Escribo esta carta antes de que tengamos Gobierno, porque lo que voy a decir es válido para cualquiera, sea cual sea su composición. Hay muchos aspectos de la educación -como de la medicina, la tecnología y tantas otras actividades humanas- que están más allá de la ideología, porque pueden basarse en evidencias. La dirijo a todo el Gobierno, y no sólo al ministro de Educación, porque en este momento, cuando hemos entrado en la sociedad del aprendizaje, la educación desborda las competencias de un único ministerio. Se convierte toda ella en un proyecto de Estado. Con el sistema educativo debe colaborar Hacienda, proporcionando la financiación necesaria y desgravando el dinero que las familias dediquen a educación. Asuntos sociales, porque la situación de precariedad de muchas familias impide la eficiencia escolar. Sanidad, porque según informes fidedignos es probable que haya entre un 15% y un 18% de alumnos escolarizados con problemas psicológicos o de aprendizaje serios, no diagnosticados o no tratados. Industria, porque debe favorecer la implantación en las empresas de la Formación Profesional Dual. Interior, porque debe hacer que las escuelas vivan en un entorno protegido y seguro, y debe favorecer la integración de los inmigrantes. Espero que el nuevo Gobierno comprenda que las personas, las empresas y las naciones que no quieran, no puedan o no sepan aprender, se van a quedar marginadas irremediablemente. España perdió el tren de la Ilustración, perdió el tren de la industrialización y puede perder el tren de la sociedad del conocimiento.
Hay varias cosas sobre las que estoy seguro que todos los partidos políticos están de acuerdo.
Primera.- Necesitamos someter nuestra escuela a un proceso de transformación y mejora, no sólo porque la que tenemos es mediocre (no terriblemente mala, como con frecuencia se dice), sino porque en un mundo que cambia aceleradamente, los sistemas educativos también tienen que hacerlo para cumplir las expectativas de la sociedad. Todas las naciones están inmersas en ese proceso. Hace sólo unas semanas, el presidente Obama firmó una nueva ley de Educación; Cameron, en el Reino Unido, está introduciendo novedades... y así podríamos seguir un buen rato.
Segunda.- En educación no hay milagros ni enigmas. Hay buenas y malas formas de hacer las cosas. En el año 2010, la revista 'Newsweek' publicó un estudio comparando 32 naciones. En educación, Finlandia estaba en primer lugar y España, en el último. En cambio, en Sanidad, España ocupaba el tercer puesto, y Finlandia, el 18. ¿Por qué esa diferencia? Porque las administraciones educativas han sido ineficientes en la gestión, confusas en la planificación y casi siempre ideologizadas en su idea de la educación. Todos los ministros han pensado que con el BOE puede mejorarse la escuela, y eso es una ingenuidad, como sabe quien entienda algo de gestión del cambio en organizaciones. Para mejorar la educación hay que cambiar lo que sucede en las aulas y para eso hay que estar muy cerca de ellas.
Me gustaría, una vez más, plantear a los partidos políticos el Objetivo 5-5-5, que he explicado con más detenimiento en 'Despertad al diplodocus'. Y también contárselo a la ciudadanía para que sepa a qué atenerse y lo que puede exigir. La propuesta es muy simple: España puede tener un sistema educativo de alto rendimiento en el plazo de cinco años, dedicando a Educación un presupuesto mínimo del 5% (que ya lo hemos tenido antes de los recortes) y cumpliendo cinco objetivos educativos:
1º.- Reducir el fracaso escolar al 10% de la población estudiantil. Es insoportable tener, como en la actualidad, una tasa superior al 20%.
2º.- Subir 35 puntos en la evaluación PISA. Sin duda, PISA no es perfecta, pero nos permite conocer la evolución histórica de nuestra educación y compararnos con otros países. Ese aumento nos pondría al nivel de Finlandia. Algunas comunidades autónomas españolas están muy cerca, de manera que habrá que diversificar el modo de conseguirlo en cada una de ellas.
3º.- Aumentar el número de alumnos excelentes y acortar las distancias entre los mejores y los peores, que en España es muy grande dentro de un mismo centro. "Reducir la distancia que separa a los que tienen buenos resultados de quienes los tienen malos en todos los niveles (aulas, centros, distritos) -dice Michael Fullan- es la clave para que el sistema avance". Lo admirable de Finlandia no es que tenga muchas escuelas excelentes, sino que incluso el 10% que tiene peores resultados supera la media de la OCDE.
4º.- Favorecer que todos los niños y adolescentes -tanto los niños con dificultades de aprendizaje, como los niños con altas capacidades- puedan alcanzar su máximo desarrollo personal, con independencia de su situación económica. Según el estudio dirigido por Miguel Casas, catedrático de Psiquiatría, atender debidamente esos problemas produciría un salto espectacular en la educación española.
5º.- Fomentar la adquisición de los conocimientos y las habilidades para favorecer su realización personal, su inserción en el mundo laboral y su participación en la vida pública.
No creo que ningún partido político pueda negarse a aceptar estos objetivos, que son de enorme interés social. Las discusiones pueden venir, en todo caso, sobre la mejor manera de conseguirlos, pero el hecho de tener bien definidas las metas nos permite medir los resultados y saber si lo estamos haciendo bien o mal. Lo que conocemos sobre la gestión del cambio en los sistemas educativos, la experiencia de los países que lo han conseguido, la imitación de las comunidades que lo han logrado en España, permiten marcar una razonada hoja de ruta.
El asunto, por supuesto, no es fácil. Según un reciente estudio de la OCDE -Política educativa en perspectiva 2015-, en los últimos siete años se han emprendido más de 450 reformas educativas en el mundo, y muchas de ellas han fracasado. Por ejemplo, las españolas. En ese volumen, publicado en España por Santillana, se pueden estudiar las distintas iniciativas llevadas a cabo. Cambiar una institución es muy difícil, porque se activan poderosos mecanismos de autodefensa internos. Por eso hacen falta grandes gestores educativos, capaces de planificar, movilizar, convencer, desactivar resistencias, canalizar ayudas hacia la escuela. Necesitamos movilizar a docentes, directores, inspectores, familias, municipios. El cambio debe empezar por los Centros educativos y, además, deben ser los actuales docentes los que lo lleven a cabo. No podemos esperar a que nuevas generaciones de profesores traigan ideas nuevas. Las experiencias españolas y extranjeras que tenemos nos permiten afirmar que si el claustro quiere y la administración lo apoya, un Centro educativo puede alcanzar la excelencia en un plazo de tres años.
El nuevo Gobierno, según su orientación, puede sentir la tentación de mantener la LOMCE o de hacer una nueva Ley. Ambas soluciones son malas. La solución más sensata es comprometerse a elaborar en seis meses un Pacto educativo (o se hace en ese plazo o no se hace) y ponerse a continuación a elaborar una Ley técnicamente buena, socialmente justa, útil para nuestros alumnos y para la sociedad. ¿Vamos a hacerlo? Me temo que no, a no ser que la ciudadanía esté absolutamente convencida de la necesidad de hacerlo, y lo exija. Todos somos un poco responsables de la desidia educativa, porque sólo nos acordamos de la educación, como de Santa Bárbara, cuando truena. Tenemos una tendencia a cronificar los problemas y a instalarnos en una cultura de la queja. Y para cambiar la escuela hay que vivir en una cultura del optimismo y de la acción. ¿Empezamos el cambio?
José Antonio Marina es filósofo y autor del Libro Blanco sobre la Profesión Docente.