Cartas marcadas

¿Alguien en su sano juicio pensaba que el Reino Unido abandonaría en su divorcio europeo a sus leales y por supuesto interesados, gibraltareños? ¿Que resolveríamos un conflicto de 300 años?

Hablamos de un territorio reducido con un censo de 30.000 habitantes, con la tercera renta per cápita más alta del mundo (61.700 $) tras Qatar y Luxemburgo; que su reducido impuesto de sociedades le permite abrir sucursales en toda la UE en desleal competencia; que controla el 10% de los seguros de coches de UK; que el 40% de su PIB depende del negocio del juego «on line»; que importó el pasado año 72 millones de cartones de tabaco que proporcionaron 180 millones de beneficios a las arcas de la colonia el 26% de su presupuesto, como nos recordaba recientemente el Comandante Torres Peral en una magnífica tribuna (1).

De aquella cláusula de salvaguarda que hábilmente introdujo la diplomacia española en el Consejo Europeo de abril de 2017 («una vez que el Reino Unido haya abandonado la UE, ningún acuerdo entre ambos podrá aplicarse al territorio de Gibraltar sin acuerdo entre el Reino de España y el Reino Unido») no ha quedado ni rastro en el artículo 184 del acuerdo de retirada. A cambio, unas cartas de buenas intenciones consideradas por unos como paños calientes, por otros como palmadas en la espalda. Lo resumía la presidenta lituana Grybauskaité: «Sólo hemos prometido prometer». Y Theresa May preparando el incierto refrendo de su Parlamento del próximo 11 de diciembre aseguraba: «España no ha logrado lo que quería»; «la soberanía de Gibraltar no ha cambiado ni cambiará».

¿Cartas marcadas? Repasemos la Historia y dejaremos de sorprendernos. Ya se aprovecharon de una Guerra de Sucesión dinástica para apropiarse «de facto» en 1704 del Peñón y años después de Menorca. Ratificaron hábilmente estas posesiones «de iure» en Utrecht en 1713 valiéndose de nuestra debilidad. Una de las primeras ediciones de la Enciclopedia Británica (Edimburgo, 1879) reconocía honestamente: «Dice poco en honor de Inglaterra tanto el hecho de que con menosprecio de los más elementales principios sancionó y ratificó la ocupación, como el de dejar sin recompensa al general a cuyo poco escrupuloso patriotismo se debía la adquisición».Por supuesto en siguientes ediciones este juicio se suprimió.

Y así continuaron durante siglos. En la Guerra de los Siete Años, cuando Francia les conquista Menorca ya utilizaron cartas marcadas que hablan de canjes, conversaciones y promesas de acuerdos. No tendrán más remedio Carlos III y Floridablanca que utilizar la fuerza de las armas para intentar recuperar las dos plazas, lo que consiguen con la balear menor tras seis meses de duro asedio en 1782. No lo consiguieron a pesar de sus esfuerzos con Gibraltar. Sabían que era el único lenguaje que entendían.

Pero hay mas: en plena Guerra de Independencia en 1810 so pretexto de que los Fuertes de San Felipe y Santa Bárbara situados en pleno territorio español pudieran caer en manos francesas y afectar la integridad del Peñón, el gobernador general Campbell los hacía volar por sus ingenieros. La voladura abría claramente su expansión hacia el norte. Pocos años después –1815– con ocasión de una grave epidemia de fiebre amarilla solicitaban ocupar para instalaciones sanitarias la zona neutral diseñada en Utrecht. Las cartas firmadas por el gobernador ingles Don y el General español Alós son todo un modelo de cortesía y humanidad. Pero de allí no salieron.

Y en 1938 en plena Guerra Civil nuestra, otra vez valiéndose de nuestra debilidad, construyeron su aeropuerto. Y no olvidemos las cartas intercambiadas por nuestro Embajador en Londres el Duque de Alba y responsables del gobierno inglés cuando analizaban las posibles repercusiones de una alianza entre España y el Tercer Reich que indiscutiblemente incluían Gibraltar y el control del Mediterráneo Occidental. No puedo incluir mas referencias a todo lo sucedido durante tres siglos(2). Sí reflexionar sobre dos comunidades y sus posicionamientos sobre el tema. Definía recientemente una posición la ministra gibraltareña de Igualdad y Vivienda Samantha Sacramento en Belfast interviniendo en la conferencia anual del Partido Democrático Unionista (DUP) del Ulster. Mientras tendía un puente patriótico hacia los unionistas jurando fidelidad a la bandera británica, añadía: «La Unión Jack representa nuestra herencia, nuestros valores y nuestras libertades; somos rojos, azules y blancos y estamos orgullosos de serlo».

¿Que ofrecemos nosotros? Una sociedad dividida, sin rumbo y sin ilusiones con una clase política a la que las declaraciones de Sacramento le pueden producir sarpullidos. Un antiguo representante del Estado vierte odio y lodo en Waterloo muy cerca de Bruselas, mientras la hueca y cínica Europa nos da palmadas en la espalda.

Reconozcámoslo: aun casi consumado su divorcio de Europa, el Reino Unido ha sabido marcar mucho mejor sus cartas.

Luis Alejandre, General (R)


(1). La Razón. 20 Nov. 2018.

(2). Documentos sobre Gibraltar. MAE 1966. 583 páginas.

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