Carta para Aisha

Querida Aisha: Me entero por la prensa, con hondo dolor, de que medio centenar de fanáticos islamistas de tu Somalia natal han acabado contigo de la manera más vil imaginable, enterrándote en un agujero y lapidándote hasta la muerte. Alegando tu adulterio. Según los medios consultados, el jeque rebelde Hayakallah, mandamás de la ciudad portuaria de Kismayo, donde se llevó a cabo tu ejecución, ha manifestado que admitiste tu "crimen" ante una corte islámica. Y que, además, pediste ser juzgada y castigada según los preceptos de la sharia. ¡Como si ello --caso de ser verdad-- fuera justificación para tamaña atrocidad!

Digo caso de ser verdad porque, según leo en los mismos medios, tus familiares han declarado, llevándole la contraria al personaje de marras, que ni confesaste ser adúltera ni pediste que te lapidaran. ¡Cómo lo ibas a pedir! Varios testigos presenciales de la ejecución han confirmado a Reuters, por más señas, que no hubo, de hecho, docilidad alguna por tu parte, que fuiste arrastrada a la plaza contra tu voluntad, atada de pies y manos, y que el saco negro que te cubría la cabeza no impidió oír tus gritos. Cuánto lo lamento y cuánto odio todas las sentencias de muerte de la Tierra.

En un primer momento, la prensa occidental te adjudicó 23 años. Ahora, Amnistía Internacional ha revelado que solo tenías 14 y que, según tu padre y otras fuentes, todo empezó cuando te violaron tres energúmenos que, al querer tú denunciarlos, maquinaron para que fueses acusada de adúltera y detenida. Resulta que ninguno de los hombres que señalaste ha sido arrestado. "No fue un acto de justicia ni una ejecución --ha declarado David Copeman, adjunto de investigación y acción sobre Somalia de Amnistía. Esa niña sufrió una muerte horrible a instancias de los grupos armados de oposición que actualmente controlan Kismayo". Amnistía ha sabido por tu padre, además, que solo llevabas tres meses en la ciudad, después de una estancia en el campo de refugiados de Hagardeer, en el noreste de Kenia, donde me imagino que ya sufrirías lo tuyo; que durante tu lapidación te desenterraron para comprobar si seguías con vida; y que, al constatar que sí, te colocaron otra vez en aquel maldito hoyo para seguir apedreándote hasta el final. ¡Qué asco!

Lo terrible de los matones, Aisha, es que no solo en Somalia, sino en todos los rincones del globo, incitan a los pacíficos a ser como ellos, a rebajarse a su nivel, a comportarse de la misma manera, a abandonar sus principios. Yo no puedo olvidar que, cuando tenía 16 años, fui humillado e insultado en clase, injustamente, delante de todos mis compañeros, por un maestro que no me podía ver. Un maestro agresivo y borrachín. No te oculto que lamenté durante muchos años no haber tenido la gallardía de agredirlo físicamente en aquel momento o, como dicen en España, de pegarle una hostia, en vez de liarme con él solo verbalmente, y ello de manera tímida. El tipo encendió en mi ánimo un odio que nunca había experimentado y un deseo de venganza casi irreprimible. Está claro que a los matones hay que hacerles frente de alguna manera, eso sí, porque si no encuentran a quien se les oponga, se hacen cada vez más brutales. Pero qué difícil es cuando uno es débil e inerme y sin apoyos.

En realidad, querida Aisha, sabemos muy poco de ti, solo que eras una niña de 14 años, que a la vuelta de la esquina te encontraste de repente con el espanto del fanatismo. Vengo de una isla donde quienes profesan dos variantes de la misma religión --en su caso la cristiana, no la islámica-- se enzarzaron durante años y años en inútiles odios y recelos e incluso en desmanes fratricidas. ¡Y eso que decían en ambos bandos creer en el mismo Dios del amor! A esta altura de mi vida veo con claridad que los creyentes en el más allá --más allá nunca demostrado por nadie, que yo sepa-- pueden ser muy peligrosos, sobre todo cuando se sienten de alguna manera amenazados por los que no piensan como ellos. Yo de joven estaba convencido de que nosotros, los protestantes, teníamos razón y de que los católicos no solo se equivocaban en sus creencias, sino de que eran, en el fondo, gente retorcida. Lo mismo pensaba de los judíos. Es decir, creo conocer desde dentro el fanatismo, aunque en mi caso fuese solo incipiente. Luego me di cuenta de que me habían llenado el coco de dogmas y de prejuicios, y poco a poco, gracias a otros maestros más ilustrados y, sobre todo, gracias a la literatura, fui abriendo los ojos y tratando de formar mis propias ideas, de componer mi propio mapa del mundo. Difícil tarea, porque lo que nos hacen creer cuando somos jóvenes, con la ayuda del miedo, difícilmente nos abandona del todo después.

Leyendo tu triste historia ha surgido ante mis ojos tu tocaya, la "morilla" que con sus lindas amigas Fátima y Marién va alegremente a recoger olivas en una canción popular del sur de España hecha famosa por el poeta García Lorca, que, como tú, murió a manos de los bárbaros. A partir de ahora te recordaré cada vez que la oiga, Aisha. Y lo que te hicieron. Que la tierra te sea leve.

Ian Gibson, escritor.