asesores de primer nivel, aplicar los principios del pensamiento crítico y desarrollar una estrategia coherente con una relación clara entre acciones y resultados.

Haciendo esto, debe restablecer los motivos que históricamente han explicado el respeto internacional por EEUU: la capacidad de recuperación, el optimismo, el apoyo a la justicia y el deseo de paz. Como usted reconoció durante su campaña, el buen nombre de EEUU ha sido mancillado. Su mensaje al mundo debería ser que Estados Unidos, aunque no tenga miedo a actuar cuando es necesario, también está deseoso de escuchar y de aprender.

El primer paso es importante, pero le hará falta hacer mucho más. Desde el día de su investidura, debe esforzarse por devolver la confianza en la solidez económica y las instituciones financieras de EEUU. El crack de octubre demostró que nuestros dirigentes actuales han extraviado su camino. Ahora todos los ojos están puestos en usted. Escoja a la gente adecuada, demuestre disciplina, manténgase fiel a las normas que establezca y promueva un sistema económico que premie el trabajo duro, no la codicia.

En el exterior, debe seguir adelante con su plan para comenzar la retirada de las tropas estadounidenses de Irak. Si vacila, el creciente consenso que existe dentro del país árabe le obligará a hacerlo de todos modos. Sin embargo, iniciando cuanto antes el proceso de salida del país y controlando los tiempos, se podrán atribuir el mérito los dirigentes iraquíes, responsables en último término de la seguridad, en lugar de permitir que los radicales se arroguen el habernos echado. Las tropas que permanezcan allí mientras se culmina el repliegue deben centrarse en preparar mejor a las fuerzas iraquíes para que tomen el mando. Pese a los avances de los últimos meses, el país sigue bajo amenaza de las rivalidades sectarias. Estas tienen una larga historia y sólo pueden resolverlas los propios iraquíes, tomando decisiones. Las tropas estadounidenses no pueden sustituir al sistema iraquí. Se acerca la hora de la transición.

En Afganistán, se ha llegado a un insostenible punto muerto en el que la mayoría de la población teme a los talibán, recela de la OTAN y carece de fe en su Gobierno. Teniendo en cuenta lo que está en juego, puede que sienta la tentación de hacer más en Afganistán. Pero eso, por sí solo, sería una reacción, no una estrategia. Nuestro propio ejército reconoce que el planteamiento actual no funciona. No podemos alcanzar la victoria sólo matando o encarcelando enemigos. Necesitamos más tropas, pero también una política que se corresponda con las aspiraciones y sensibilidades de la población local. Bajo su liderazgo, la principal misión militar de la OTAN debería ser entrenar a las fuerzas afganas para que defiendan sus pueblos, y su objetivo político predominante mejorar la eficacia del Gobierno en todo el país.

El desarrollo económico es crucial, y usted debería animar a las instituciones mundiales y a las de la región a asumir la dirección de la construcción de infraestructuras y la creación de empleos. En el campo diplomático, debería concentrarse en elevar la cooperación en materia de seguridad entre Islamabad y Kabul. En definitiva, los esfuerzos de los aliados tienen que ir más allá de matar terroristas y pasar a evitar el reclutamiento de otros que los reemplacen.

Además de los talibán, la razón por la que estamos en Afganistán es Al Qaeda, que sigue constituyendo una presencia extraña en todos los lugares donde existe. Ni siquiera son profundas sus raíces en Pakistán, y el fracaso de sus líderes a la hora de articular un progama positivo ha disminuido el atractivo de las operaciones al estilo de Bin Laden incluso entre sus potenciales simpatizantes. Al Qaeda, aunque continúe siendo peligrosa, está empezando a perder la batalla de las ideas.

Las acciones dirigidas a objetivos militares siguen siendo esenciales, pero no debería dar a los muchos musulmanes que no están de acuerdo con EEUU nuevas razones para unirse a las filas de quienes quieren matarnos. Después de todo, ésta es una distinción importante. Cerrar Guantánamo ayudaría mucho a ello.

Desde el primer día, tendría que trabajar también para tratar de identificar los elementos sobre los que construir una paz justa y permanente en Oriente Próximo. A los escépticos les gusta advertir que el apoyo a la paz no apaciguará a Al Qaeda, pero eso es tan obvio como ajeno al tema en cuestión. Sus empeños pueden incrementar el respeto por el liderazgo estadounidense en las regiones donde Al Qaeda rastrea en busca de nuevos mártires. Sólo una diplomacia eficaz a nivel regional puede convencer a árabes e israelíes de que la paz aún es posible. Si falta esa esperanza, ambas partes se prepararán para un futuro sin paz, otorgando así validez a las ideas de los extremistas y complicando aún más todas las vertientes de su mandato.

Los peligros que irradian Oriente Próximo y el Golfo Pérsico sin duda van a ocuparle, pero no tendrían que absorber toda su atención. Igual que una política exterior efectiva no puede ser unilateral, tampoco puede ser unidimensional. Debería dedicar más tiempo y recursos a regiones como América Latina y Africa, que han sido descuidadas. En tanto que líder de la era de la globalidad, ha de contemplar el mundo con una lente bien amplia. Esa es la razón por la que espero que encomiende a nuestro país una nueva y visionaria misión: aprovechar los últimos avances científicos para mejorar el nivel de vida en todo el planeta.

Esta iniciativa debería extenderse al cultivo de alimentos, la distribución de medicinas, la conservación del agua, la producción de energía y la preservación de la atmósfera. También tendría que incluir un reto dirigido a la sociedad estadounidense para que sirva de laboratorio en el que experimentar mejores prácticas medioambientales, haciendo que la sostenibilidad sustituya gradualmente al consumo de masas como el emblema del modo de vida americano. Tal política puede ser útil de cara al futuro, al reducir nuestra vulnerabilidad al chantaje energético, a la vez que transmitiría un mensaje más nítido y noble de lo que es EEUU.

Señor presidente electo, el cargo que un día ocuparon George Washington, Abraham Lincoln y los Roosevelt será pronto suyo. En los próximos años, se le exigirá que mantenga el equilibrio pese a que le empujen sin cesar en todas direcciones, y que exhiba un criterio sólido frente a una vorágine de acontecimientos terribles a la vez que previsibles.

Para justicar la confianza que tenemos en usted, debe demostrar confianza en nosotros. Acabar con la política del miedo. Tratarnos como seres adultos. Ayudarnos a comprender a las personas de tierras y culturas lejanas. Llamarnos a trabajar juntos. Recordarnos que los mejores momentos de Estados Unidos no han resultado de dominar a otros, sino de inspirar a la gente de todas partes del mundo a buscar lo mejor que tienen dentro de sí mismos.

Madeleine K. Albright, ex secretaria de Estado de EEUU entre 1997 y 2001, con el presidente Bill Clinton. Es autora de Memorando al presidente: cómo podemos restaurar la reputación y el liderazgo de Estados Unidos.