Cartografiando silencios en las urbes brasileñas

El día 14 de marzo se truncó la vida de la activista y concejala de Río de Janeiro, Marielle Franco (1978-2018). Mujer joven, afrodescendiente, oriunda de una favela, madre soltera, lesbiana… Una coctelera con demasiados ingredientes potencialmente explosivos que moldearon una voz disruptiva para el statu quo carioca. Una voz que procedía de los márgenes de la ciudad, de una de sus periferias más pobladas y violentas, la favela da Maré. Una voz que procedía también de los márgenes de la sociedad. Porque la intersección de la clase, el género, la raza y la orientación sexual constituye el último peldaño de las identidades más azotadas por la exclusión.

“Como favelada, para progresar en la vida, más allá de tomar el ascensor, tienes que esforzarte mucho”, afirmaba. Después de años de activismo en su comunidad, Marielle Franco decidió canalizar su esfuerzo y luchar para cambiar la realidad desde la política institucional. Se presentó a las elecciones municipales de 2016 bajo el lema “Eu sou porque nós somos” (Yo soy porque nosotras somos). Porque son muchas las brasileñas que, como Marielle, conocen de cerca cuán dura es la vida en las ciudades del país cuando se es “pobre, negra y periférica”, en sus propios términos. Más allá de los problemas que experimentan sus homólogos masculinos, las mujeres faveladas sufren con mayor intensidad que las habitantes de otros barrios problemas relacionados con la violencia doméstica, la prostitución, embarazos adolescentes o maternidades en solitario. Y, como consecuencia de ello, menos oportunidades educativas y profesionales.

El resultado de las elecciones fue inesperado: Marielle Franco fue la quinta concejala más votada de la ciudad. Y la única afrodescendiente, a pesar de que casi la mitad de la población de Río de Janeiro lo es. Probablemente consciente de la oportunidad que tenía delante, se apresuró a presentar un gran de número de proyectos de ley (un volumen equivalente a uno al mes). Todos ellos dirigidos a aliviar la situación de vida del colectivo que representaba. De ahí que pusiera énfasis en cuestiones como evitar el asedio a las mujeres en el transporte público, posibilitar el aborto legal, ampliar la red municipal de casas de parto o habilitar guarderías nocturnas para que las madres trabajadoras pudieran estudiar. También fue relatora de la comisión de la Cámara Municipal encargada de fiscalizar la intervención militar en Río de Janeiro. Franco era altamente crítica con el modelo de seguridad pública en las favelas basado en la intervención del ejército y de la policía militar.

Poco más puede reseñarse del legado de Marielle Franco en la política institucional. Su trayectoria quedó interrumpida cinco meses después de tomar posesión del cargo, cuando fue brutalmente asesinada después de participar en un debate con jóvenes negras. Ocurrió pocas semanas después de que el gobierno de Michel Temer anunciara una intervención federal de carácter militar en el estado de Río de Janeiro para “mejorar la sensación de seguridad”. Desde el asesinato de Franco, el miedo se ha instalado más que nunca en el cuerpo de muchas mujeres y de muchos líderes comunitarios.

¿Pueden las mujeres pobres, negras y periféricas hablar? La pregunta parafrasea el título de un libro publicado a finales de la década de los 80 por la intelectual india Gayatri Chakravorty Spivak en el que se preguntaba Can the subaltern speak? Spivak reflexionaba en este ensayo acerca de la voz de los sujetos subalternos, aquellos sectores de la población desprovistos de la posibilidad de ser escuchados, de participar en las construcciones sociales y en la toma de decisiones. Su análisis se dirigió en particular a poner de relieve que las mujeres del Sur Global nutren de manera especial las filas de la subalternidad.

Casi cuarenta años más tarde, la pregunta que formulaba Spivak sigue siendo pertinente. No sólo porque nuestras sociedades siguen teniendo ciudadanos/as de primera, de segunda e incluso de tercera clase; ni tan siquiera porque el mundo sigue estando dominado por relaciones de poder y por narrativas construidas a partir de la hegemonía de Occidente. El interrogante de Spivak sigue siendo pertinente porque, en un mundo urbanizado como el actual, los mapas de poder siguen definiéndose en las ciudades a partir de centros y periferias, a partir de la raza, del origen social y del género. Espacios desde cuyos márgenes es difícil articular voces y desenmarañar silencios. Romper con estos silencios pasa por desplegar políticas integrales que tengan en cuenta la dimensión espacial de la exclusión urbana.

La agenda política de Franco era sensible a ello y quizás por esta razón su voz incomodaba, de ahí su asesinato. Un hecho que ha azotado un país inmerso en un proceso de grave retroceso democrático en el que los movimientos sociales están viendo desaparecer los logros obtenidos después de décadas de movilizaciones. El movimiento brasileño por la reforma urbana lleva más de un año denunciando la involución que se ha producido con el gobierno Temer respecto a las leyes y políticas urbanas que se venían impulsando en el país. El movimiento feminista negro, por su lado, se está movilizando con más fuerza que nunca en las calles, en las plazas y en las ciudades. Y se está expresando no sólo a través de la política institucional, sino también (y sobre todo) a través de las luchas sociales y de la cultura.

Fue precisamente en este ámbito, el de la cultura, donde floreció la primera voz pobre, negra y periférica, la de Carolina Maria de Jesús, que consiguió publicar, ya en 1960, su novela Quarto de despejo. Diário de uma favelada. Después de ella, numerosas mujeres brasileñas se han expresado a través del arte y la cultura populares. Y lo han hecho de forma especialmente intensa a través de dos manifestaciones culturales íntimamente arraigadas en lo urbano: el hip hop y lo que ha venido denominándose como “literatura periférica”. Mujeres como Sharylaine, Dina Di, Preta Rara, Dinha, Mel Duarte o Elizandra Souza son sólo algunos ejemplos.

La trayectoria de Marielle Franco quedó interrumpida el día 14 de marzo de 2018. Paradójicamente, apenas unos días después del Día Internacional de la Mujer. Un día en que el mundo concede la palabra a las mujeres en una suerte de premio de consolación que permite calmar las conciencias, como tan bien expresa Elizandra Souza en su poema “Mi único día de la mujer”: “Ocho de marzo se acordaron de mí / me mandó flores, incluso tocó el tamborín / (…) / Nueve de marzo qué decepción / La pila llena y la toalla en el suelo / Le pedí que retirara el plato de la mesa / Y casi me da un bofetón / (…) / Diez de marzo y la cosa empeoró / Dijo que soy fea, gorda / Y que no sabe por qué se casó / (…) / Los días pasan y sigo esperando / Mi único día de mujer.../”.

Las mujeres pobres, negras y periféricas están hablando, sí. Lo están haciendo a través de varios canales. Cuestión distinta es que estemos dispuestos a escucharlas.

Eva Garcia Chueca, investigadora sénior y coordinadora científica del programa Ciudades Globales.

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